Este es el comienzo de un artículo firmado por Lorenzo Silva en la web del mundo, dentro de su blog vidas.zip, al hilo del resultado de la final de la Champions celebrada en Lisboa y de la que resultó ganador el Real Madrid, consiguiendo así su décima Copa de Europa. Con un poco de hartazgo ya de tanto demagogo suelto “sabiendo perder”, he decidido responderle.
Sabes, hijo, que no considero que el fútbol sea importante, o desde luego no tan importante como parecen creer todas esas personas, incluidos jefes de estado y de gobierno, que le dedican un entusiasmo tan sincero e intenso como no ponen en otras cuestiones, a lo mejor más dignas de su atención y entrega. Sin embargo, en cualquier aspecto de la vida, por insignificante que sea, te aguarda una lección. Y cualquier hombre, por poco que esperes de él, puede ser el maestro que te la imparta.
Sabes, Lorenzo… que hablas con la boca pequeña, o escribes con la tecla minúscula, o con el lápiz mínimo. Que sí, que no le das importancia al fútbol, pero bien que le dedicas un artículo de tu blog, y nada menos que para hablar con tu hijo, palabras mayores. Y por lo que parece, con una solemnidad rayana en lo budista, que os imagino sentados frente a un amanecer prodigioso, mientras tu voz en off le explica la lección de vida a tu discípulo. Bien podrías haber utilizado espacio y cerebro “en otras cuestiones, a lo mejor más dignas de tu atención y entrega”. De ese maestro que hablas, ahora hablamos.
Fíjate, por ejemplo, en ese hombre de negro que comparece ante los periodistas, después de haber perdido en el minuto 93 una copa de Europa que lo habría catapultado a la gloria. Fíjate, en primer lugar, en cómo admite que su equipo falló en la segunda parte, en la que el rival lo arrinconó hasta hacerle encajar ese gol lacerante y demoledor en el tiempo de descuento.
Sí, fíjate, por ejemplo, en ese hombre de negro, cuya inteligencia le da para hacer fichajes teniendo en cuenta un factor tan deportivo y científico como el horóscopo de los jugadores, ese hombre que no sabe que amargura y tristeza son sinónimos, que decir que no tiene tristeza pero si amargura es como si dice que no está parado pero si quieto. El mismo hombre de negro que protagonizó la acción más vergonzosa y maleducada del partido, el único expulsado del mismo por méritos propios. El que si, admitió que el Madrid fue mejor, pero no tuvo la vergüenza ni la educación para darle la enhorabuena. El que no habló de el lamentable partido que jugó su equipo, el que iba ganando gracias a un pifia del portero contrario, cuyo único mérito propio era la pura suerte. Sí, fíjate en él, pero para no hacer lo mismo.
Primera lección: no responsabilices de tus fracasos, jamás, a otro antes que a ti mismo. Ni siquiera aunque tengas pretextos. No cargues contra los árbitros, aunque te parecieran adversos; no despotriques contra el rival, aunque la fortuna haya estado de su parte; no mires al cielo para quejarte de que en el momento decisivo no decidiera inclinar la balanza de tu lado sino del contrario. Siempre pudiste hacer más, hacerlo mejor. Hazte dueño de tus derrotas, porque ellas, algún día, servirán para hacerte dueño de tus triunfos; si es que está en tu mano, tu condición y finalmente tu suerte llegar a alcanzarlos.
Eso, no cargues contra los árbitros, pero deja claro en el párrafo que fueron adversos, aunque te olvides de las faltas cometidas por tu equipo, incluido un penalty y alguna que otra expulsión escamoteada, aunque no sumes a eso lo “deportivo” que es perder tiempo de manera tan descarada y teatral. No despotriques contra el rival, que parezca que sólo ha sido suerte, y no mires los números del partido, los tiros a puerta, los lanzamientos al área, las intervenciones de los porteros de cada equipo. Y hablando de suerte, ni se te ocurra mencionar que tu gol ha sido, pura y duramente, un gol de fortuna. Porque siempre pudiste hacerlo mejor, por ejemplo, no confiando en milagros de feria o de anuncio de TDT de madrugada, como placentas de yegua, para así hacer el ridículo viendo como perdías un cambio que luego ibas a necesitar pasados 10 minutos escasos de partido. Hazte dueño de tus derrotas, pero de verdad, no escribiendo un párrafo dando a entender que no te quejas cuando la realidad es que lo estás haciendo.
Es amargo, sí, tenerlo todo en la mano y al instante siguiente ver ese todo en las manos de otro y las tuyas aferrando solamente el vacío. El hombre de negro, con el golpe recién encajado, lo resume a la perfección: “Tenés todo, y tenés nada”. Merece la pena que lo recuerdes, así, con su giro porteño, porque probablemente es la frase más trascendente y significativa de la noche. Mucho más trascendente y significativa, desde luego, que las declaraciones de los vencedores, que no aciertan a salir, tampoco hay que reprochárselo mucho, de los lugares comunes. Todo lo que un día creas poseer, todo lo que sientas que es tuyo, no es más que una ilusión que en cualquier momento se lleva el viento. Lo único que será tuyo de veras es el modo en que lo tengas, mientras te toque llevarlo, y la forma en que lo pierdas, ese día que más temprano o más tarde, puedes estar seguro, acabará llegándote, tal y como el hombre de negro dice, sin transición ni previo aviso. Y entonces, afróntalo con serenidad. Un hombre es la contención que sabe aplicar a sus emociones.
Es amargo perder, claro, se nota en como se puede echar bilis con bonitas palabras sobre el contrario hablando de que sólo ha visitado “lugares comunes”, como si lo de la vida es así y el fútbol también, ese “porteño” “tenés todo y no tenés nada” no lo fuera, como si ningún entrenador nunca lo hubiera dicho, como si nadie hubiera estado orgulloso de su equipo en la derrota, desde los griegos en las Termópilas hasta los madridistas de su equipo de baloncesto, pasando por las docenas de películas de Kung Fu o los libros de Pablo Coelho. Y si, el entrenado contrario, que no viste de negro ni anda haciendo aspavientos de protagonista durante el partido, soltó también un “lugar común”: que la felicidad es hacer felices a los demás. Que debe ser que es una frase fea o sin sentido. Aunque puede que para ti lo sea, estimado Lorenzo, escribiendo un artículo con la única intención de ahuyentar tu amargura y oscurecer la felicidad de tu hijo. Bonita lección. Preciosa lección de quien anima a su hijo a fijarse en un hombre que “es la contención que sabe aplicar a sus emociones”, como demostró saltando al campo como un energúmeno a ver si partía la cara a alguien. Una contención de cojones, permíteme la expresión.
Toma ejemplo del hombre que reconoce la amargura de haber perdido, mientras reivindica el orgullo de haber luchado, incluso cuando las fuerzas ya no estaban con los suyos y el oponente era superior. Que te venzan, pero nunca te rindan.
Que nunca te rindan, aunque para ello tengas que tachar al otro de ser más un menos un muro de piedra sin sentimientos ni méritos. Que nunca te rindan, y que quede claro que los hombres no lloran, los hombres de verdad, como si el esfuerzo negara los sentimientos, como si la pena fuera enemigo, como si llorar fuera un castigo y no una muestra de lo que se ha perdido que no niega la lucha, la brega, el intento. Llorar nos hace humanos, no llorar nos hace soldados. Y hay demasiados soldados en este mundo.
Y hablando de emociones y vencedores, tampoco dejes que te alteren las exhibiciones que puedan hacer quienes entre ellos no sepan contener las suyas, incluso quienes den en caer en la arrogancia. Piensa que quien se quita la camiseta para lucirse, aunque en ese acto pierda la elegancia en la victoria, hizo un esfuerzo y logró algo que tú no supiste impedir. Ofenderte por ello es mezquindad y resentimiento en los que no debes caer: el estilo consiste, también, en saber convivir con los excesos de los demás, sin hallar pie en ellos para los excesos propios.
Y hablando de emociones y perdedores, no tomes esta carta como una exhibición de no saber perder soltándote en la cara todo el resentimiento posible a base de palabras pretendidamente bellas. No nombres los defectos propios y habla de suerte, esfuerzo propio y orgullo, pero deja claro el error arrogante de una parte de los suyos, porque no puedes extenderlo al resto del equipo. Disculpa al único expulsado del partido, al que demostró peores maneras, pero deja claro uno de los pocos gestos malos del contrario. Debe ser que ese estilo del que tanto hablas es engañar tapando las carencias propias para hurgar en las contrarias. Olvida también la buena educación y el saber perder que supone entonar a gritos el nombre de tu equipo mientras se entrega el trofeo al justo vencedor. Que eso no es un exceso, es de una educación, un respeto al contrario y un estilo, que debe ser el tuyo, acojonante.
En esta noche de mayo de 2014, algunos han llenado un poco más sus ya repletas vitrinas. Otros, no han conseguido nada que poner en ellas, pero han sido dignos perdedores.
Esta noche de mayo de 2014, algunos han luchado por conseguir una victoria. Para llenar sus repletas vitrinas de trofeos por los que igualmente lucharon sus antecesores, con los que se unen en la alegría de la victoria, de la que son dignos porque se han dejado la piel en el campo. Las victorias no son buenas o malas dependiendo del color de la camiseta que amas u odias. Al igual que unos son justos vencedores de una competición liguera, otros lo son de una competición europea. El tener un número determinado de trofeos no es un defecto, es una prueba de grandeza. O es que a lo mejor tú escribes libros para no venderlos, o que si consigues vender 10 de uno, no quieres vender 11 del siguiente, o que si tienes en tu casa una vitrina análoga a la que criticas, con reconocimientos, esperas rechazar todas las que te vengan después de que la llenes, por no abusar.
No es plato de gusto la amargura, y menos la derrota, pero sazonada así, no mengua sino que hace crecer. Siento que pierdas esta oportunidad. Siento que seas madridista. Con todo el cariño de tu padre, enhorabuena por esa merecida Décima.
No es plato de gusto la amargura, y menos la derrota, pero sazonada así, con ataques velados al sentimiento del contrario, máxime si este es el propio hijo, hurtándole la dignidad de la victoria, intentando mermar su felicidad, esa felicidad ganada con toda justicia ante un digno oponente, aun es peor. No es agradable ver como a un padre le importa más su camiseta que su hijo, su derrota que la victoria de su hijo. Siento que hayas perdido la oportunidad de admitir y entender que un hijo no es una fotocopia ni una extensión de uno mismo. Siento que hayas perdido la oportunidad de enseñar a saber perder y de estar orgulloso de los suyos, aunque no sean los tuyos. No siento que seas atlético, Lorenzo, pero si que seas (no que lo estés, que es comprensible) un amargado.