Luego conocí a Soledad Bravo, a Alí Primera y en algún instante que no recuerdo, a los que aún siguen siendo mis favoritos: Silvio Rodríguez y Joan Manuel Serrat. Qué puñaladas son sus letras, de veras que lo son. Escuché a Sabina creo que rayando ya los diez u once años y le dije a mi padre: “Qué mal canta, cómo pudo hacer un disco”. En serio, luego le dije: “Canta tan mal como el Dylan ese que tú escuchas…”. En fin, la ignorancia es atrevida, y mezclada con la inocencia, ni les cuento.Vinieron otros tantos incluyendo a The Beatles, que a la par de los hispanohablantes mencionados, siempre están allí dentro de mis favoritos en paralelo con Led Zepellin –irónico, no?
No puedo dejar de hablar, por un lado, de la otra vertiente musical: la salsa brava, la que muchos llaman “cabilla”, de esa que suena a Maelo, Lavoe, Gran Combo y un largo etcétera que se concreta en una predilección casi irracional por la música de Blades, de quien hice mi trabajo de grado; y por el otro, la pasión por la música clásica que me sumó poco más de cinco placenteros años en un conservatorio.Justo allí, en pleno concierto de grado –no recuerdo a cuál año pasaba– irrumpió a todo volumen Sabina desde el salón de al lado. El cuento, para hacerlo corto, es que no fue tanto la música sino los versos lacerantes que me dieron en el alma. Al día siguiente ya me había agenciado unos LP que tenía mi padre y comencé a degustar de mi nuevo descubrimiento.
Sabina en carne viva es un libro de extrema franqueza o de flagrante estupidez, en donde Joaquín hace honor a eso que pudiera verse como antetítulo: Yo también sé jugarme la boca. Y es que se la jugó, porque parece haberlo dicho todo como si no hubiera entendido, que lo que dijo, estará en el libro. Ahí están las putas que se folló; están las rayas de coca que entraron en su nariz como si fueran las aceleradas demarcaciones que dividen una autopista; está el alcohol, el vino, las cervezas y el amigo “Juanito el caminante” como bien le llama a Johnnie Walker; está su tendencia política y un sinfín de cuentos, algunos hilarantes, otros no tanto; la familia, sus mujeres (incluyendo a sus hijas); los príncipes, algunos jugadores del Real Madrid y pare usted de contar. El punto es que a cada pregunta inteligente, mejor aún, inteligentísima de su querido biógrafo “Menéndez Flowers” [sic], las respuestas son mejores aún, con argumentos sólidos y convincentes.
Ya estaba convencido, pero después de leer Sabina en carne viva, lo corroboro: Sabina es un poeta ganado a la música o un músico que no tuvo otra que agarrar la guitarra para encausar su poesía. Da gusto ser un tanto paparazzo leyendo un libro como este, tal como si estuviera sentado en la mesa de al lado parando la oreja, enterándome de sus poetas predilectos, de sus influencias; de sus directores o películas favoritas; de notar cómo traga grueso y respira profundo para no soltar una lágrima, razón por la cual le dice en más de una ocasión a su biógrafo: “Es que me metes los dedos en las anginas de una manera…”; o “Qué cabrón eres Menéndez Flowers”; conocer el problema que tuvo con el músico argentino ex marido de Cecilia Roth; reírse con su agudo cinismo y su precisa ironía; de “Crónicas marcianas” y“Operación triunfo”. Aquí está todo esto y mucho más. Un libro para disfrutar de cabo a rabo. Y como dijo Joaquín parafraseando a un personaje y estupenda película: “Y como decía Forrest Gump: Y no tengo nada más que añadir”.
PD. Tengo un montón de notas y subrayados, pero me llevaría unas cuantas cuartillas, así que sólo una cita para divertirse: “Por cierto, ¿te conté lo que me pasó con Miguel Bosé en un cuarto de baño? Pues resulta que en unos premios de música entramos a mear juntos a los servicios, y cuando salimos, unos tipos se nos quedan mirando y yo les digo: “No es lo que os figuráis. Somos maricones”. (Risas)…”