sádico camino a la grandeza
WHIPLASH: MÚSICA Y OBSESIÓN
data: http://www.imdb.com/title/tt2582802
Éste es un juego de dos: Andrew y Fletcher; un novel baterista y un sádico profesor que enseña el camino de la excelencia. Todo se reduce a un principio: la anécdota en la que Jo Jones le revoleó un platillo ante un error de un joven Charlie Parker; Parker guardó la bronca, durante un año de práctica, hasta responderle con uno de los mejores solos de la historia. Por unos platillos tirados a la cabeza, había nacido Bird. Fletcher tiene un objetivo: llevar a sus elegidos al límite, hacerlo ir más allá de lo que ellos mismos creen poder, triturarlos y volverlos a armar. Aunque en el medio queden los pedazos, el fulgor de la meta opaca los daños colaterales al ser humano.
El guión del director Damien Chazelle es una muestra perfecta de concentración dramática. Los personajes secundarios son marginales al conflicto central entre Andrew y Fletcher. La trama se sostiene en la dinámica de los protagonistas y nunca decae. Hay otro pilar imprescindible en esta historia: la música. Y la música no como producto final, sino como esos retazos esmerilados ensayo tras ensayos, gemas burdas que hay que trabajar. Fletcher atormenta con fragmentos, repite una y otra vez la misma sección de la pieza, mostrando todo el trabajo que hay detrás de la ejecución limpia y perfecta de la noche del estreno.
Lo que “Whiplash” reflexiona es cómo logramos la excelencia. Y nos deja picando una gran duda: aunque logremos el resultado, ¿humanamente vale el camino? En el método de Fletcher hay varios peros. El primero es si se puede crear en un ambiente de miedo, en un contexto de humillación constante. ¿Sólo cuando se quiebra la moral del alumno, se logra la rebeldía para llegar a las cimas máximas de la técnica? Tenemos nuestras dudas sobre la eficacia del método. Porque ahí está esa maldición del elitismo: músicos que logran la perfección para que los alaben otros músicos, pero a la perfección que alcanzan carece de alma. Música que no nos conmueve, que no nos lleva a otro nivel, música para el exclusivo club de los entendidos. En algún momento Fletcher se queja de que el jazz está muriendo por falta de rigor. Tal vez sea exactamente lo contrario: se ha hecho tan sofisticado que ha perdido cierto tono lúdico. (No debería llamar la atención: reemplace “música” en los renglones anteriores por “pintura”, “fútbol” y no cambiará el sentido de lo escrito).
“Whiplash” es un título tan perfecto como la película: hace referencia a la pieza musical que escuchamos, una y otra vez, compuesta por Hank Levy; también a que en inglés significa “latigazo”. Latigazos cuando toca la batería; latigazos que se descargan sobre la espalda de Andrew. Todo cierra en una sola palabra. (El agregado de “Música y obsesión” es otro de los sacrilegios habituales de los que titulan por estos lados).
La otra crítica al método de Fletcher es cuántos quedan en el camino, a cuántos tipos se destruyó por la búsqueda del genio. ¿Es un buen precio a pagar? ¿Es un mundo mejor aquel con cientos de artistas frustrados por el rigor del aprendizaje alejados del arte compensados por la existencia solitaria del genio? Seguramente, el planteo es engañoso. No es una cosa y otra, no hay una oposición. Implícito, en ese postulado, está la visión elitista del arte. Los profesores de música están ahí como una barrera para la masa, un paraíso para pocos elegidos.
Otra idea gira alrededor de la trama de “Whiplash”: la tiranía de la jerarquía. Fletcher puede imponer su plan de humillar y arrasar porque tiene poder. Porque ante un capricho de él, sus estudiantes verán arrebatada su carrera. Que alguien tenga tal poder es el problema. Aunque ese poder sea sólo una ilusión. Pero el solo hecho de que se lo crean ya es dañino. Que alguien tenga tal capacidad de arbitrariedad sugiere que hemos seguido un mal camino. (Ese poder está dado, paradójicamente, por los mismos humillados; vale reflexionar en ese punto).
Un apunte más: cuando vemos el nivel de egocentrismo con el que se forman los músicos en el método Fletcher, el grado de agresividad con el que se tratan entre ellos, la competencia malsana, el desprecio al compañero de la orquesta, ¿se puede tocar buena música en ese ambiente? ¿Qué tipo de arte en grupo se puede lograr de ese modo? Algo de eso sobrevuela en el diálogo del almuerzo familiar en el que el padre de Andrew pregunta si Lennon y McCartney no se conocían en el colegio. ¿Con quién vas a tocar si no es con tus amigos? Andrew busca un camino distinto, en el que se despega del resto, en el que no hay otra cosa que su leyenda, su propia grandeza. La confrontación con la novia Nicole refuerza esta obseravción. En la ruptura de Andrew hay mucho de esa soberbia; Nicole pone el dedo en la llaga: Andrew no puede estar con ella, porque él es tan superior que ella va a terminar sintiéndose mal al estar a su lado. La última conversación con Nicole sugiere que los caminos de Andrew y Nicole son divergentes; decisiones de vida, maneras de ser.
Esta escena anticipa el soberbio final. Porque ante todos los peros que expresamos anteriormente, en el desenlace (ojo, spoilers, salten al otro párrafo los que no vieron la película), frente al éxito del Método Fletcher tendemos a rendirnos ante el resultado. Andrew pasó su límite y en su momento de reafirmación vemos en Fletcher ese brillo en la mirada que estaba ausente. Fletcher creó al monstruo y lo libera en ese último concierto. La línea entre la destrucción y la consagración es muy fina. Pero Andrew, ante el derrumbe, se rebela con arte. Fletcher coordina con el genio, juegan juntos, lo ve pender sobre el hilo del alambre y anticipa que va a volar. Para Fletcher es también su éxito: es la prueba de que ha sido lo suficientemente bueno para formar al genio. La cara del padre de Andrew espiándolo por la rendija de una puerta lateral del escenario es un claro síntoma: no lo reconoce. Si en todas las charlas previas, se adivinaba cierto escepticismo sobre los logros de Andrew, en ese solo final, el padre está sorprendido. Comprende en ese instante que su hijo está en otro nivel, un nivel que nadie pudo intuir. Excepto Flechter. He ahí la paradoja. Y en ese desconocimiento hay algo macabro, cierta turbación por el camino que abrazó su hijo.
Antes de terminar: Fletcher es JK Simmons. Lo suyo es total y absolutamente brillante. Tiene un Oscar en el bolsillo, si no es afano y eso que está Mark Ruffalo en la lista.
Mañana, las mejores frases.