Aquella piel que cubría los huesos de un hombre sin fuerzas y de mirada perdida parecía salir de Auschwitz, pero venía de estar enterrado en vida durante 532 días en una cueva encharcada al lado del río Deva bajo un taller mecánico en Mondragón, Guipúzcoa.
Sólo la intuición de un guardia civil permitió descubrir aquél 1 de julio de 1997 que el emparedado estaba oculto bajo una enorme máquina que lo sellaba.
Los cuatro secuestradores se negaban a confesar dónde estaba. Sabían que nadie podía extraerles la información porque la Guardia Civil estaba vigilada y debía evitar toda sospecha de malos tratos.
Al entrar en prisión estarían asesinando sádicamente a Ortega Lara. Moriría abandonado en aquella tumba y muchos años después, cuando desmantelaran el taller, aparecerían sus huesos.
No es una película de terror. Es una historia terrorífica que doce días después continuaba con la sádica ejecución de otro secuestrado, Miguel Ángel Blanco, concejal del PP de Ermua, Vizcaya.
Se supone que era la venganza etarra por la liberación de Ortega y la detención de sus secuestradores, uno de ellos Jesús María Uribechevarría.
Ahora Uribechebarría padece cáncer de riñón y otros heroicos gudaris, etarras presos y sus ramas políticas legalizadas por el Constitucional, exigen su libertad con huelgas de hambre.
Amedrentados, los médicos de un hospital vasco tendrán que diagnosticar que está moribundo, aunque fuera falso. Harán igual con otros supuestos enfermos graves.
La ley, entonces, permite su liberación, pero también que continúe en prisión. La libertad es una concesión del Gobierno, no una exigencia legal. Que pague su delito. Es justicia, no venganza.
Que muera dignamente, con buena atención sanitaria, pero en prisión, no vaya a ser que cada moribundo decida emprender una yihad con muchos muertos sabiendo que morirá felizmente entre compadres.
Las huelgas de hambre son voluntarias, y un día Zapatero-Rubalcaba se acobardaron ante una del 25 veces asesino De Juana Chaos: lo pusieron en libertad, y ahora se ríe sádicamente de los blandengues, pavoneándose mudo adelante.
-------
En ciertas ocasiones al cronista le gusta especialmente esta tira.
SALAS