El poder discursivo del lenguaje no sólo ha de medirse por su capacidad de decir, sino de situar al hombre en el mundo. Es por el lenguaje por lo que el hombre está en el mundo y es porque tiene que estar en el mundo por el que el hombre inventa lenguajes. Casi cualquiera de los manuales de filosofía que examinemos nos dirá que la ciencia y la filosofía, en virtud de su cualidad de saberes racionales, se superponen al mito como las ciudades hacen con los campos y aldeas, a modo de construcciones que se elevan sobre las anteriores superándolas en habitabilidad y recursos. Asimismo, se nos dirá que la tecnología se superpone a aquéllas configurando un nuevo entorno como las tecnópolis lo hacen sobre las polis o la tecnoesfera sobre la biosfera. Sin embargo, una mirada más inquisitiva, sustraída del manido debate de si positivismo o falsacionismo, permite enseguida vislumbrar un íntimo parentesco que une, como ningún otro, al mito, la ciencia y la tecnología.
Entendemos que mito, ciencia y tecnología son, ante todo, formas de estar en el mundo, o nacen de una determinada necesidad por la que el hombre acaba estando en el mundo. Se dice que la ciencia es previa a la técnica, cuando la ciencia, fundamentalmente la moderna, nació y se desarrolló gracias y por el afán de hacer del mundo un lugar técnico, seguro. Por lo mismo, ahora se dice que la ciencia deriva en tecnociencia, cuando, como sugiere Javier Echeverría en una conferencia cuya lectura recomiendo, más bien ocurre al contrario, que la ciencia se desarrolla debido a que es ya tecnociencia (la biología, biotecnología; la inteligencia, inteligencia artificial, etc) En tanto que formas de estar en el mundo, mito, ciencia y tecnología requieren de unas condiciones objetivas para su constitución y permanencia, difícilmente reemplazables por un acto de voluntad. Esto explica que, por ejemplo, resulte impensable para el empresario en plena revolución industrial invertir en la provisión de un sentido cosmogónico al mundo, o para el ingeniero informático de hoy hacer ciencia con vistas a obtener un placer desinteresado. Cada época tiene su sentir, y cada sentir sus cauces por los que debe discurrir la acción.
En una entrada anterior decíamos que no podemos regresar a nuestro pasado, pero sí hacer que él regrese a nosotros. En nuestra mano está provocar al mundo para que éste nos resitúe en la posición desde la que hacer mitos, ciencia o techno-logia. Es la forma más efectiva de tomar consciencia de aquel íntimo parentesco. Pero de ello hablaremos en otra ocasión...