Revista Política

Saboteadores de ideales

Publicado el 11 abril 2011 por Peterpank @castguer
Saboteadores  de ideales
El momento de la lucha por nuestros derechos políticos ha llegado, ahora que la Gran Tormenta Ubicua, la crisis, hace tambalearse al Régimen monstruoso, y no puede ni prestarnos atención. Nosotros, los ácratas, no tenemos la cualidad de la paciencia. Y creemos que empujar con nuestras exiguas fuerzas a la Masa del Régimen Cocotero Corrupto, con sus propias armas de irrepresentación, formando un partido o integrándonos en una asociación ciudadana que exigiera la República Constitucional, sólo nos desgastaría hasta la extenuación, sin conseguir mover la Gran Mierda más que unos pocos milímetros. Creemos que es mejor buscar los defectos de la aparente inconmovilidad, las grietas en la Gran Roca del Régimen Cocotero, meter ahí nuestra cuña y golpear sin piedad sobre ella hasta fracturar el Soberbio Pedrusco. Como en la Odisea, vamos a dejar ciego a Polifemo, y nos liberaremos de él pasando atados a las barrigas de sus borregos.

Cada vez que alguien dice en público que “esto” no es una democracia se le contesta con la trivialidad de que gracias a “esto” puede decir libremente tal cosa. Este tópico confunde el régimen de libertades con el régimen de poder. Lo característico de la dictadura totalitaria no es la represión de la disidencia en la sociedad política (cosa que comparte con la partidocracia), sino la represión de la discrepancia en el seno mismo de la sociedad civil. Las libertades ciudadanas incluyen la de disentir del régimen de poder, la de renunciar a participar o no entrar a formar parte activa, mediante la abstención electoral, de la sociedad política. Una cosa es el derecho a la disidencia, excluido por principio de las reglas de juego de los poderes constitucionales, y otra muy distinta el derecho de oposición de las minorías: los que pergeñaron la Constitución española, que no reconoce ni garantiza institucionalmente este último, no tuvieron en cuenta, como es natural entre oligarcas, la esencia y la razón de existencia de las constituciones democráticas en las sociedades plurales. La ideología dominante sólo otorga a las minorías políticas, como si fueran disidencias civiles, el “derecho a ser respetadas”. Pero respetar a los partidos minoritarios, que forman parte de la sociedad política por voluntad de sus electores, consiste precisamente en la garantía constitucional de su derecho de oposición al poder de la mayoría. Cuando este derecho no está constitucionalizado, como sucede en España, la mayoría deviene, con la inexorabilidad de la naturaleza de las cosas políticas, tiránica. La exclusión de las minorías de las comisiones parlamentarias o su impotencia parlamentaria para investigar la corrupción en los grandes partidos, transforma su derecho de oposición en derecho al pataleo de querer y no poder: un derecho a la indignación que no tiene, sin embargo la dignidad civil del irónico derecho a la disidencia, de poder y no querer hacer el juego al tiránico consenso regimental de los grandes partidos estatales.

Cuando la Asamblea de diputados sea un verdadero poder legislativo y adquiera la respetabilidad que sólo puede conferirle la eliminación de las listas de partido y la adopción de los distritos uninominales, la mayoría de los miembros de las comisiones parlamentarias de control del Ejecutivo será elegida entre los diputados de oposición al gobierno. Causa pavor comprobar que todavía son legión los que siguen “creyendo” que «esto» es una democracia. No me refiero a la tropa de zapadores y saboteadores de ideales que ha invadido la sociedad política, los medios de comunicación, los sindicatos y las universidades. Toda esa gente sabe que si se publicara lo que muchos de ellos conocen con precisión, «esto» se derrumbaría en cuestión de horas. No sólo por el alcance real de la corrupción. Hacen depender la continuidad de sus fueros y privilegios de la capacidad que atribuyen al sistema para ocultar la verdad, y hacerlos vivir confortablemente sentados en la mentira. No se han parado a pensar, porque no les conviene, que si este régimen no resiste el conocimiento público de la verdad, según el juicio que impera en sus conciencias de la realidad, eso prueba que no hay buena fe en su afirmación de que «esto» es democracia. Pero no son tan ignorantes ni tan hipócritas como parecen cuando se les trata. En su cínico realismo de trepadores sin escrúpulo han encontrado el freno cultural de su caída en la depravación y un flexible trampolín para dar saltos oportunistas, cuando la relación de poder cambia.Yo publico mis reflexiones políticas para consuelo o placer de quienes esperan recibir de otro mejor informado, o más experto en política, la confirmación de lo que ya presentían sin saber por qué. Me gusta escribir para las personas cuya información sobre la malevolencia de los poderosos pesa menos en sus juicios personales que los prejuicios benévolos sobre esta Monarquía de los partidos y los nacionalismos. No es sólo por la satisfacción que procura eliminar errores y aclarar confusiones. La naturaleza de un régimen sólo se conoce cuando se ha percibido la clase de espíritu civil que anima las formas jurídicas en el Gobierno y la jerarquía de valores en la sociedad. El espíritu de la Transición, el que embarazó al reino de un partido para dar a luz la Monarquía de varios, no fue el de la libertad, sino el de la reconciliación. No el del respeto a las ideas o creencias minoritarias, sino el de la despectiva tolerancia. No el de la potestad de la sociedad, sino el de la autoridad del Estado. No el de la apertura mental, sino el del consenso. No el de la distribución del poder por la libertad, sino el del secreto reparto entre poderosos. No el de la libertad de expresión, sino el del pacto de silencio. No el de la confianza en el porvenir, sino el del miedo al pasado. No el de la producción económica, sino el de la especulación. No el de la distribución de la riqueza por trabajo e inversión, sino por la prevaricación de funcionarios de lato nivel. No el de la descentralización y desconcentración del poder estatal, sino el de la centralización y concentración de poderes autónomos. No el de la cultura sin adjetivos, sino el de la posmodernidad. ¿Cómo extrañarse de que el fruto político de este espíritu civil, cobarde y corrompido, sea un régimen de cobardía y de corrupción? A esto llaman democracia los saboteadores de ideales.

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