Este sábado no hemos parado, aunque eso ya es costumbre en mi familia.
La comida, deliciosa. Mi amiga G. viaja mucho por motivos laborales, y hace poco estuvo en Italia y trajo pasta, salsa pesto y queso parmigiano. Eso es lo que hemos comido, regado con un par de botellitas de lambrusco, como corresponde. De postre, un poco de fondue de chocolate con frutas y donuts y un poquito de cava. No creo que sea necesario confesar que disfruto comiendo, sobre todo si es en compañía de gente a la que quiero.
Después de descansar (los papis descansaron y los niños durmieron; G. y yo cotorreamos en la terraza), cogimos las bicis y decidimos ir a dar un paseo todos juntos.
Salimos con las bicicletas y nos dirigimos hacia el barrio marítimo; una vez allí, les preguntamos a los peques si les apetecía ir a ver barcos, y dijeron que sí, así que fuimos hacia la dársena deportiva del puerto a ver los “barquitos”.
La verdad es que ver embarcaciones de este estilo a mí me pone de mal café; pero luego se me pasa, porque me da por pensar, que en cuantis que me toque el Euromillones, me compro un yatecito de éstos, y ¡a vivir, que son dos días!
Después de pasear bastante rato entre los barquitos, fantaseando con la posibilidad de poder subir en uno algún día -a poder ser, no muy lejano-, decidimos volver hacia el centro; el camino de vuelta se hizo duro, porque À. U. estaba muy cansada, y ya se sabe: cuando una niña de 4 años está cansada todo es una crisis. Pero pudimos ir haciendo camino a pesar de las múltiples paradas, con la promesa de que un helado de chocolate la esperaba en nuestra heladería habitual. Y así fue: llegamos al centro, y nos sentamos en la terraza de una bodeguita: los peques se tomaron sus helados, y nosotras nuestra copita de vino. Acabamos de pasar el día, y nos despedimos después de descansar un ratito, que bien lo merecíamos.
Fue un día completo; llegamos a casa agotados, pero cuando estoy en buena compañía el tiempo me pasa volando. Tengo ganas de volver a repetir.