Hersoug pudo observar que todos los participantes, incluidos aquellos sin sobrepeso, engordaron de manera proporcional durante esos años. Una de las explicaciones fue que las orexinas, hormonas neuropéptidas excitantes que estimulan la vigilia e incrementa el ansia por la comida, se veían afectadas por el CO2, provocando que los individuos se fuesen a dormir más tarde, afectando por tanto al metabolismo y derivando en un aumento de peso.
Desde entonces, Hersoug ha tratado de encontrar más pruebas que apoyen su teoría. Una de ellas es que la obesidad aumentó rápidamente entre 1986 y 2010 en la costa oeste de EE. UU., donde las concentraciones de CO2 son las más altas. Un reciente estudio piloto hecho sobre seis jóvenes que se encontraban divididos en salas con distintas cantidades de CO2 en el aire, concluyó que aquellos con la mayor cantidad de dióxido de carbono en la sangre se alimentaban un 6% más que los que habían estado en habitaciones climatizadas con una cantidad normal de CO2.
Según la hipótesis de Hersoug, publicada recientemente en la revista Nutrition and Diabetes, cuando respiramos más CO2 nuestra sangre es más ácida, lo que afecta a nuestro cerebro y como consecuencia aumentan las ganas de comer.
De todas formas, mientras siguen los estudios por demostrar tales hipótesis, nunca es tarde para comenzar a adquirir hábitos hacia una vida más saludable entre los que destacamos:
-. Aliméntate de manera balanceada.
-. Realiza ejercicios regularmente.
-. Baja tu ritmo y dedica tiempo a descansar.
-. Cultiva tu vida espiritual.
-. Haz de tu familia tu mayor prioridad.
-. Renuncia a hábitos poco (o nada) saludables (fumar, el alacohol, estrés, etc.).