Lo que no podía imaginar entonces es que el autor de este libro empezaría enseguida a resultar molesto a los partidarios de Franco y que se lo quitarían de en medio en la primera oportunidad que tuvieran, acusado injustamente de estraperlista, ejecutado en el paredón reservado a los traidores de España. Pero entonces, al inicio de la guerra, todos formaban una piña junto a Franco. No había fisuras. Eran tiempos en que el general no se había apropiado todavía del movimiento falangista. Por estas y otras cosas yo les di un voto de confianza. Pero mi apoyo duró poco más de dos meses. Del entusiasmo pasé a la decepción. Empecé a ver cosas que no me gustaban. Detenciones, persecuciones, ejecuciones. Fusilamientos tras juicios sumarísimos. Gente perseguida por sus opiniones o por su credo religioso… Ya en agosto, cuando arriaron la bandera republicana del ayuntamiento de Salamanca no acudí al acto. Tras el envío de la Legión Cóndor por parte de Hitler en apoyo de Franco se me despejaron todas las incógnitas: nadie quería salvar la república ni la cultura occidental librepensadora que se había consolidado en Europa. El objetivo era instalar un régimen autoritario fascista al estilo de Italia o Alemania. Comenté en alguna ocasión: ”Cuando se sepa la historia contemporánea, la actual, la de hoy, de aquí a cien, a quinientos, a mil años, y los de entonces se enteren de cómo la estamos viviendo sus actores, se asombrarán de nuestra ceguera.” (4) Eso dije una vez y lo mantengo. En efecto estábamos ciegos. Yo, el primero de todos. No podía dar crédito a lo que estaba viendo y viviendo en aquellos días desde que estalló la guerra. No había intención de salvar a nadie, de recuperar la esencia de la patria, de reconstruir nada. Lo único que vi por todas partes era sed de venganza, violencia, ajustes de cuentas, rapiña… Así no se rehace un país tan castigado como el nuestro. Fue el miércoles 12 de octubre cuando tuvo lugar el incidente en el Paraninfo de la Universidad. Allí concurrían altas personalidades académicas y militares afectas al golpe. En el estrado estábamos Millán Astray, la esposa de Franco y un servidor. Yo no tenía previsto intervenir, pero la cosa vino rodada. Aquello no era otra cosa que la escenificación de otra página absurda y grotesca de nuestra existencia y de nuestra historia. El hombre, en su finitud existencial, es un ser lanzado al teatro del mundo, situado en la tragicomedia del existir. Con paso vacilante se mueve entre la luz del ser y las tinieblas de la nada. Caminando angustiado entre la niebla de su existencia, se pregunta si todo no será más que un sueño. Y en ese sueño probable, el único lujo que se puede permitir es el de ser auténtico y sincero consigo mismo y con los demás. Porque de razones vive el hombre, de sueños sobrevive y de honradez perdura en la memoria de los demás.
(Continúa)
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(1) Suárez, L.: Franco. Crónica de un tiempo, Actas, Madrid 1999.
(2) Carta enviada a Valentín Hernández el 14 de octubre de 1984, citado por Dolores Gómez Molleda en El socialismo español y los intelectuales. Ediciones Universidad de Salamanca. 1980.
(3) J. Pérez de Cabo, Arriba España. Madrid 1935. Prologado por José Antonio Primo de Rivera.
(4) Ayer, hoy y mañana, artículo publicado el 27 de marzo de 1936.
Fragmentos de un capítulo de "En la frontera"