Revista Comunicación

sacrificando al alfil

Publicado el 03 octubre 2016 por Libretachatarra
...la actitud indolente y depresiva del monarca hindú, al que se le denomina Ladava, por la muerte en combate frente a los bárbaros dirigidos por un tal Varangul que se hacía llamar príncipe de Kalián, de su amado hijo Ajamir, quien en lo más fragoso de la batalla se había sacrificado patrióticamente para decidir con su valiente acción, el triunfo de los suyos.
La tristeza del soberano ante tan irreparable pérdida no tuvo límites. De regreso a su suntuoso palacio de Andra, se encerró en sus aposentos, preso de la más profunda melancolía y apenas atendía muy de tarde en tarde, la solicitud de sus más fieles colaboradores para tomar decisiones sobre cualquier problema del gobierno de sus estados. Porque en aquella circunstancias hubiera dado gustosamente todos sus tesoros e incluso el trono mismo para recuperar al hijo perdido.
Provisto de una gran caja de arena, Ladava trazaba una y otra vez líneas y líneas intentando reconstruir en los más íntimos detalles el combate en el que había perecido el príncipe Adjamir, bien investigando las causas del inmenso sacrificio, bien buscando en el recuerdo, el gozo amargo que calmara la angustia y desesperación.
Los sacerdotes brahmanes, elevaban sus preces a los dioses ante lo que consideraban incurable locura de su soberano, hasta que un día un pobre y modesto brahmán que atendía por Lahur Sessa, consiguió audiencia del monarca tras numerosas y fallidas tentativas.
Fue en ella cuando después de presentarse con toda la humildad y mencionar el objeto de su visita: “Distraer al rey y devolverle su perdida alegría de vivir” mostró al soberano y a su corte, para conseguirlo, un gran tablero cuadrado dividido en sesenta y cuatro cuadros o casilla iguales. Sobre él se colocaban en lugares fijados, dos series de piezas que se distinguían una de otra por sus colores blanco y negro. Se repitían simétricamente las formas ingeniosas de las figuras y existían ciertas reglas para moverlas de diversas maneras. Cada jugador poseía un número determinado de piezas de las que pronto se habría fijado ya el número.
Así, según la leyenda, Sessa hablaría a su rey de ocho pequeñas que representaban la infantería y que se conocían como peones, su misión consistía en avanzar hacia el enemigo para desbaratado. Para ayudar a los infantes se hallaban los elefantes de guerra, la caballería, simbolizada por dos piezas mayores con la cualidad de poder saltar sobre las otras como dos corceles. Y con el fin de intensificar el ataque se incluían los dos visires del rey, ministros o alfiles, guerreros llenos de fuerza y prestigio que en su origen también se llegaron a representar como barcos y pronto como elefante, con o sin el guerrero encima, como símbolo de su poder.
La pieza más importante después del rey, pero dotada de la mayor cantidad de movimientos era el consejero o alferza que representaba el espíritu de abnegación de los súbditos. Sólo con el tiempo y en el mundo occidental, esa alferza -todavía más poderosa- se trasformaría -como veremos- en la dama o reina. Finalmente el valor del rey, aislado era escaso, pero amparado por las otras, su pueblo, se transformaba en fundamental ya que con su muerte (jaque mate) se acababa la partida y el triunfo era del jugador que conseguía provocar tal situación en el adversario.
-“¿Y por qué la alferza es más fuerte y poderosa que el propio soberano?”- preguntó el rey Ladava a Sessa.
-”Es más poderosa -argumentó el brahmán- porque representa el patriotismo del pueblo. La mayor fuerza del trono reside principalmente en sus súbditos. ¿Cómo iba a residir el rey el ataque de sus adversarios si no contase con la fidelidad de éstos hasta la muerte”?
El monarca se apasionó pronto por el nuevo juego, aprendiendo con rapidez sus reglas y derrotando a cuantos visires y cortesanos quisieron medir su inteligencia sobre el tablero. Cierto día, el soberano observó con perplejidad que después de diversos movimientos de una partida la posición de las piezas parecía reproducir con exactitud el encarnizado combate en el que había perdido la vida su querido hijo.
Sessa, que de momento se había convenido que actuase de asesor hasta que el juego estuviera lo suficientemente introducido, indicó a su monarca sin miramientos:
-“Ved -Majestad- que ahora para obtener el triunfo no nos queda más remedio que sacrificar este visir” -Y señaló la pieza que hasta entonces con mayor ahínco el soberano había intentado preservarla de los ataques del adversario. El rey se dio al instante cuenta de lo que estas palabras significaban: “A veces el sacrificio de una pieza importante -tal como había sucedido en la batalla real con la vida de su hijo es necesaria para la victoria final de la partida” y exclamó:
-“¡No creo que el ingenio humano pueda producir ya una maravilla que supere a este juego tan interesante e instructivo! Gracias a estas piezas tan sencillas he aprendido que un soberano nada vale sin el auxilio y la fidelidad de sus súbitos y que en ocasiones hay que pasar por el trago amargo de perder una de ellas, desde la de menos valor a la más importante, para conseguir la victoria final.”
FRANCESC LLUIS CARDONA
“Mitología del ajedrez”

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