Cada vez que nos encontramos ante una repetición electoral por la incapacidad de nuestros políticos para formar gobierno, la sensación de desaliento se generaliza. Nos aburre volver a votar por culpa de aquellos a los que mantenemos y que no saben o no quieren hacer su trabajo, y mucha gente no entiende para qué deben molestarse en hacer de nuevo este esfuerzo, creen que el derecho a decidir quién nos gobierna no es más que una burla del sistema. Y es entonces cuando aparece la necesidad de mostrar su repulsa, bien no yendo a votar o bien haciéndolo a manera de protesta.
¿Qué significa esto? Pues que aparece el fantasma de la abstención, el voto en blanco y el voto nulo como castigo a muestra de disconformidad absoluta. Pero en realidad, ¿esto beneficia a alguien? Y, si es así, ¿a quién y por qué?
La abstención es el hecho por el que un ciudadano decide no ir a votar. Es algo muy habitual en períodos de desencanto. Salvo por causa mayor, generalmente se produce por desidia, hastío o como protesta. Pero, en cualquier caso, la abstención, en principio, no tiene por qué beneficiar a ningún partido o tendencia política, eso sí, al haber menos número de votos, la representación se concentra más en los partidos más votados.
El voto es un derecho, no una obligación. Por lo que aquellos ciudadanos que sienten cierta repulsión política y no desean participar electoralmente, o no desean votar a un partido porque su programa no se ajusta a sus intereses, están en su derecho de ejercer esta resistencia pasiva. Es decir, no desean formar parte de un juego absurdo que no les reporta nada.
Por otra parte, según el artículo 96 de la Ley Orgánica 5/1985 del Régimen Electoral General, “se declara voto nulo aquel que es emitido en sobre o papeleta diferente del modelo oficial, o el emitido en papeleta sin sobre o en sobre que contenga más de una papeleta de distintas candidaturas.”
No obstante, más de una papeleta del mismo partido es considerado voto válido.
El voto nulo es un voto emitido pero no válido. Contabiliza, pero no afecta al reparto de escaños. Por este motivo, el voto nulo ni perjudica ni beneficia a nadie.
Pero revisemos ahora el tipo de voto que más confunde a la población. Atendiendo al mismo artículo citado anteriormente, se considera voto en blanco y válido, aquel en cuyo interior del sobre no hay nada y, en el caso del Senado, también cuando en la papeleta introducida en el sobre no se ha marcado el nombre de ningún candidato. Es este un voto válido, y se suma a los votos obtenidos por las diferentes candidaturas para hacer el reparto de escaños. Y como nuestro sistema electoral se rige por la ley D’Hondt, que no es otra cosa que un sistema de cálculo proporcional, de entrada, se excluye antes que nada a aquellas candidaturas que no hayan obtenido al menos el 3% de los votos válidos emitidos. Es por esto que, al estar incluidos los votos en blanco, una candidatura necesitará más votos para lograr un escaño.
Por ejemplo, si en una provincia se han obtenido 10.000 votos a candidaturas, un partido necesita 300 votos para lograr un escaño. Sin embargo, si hay 10.000 voto a candidaturas y otros 2.000 en blanco, suman un total de 12.000, es decir, para estar representado, un partido necesitará ahora 360 votos.
El voto en blanco, como puede verse en el ejemplo, perjudica a los partidos más pequeños, o dicho de otra manera, potencia el bipartidismo fundamentalmente, ya que los partidos menos votados necesitarán más votos que el resto para conseguir un escaño. Así que, cuando vayamos a votar en blanco como signo de protesta contra las fuerzas políticas más fuertes, aquellas a las que responsabilizamos de la situación actual a la que nos han conducido, pensemos que, en realidad, les estamos premiando en lugar de castigar.
Así que, por muy hastiados o cabreados que estemos de los políticos, de sus carencias personales, de su falta de talento o de su incapacidad para ponerse de acuerdo en algo, tengamos esto claro, nuestro voto es lo único que puede cambiar las cosas.