Continuación.
En el Paraninfo de la Universidad de Salamanca...
El acto patriótico transcurría de forma normal hasta que le tocó hablar al profesor Francisco Maldonado, quien arremetió contra vascos y catalanes a quienes calificó como "cánceres en el cuerpo de la nación que el fascismo, que es el sanador de España, sabrá como exterminarlos, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos".
Alguien presente en el acto acompañó la disertación con un “¡Viva la muerte!”
Luego intervino José María Ramos Loscertales, catedrático de Historia, un liberal reconvertido a la causa, quien dijo: “¡Estudiantes salmantinos, entráis en la vida cuando se ha hecho milicia!”
José María Pemán echó más leña al fuego haciendo una evocación histórica del glorioso pasado español, concluyendo con “Muchachos de España: hagamos cada uno en cada pecho un Alcázar de Toledo.”
He de decir que cuando comenzó el acto yo estaba bastante tranquilo y sereno, pero que con el transcurso del mismo acabé por enojarme y finalmente estallar. Aunque estaba especialmente enfadado por el agravio hecho a mi persona, como vasco, al haber nacido en Bilbao, comencé mi intervención centrándome en aquella incongruencia del “Viva la muerte” que alguien había tenido la insensatez de pronunciar al no percatarse de que tal expresión constituía “una paradoja repelente”.
Aquello no gustó demasiado a los mandos militares que allí se habían dado cita. Y menos les gustó lo que dije a continuación.
“Ya me conocéis y sabéis bien que soy incapaz de permanecer en silencio. Porque a veces, quedarse callado equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Y hay cosas que aquí se han dicho con las que no estoy en absoluto de acuerdo.”
Recordé a todos que Millán Astray, allí presente, era un mutilado de guerra al que le faltaba un ojo y un brazo. Y que si Dios no lo remediaba muy pronto iban a haber en España muchísimos más por culpa de esta guerra incivil. Porque la barbarie de unos nunca puede justificar la de los otros. Y los excesos republicanos no pueden servir de pretexto para que ahora otros hicieran lo mismo. Todo acto de bondad es una demostración de poderío, no lo contrario. Hay que mostrar la grandeza de uno mismo siendo mejor, no peor.
“A las catorce obras de misericordia de la doctrina cristiana –decía-, habría que añadir una más, y es el de despertar al dormido. Cuando el dormido lo hace al borde de una sima, el despertarle es mucho más misericordioso que enterrarle después de muerto.” (5) Yo estaba dormido, confiado, y a punto de caer en esa sima. Afortunadamente desperté y al abrir los ojos pude ver el abismo en el que estuve a punto de precipitarme.
«¿Sois felices?», pregunta Caín en el poema byroniano a Lucifer, príncipe de las tinieblas, y este le responde: «Somos poderosos».
Es de gentes cristianas hacer el bien y no el mal. Pero para ello debemos estar dispuestos a ser compasivos, a perdonar a los demás, a apiadarnos de sus miserias y de sus infortunios. “Sentimos, en efecto, una satisfacción en hacer el bien cuando el bien nos sobra, cuando estamos henchidos de compasión.”(6) No es este el caso. Por ninguna parte veo caridad o perdón entre los que dicen profesar la doctrina de Cristo. Y el odio que no deja lugar a la compasión puede vencer pero no convencer.”
En ese momento del discurso, Millán Astray no pudo aguantar más y alzó la voz desde el estrado diciendo: “¡Muera la inteligencia!”, expresión que fue aplaudida por los falangistas allí presentes. No sé de dónde saqué la entereza y la lucidez suficientes para continuar diciendo: “Este es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.” (7) Aquello fue lo último que pronuncié en territorio universitario, mi despedida del mundo académico, mi última lección en aquel templo del saber, ocupado ahora por gentes muy alejadas de inquietudes intelectuales, por un atajo de usurpadores que habían sustituido al amor hacia la cultura por el culto a la violencia y a la intransigencia. Después de pronunciar estas palabras se hizo un breve pero denso silencio que podría perfectamente cortarse con un cuchillo, no más de un par de segundos que a mí se me antojaron muy largos. Luego todo pasó muy rápido. El acto se dio por concluido. Millán Astray, enojado pero controlando la situación en todo momento, se levantó del estrado y me espetó: cójase del brazo de la señora o no respondo de lo que pueda pasar. Y salí de allí entre gritos, insultos y saludos falangistas, que de no ser por ir en compañía de la mujer de Franco posiblemente allí mismo habrían acabado mis días. Camino del coche del brazo de Carmen Polo, rodeado de una multitud encabritada que me insultaba, me sentí un poco como don Quijote, derrotado y vilipendiado. El héroe vencido es siempre objeto de burlas, escarnios y humillaciones. El héroe es un solitario, un incomprendido. Tan sólo eso: un pobre loco. Así me sentía yo. Luego vino el arresto domiciliario. La destitución como rector de la Universidad. Y dos meses largos después, cuando expiraba el último día del año 36, triste, vencido y roto como lo estaba España en aquellos momentos, despreciado por unos y odiado por otros, yo también decía adiós a este mundo. Morí de “mal de España”, que diría Ortega y Gasset. Aunque los médicos certificaron mi fallecimiento por causa de una “congestión cerebral”, yo ya estaba muerto desde hacía un par de meses, enmudecido y roto por la barbarie desatada. Mi aspecto ceniciento y gris ya dejaba entrever el cadáver viviente en que me había convertido desde los sucesos del Paraninfo de la Universidad. (8) “Los pobres soñadores que se creen despiertos y, sobre todo, los pobres energúmenos o poseídos del dogma de su ensueño no llegan a comprender esta conciencia de la Historia.” (9) _____________________ (5) Frases textuales entresacadas de Del sentimiento trágico de la vida. Alianza Editorial. Madrid, 1997. (6) Op.Cit. (7) Thomas, H.: La Guerra Civil Española, Grijalbo, Barcelona 1976. (8) Luciano G. Egido, Agonizar en Salamanca. Tusquets editores. Barcelona, 2006. (9) Ayer, hoy y mañana. Op. Cit. en la anterior entrada. Fragmentos de un capítulo de "En la frontera"