Krugman habla y todos se giran a escuchar... En este caso, desde su potente altavoz en forma de blog en el New York Times, dice alto y claro que el sistema sanitario público es mejor que el privado para contener los costes y evitar que estos suban.
Leer este tipo de artículos hace que en España recordemos las reformas "de salón" que se han propuesto, incluido en planes o estrategias o analizado en foros de debate que son flor de un día. Además, estas medidas se llevan repitiendo más de 20 años, casi las mismas, con el mismo trasfondo, y siguen sin aplicarse incluso sabiendo que podrían funcionar. ¿Por qué?Una de las causas tiene que ver con el apoyo de los principales lobbies del sistema sanitario, los que negocian, los que presionan y los que, pese a no contar muchas veces con el beneplacito de sus representados, son capaces de montar una manifestación, lanzar una portada en un medio de comunicación o echar un pulso al político de turno. Y así, medidas repetidas en los últimos 20 años, siguen en el cajón o en los planes de futuro de todos. En cuestión de salud, es fácil darle la vuelta a la tortilla y convertir una medida de mejora farmacéutica en un recorte, una disminución de derechos del ciudadano o un ataque a las empresas. Todo vale y así es fácil evitar que algo prospere, y más si los lobbies no van a sacar "tajada" de la situación.¿La solución? Ignorar estas campañas "antitodo" podría ser una buena fórmula pero la opinión pública seguiría estando ahí. ¿Explicar a la población las medidas? Podría servir, pero entre un político (incluso los serios, los buenos, que alguno hay) y un sindicalista o cualquier persona, ¿en quien confía el ciudadano o el profesional? El rechazo a la opinión institucional está a la orden del día, y con las nuevas formas de comunicación, con la facilidad que hay ahora para difundir rumores y bulos (como los famosos 400.000 políticos españoles), a ver quien se atreve a lanzar medidas basadas en la eficiencia pero que atenten contra parcelas de poder de colectivos concretos, de jefes, de popes, de politiquillos, de alcaldes, etc.Cuando la eficiencia choca con otros elementos, sobre todo con la distribución de poder, parece que pasa a otro nivel: al de la invisibilidad.