Revista Comunicación
El terror psicológico coloca al espectador ante la duda de si lo que ve en la pantalla ocurre 'realmente' o solo dentro de la mente de la protagonista. La presencia de un asesino como Jason Voorhees es indiscutible, tampoco hay duda de la existencia de un ser de los sueños como Freddy Krueger -aunque los adultos no crean en su existencia-. Pero sospechamos que las presencias que percibe Carole (Catherine Deneuve) en Repulsión (1965) son el producto de un trastorno psíquico. En este sentido, Saint Maud -ópera prima de la británica Rose Glass- no propone nada nuevo. Las ideas delirantes de la enfermera Maud -estupenda Morfydd Clark- parecen haber salido de una mente que ha perdido contacto con la realidad... o no. Lo interesante de la historia que propone Glass es que Maud no cree ser perseguida por fantasmas o demonios, ni teme ser poseída por el Diablo. Maud cree que habla con Dios. Como Juana de Arco, nadie se la tomará en serio, y ella misma decidirá emprender una misión 'divina': salvar el alma de Amanda (Jennifer Ehle), una bailarina con cáncer terminal. Saint Maud ofrece el esperado catálogo de sustos, truculencia y gore de una película de género, y además, las peculiares características de su personaje permiten un discurso retorcido y oscuro sobre la moral -hipócrita- de nuestra sociedad y sus vicios: Amanda fuma y bebe sin parar y, además, es lesbiana. Todo eso choca con los valores católicos extremos de Maud, que verá al mismísimo demonio en la persona a la que debe cuidar. De atmósfera opresiva y con más de una escena brutal, Saint Maud, es una contundente propuesta que dejará su huella en el espectador, aunque quizás se habría beneficiado optando por quedarse en la ambigüedad, antes que tomar partido sobre si la historia que hemos visto es real o fantástica.