Todos tenemos un referente en la vida: Paco de Lucía, al que hoy le ha estallado el corazón en México, bebió en las fuentes del Niño Ricardo y de Sabicas. Este último, Agustín Castellón Campos, gitano y pamplonica, fue un pionero no solo en la exportación del flamenco al mundo sino también en la fusión del mismo. De formación autodidacta, tuvo su primera guitarra a los 5 años de edad. Aquel instrumento costó 17 pesetas de la época, quizá las mejor invertidas por unos padres dedicados en cuerpo y alma a la venta ambulante. Con 7 años, Sabicas actuó en el Gayarre, y con 10, en Madrid. En la década de los años veinte, no hubo tablao que él no pisara en la capital del reino. Una década después, le llegó la consolidación. La guerra lo envió al exilio. Desde Francia, cogió un barco a la Argentina. Y de allí, a México, con la bailaora Carmen Amaya. Sabicas marchó a Nueva York y llegó a actuar en el Radio City Music Hall. Conoció al gran Sinatra, a Dean Martin y a Judy Garland. En el Carnegie Hall se le rendiría su último homenaje en 1989. Murió meses después, un paradójico 14 de abril, en la ciudad de los rascacielos. Había conseguido que la guitarra flamenca sonara en medio mundo. O en todo, si cabe. Grabó discos, uno de ellos con un título que resultaría premonitorio sobre cómo se le recordaría: el Rey del Flamenco. Y demostró con sus dotes que, para ser un virtuoso del instrumento de las seis cuerdas, no era condición indispensable haber nacido en Andalucía.