Debates historiográficos
Entre el conjunto de los historiadores y otro tipo de autores, tanto portugueses como internacionales, que trabajaron el tema del Estado Novo, existieron (y siguen existiendo aún) una serie de debates historiográficos sobre la consideración de diferentes aspectos del régimen y del propio régimen en si mismo. Este debate sobre diferentes aspectos del Estado Novo, lo tenemos que enmarcar en un debate más amplio sobre cómo deberíamos llamar a este régimen, si lo podemos considerar fascista o si, por el contrario, debemos de emplear otros términos que pudiesen ser más definitorios de la naturaleza política e ideológica del régimen. Por las características de este artículo, no podremos asumir la totalidad del abanico de debates que hubo (y hay todavía) en torno a la naturaleza del régimen y también en relación con sus características, pero trataremos de sintetizar parte de todo este panorama.
Cuando a partir de los años 50, comienzan a proliferar los primeros estudios sobre el fascismo y sobre regímenes considerados “fascistas”, como, por ejemplo, los primeros trabajos de Renzo de Felice, casi se monopolizaron las visiones cara la Alemania nazi y la Italia fascista, en paralelo a la concepción y desarrollo de las teorías del totalitarismo, tal y como las entendían autores y autoras como Hannah Arendt. Algunas veces estos estudios citaban también al franquismo, pero el resto de regímenes dictatoriales de los años 30 ni siquiera se mencionan.
A partir de los años 60, y ante la necesidad conceptual de diferenciar a los citados regímenes alemán e italiano, de regímenes como el franquista, el austríaco de Dollfuss, o el salazarista, el régimen portugués comienza a ser mencionado en los trabajos académicos.
Cuando Juan José Linz en 1964 postula su término “autoritarismo” para hablar de la naturaleza del régimen franquista, enseguida algunos autores como Stanley G. Payne acabaron metiendo al régimen del Estado Novo y a otros regímenes similares dentro de este nuevo concepto, que los diferenciaría, según su grado de falta de libertad y represión, de los regímenes totalitaristas nazi alemán y fascista italiano.
En paralelo a este debate, también se desarrolló el debate sobre la consideración de si debemos considerar al régimen salazarista, según su ideología política, como fascista o, si por el contrario, deberíamos emplear otros términos. El abanico de términos empleados por diferentes autores para definir al Estado Novo según su ideología política es amplísimo, aunque la mayor parte de ellos los podríamos meter en varios grupos de términos.
Autores como los ya citados Payne y Linz (taxonomistas), en consonancia con la consideración de regímenes como el portugués dentro del concepto de autoritarismo, también trataron de desvincular a este tipo de regímenes de cualquier elemento que se pudiese considerar propiamente “fascista”, atribuyéndoles un simple carácter no democrático.
Otros autores como Joao Medina o María Filomena Mónica, consideran al salazarismo simplemente como un régimen conservador o tradicionalista donde siguen dominando los mismos grupos socialmente dominantes en regímenes anteriores, y con una mentalidad bastante ruralista.
Otro grupo de autores consideraron al caso portugués como un caso único y especial en comparación con el resto de las dictaduras del momento. Argumentan que la sociedad portuguesa del momento era una sociedad especial, que ideológicamente se situaría en una mezcla única de catolicismo y conservadurismo que rechazaba mayormente la “modernidad”, que apenas se movilizaba políticamente, y con un régimen dictatorial que ejerce su poder de una manera particular y diferente a los regímenes “fascistas”. Sería una posición más ambigua. Es el caso de autores como Braga da Cruz o Costa Pinto.
Ya dentro de los autores que incluyen, de una manera u otra, el término “fascismo” para definir al régimen del Estado Novo, hay un grupo de ellos que defienden la posición de un fascismo particular portugués. Gente como Herminio Martins hablaría de un “fascismo peculiar”, mientras que un autor como Manuel de Lucena definía al salazarismo como un “fascismo sin movimiento fascista”.
Por último, podemos considerar al otro grupo de autores que usan el término “fascismo”, autores que simplemente emplean el término “fascismo” sin paliativos. Normalmente son autores que militaron políticamente en la oposición al régimen salazarista, mayormente dentro del Partido Comunista Portugués. Es el caso de autores como Manuel Villaverde Cabral o Fernando Rosas.
Este último, fue muy crítico con los taxonomistas, a los que criticó en dos grandes aspectos, según su perspectiva: la falta de crítica en el empleo que hacían los taxonomistas de las definiciones que empleaba el régimen para definirse a sí mismo, y la no visualización del régimen salazarista portugués por parte de los taxonomistas como un fenómeno dictatorial fascista con variantes propiamente portuguesas (de la misma manera que ocurriría también en el resto de países), pero dentro del panorama general europeo de crisis de los regímenes liberales y del ascenso de regímenes dictatoriales de carácter fascista, y por lo tanto, equiparable a estos regímenes.
Conclusiones
A partir de todo lo anterior, trataremos ahora de elaborar unas conclusiones propias sobre el tema, además de intentar responder a la cuestión sobre si el régimen del Estado Novo se puede considerar fascista o no.
Podemos pensar que el régimen salazarista, por lo menos en sus primeros años, tendría más similitudes con la dictadura de Primo de Rivera en España que con la de Mussolini en Italia, básicamente por tres razones: la primera de ellas, por la proximidad española, un factor clave a nivel geoestratégico que los gobiernos portugueses de cualquier signo y régimen político tuvieron muy en cuenta de una manera u otra, que también acaba por influir en la transmisión de ideas, y que para el caso que nos ocupa, haría de la dictadura de Primo de Rivera un modelo de régimen político a seguir por parte de los militares portugueses que hicieron el golpe de Estado de 1926; la segunda, por la forma de llegar al poder, un golpe de Estado militar triunfante con muy poca oposición, donde los poderes salientes, en vez de enfrentarse a los poderes entrantes, les ceden “pacíficamente” el poder; y la tercera, por la forma de gestión del poder, que mezcla según los momentos, la manera militar de gobernar, el conservadurismo político, y la “gestión” según la entienden los tecnócratas.
A partir de mediados de la década de los años 30 y prácticamente hasta el fin del régimen salazarista, esa influencia anterior que ejercía el régimen de Primo de Rivera, podríamos decir que continúa, aunque de una manera diferente, con el régimen franquista: por una parte, por las semejantes cronologías y las propias circunstancias históricas de ambos regímenes, que consideramos bastantes paralelas, ya que fueron regímenes de larga duración, que desde ese momento de la década de los años 30 y hasta mediados de la II Guerra Mundial, experimentaron una fuerte influencia del fascismo, más en el caso franquista que en el portugués; que desde mediados de la II Guerra Mundial y hasta la década de los años 50, sobreviven a los procesos democratizadores que se producen en ese momento en el contexto internacional, y que hacen reactivar a la oposición a estos regímenes; y que desde los años 50 hasta el fin de ambos regímenes, sirven como garantes del anticomunismo (e incluso como aliados) para el bloque capitalista mundial en el contexto de la Guerra Fría. Por otro lado, en el apartado político e ideológico, hablamos de dos regímenes (el franquista y el salazarista) que en buena medida tienen que improvisar y elaborar mientras gobiernan, sus respectivas institucionalizaciones como regímenes, y además, serían regímenes que ideológicamente serían una amalgama de muy diferentes personas y pensamientos, y que constantemente tienen que mirar por los equilibrios de poder internos.
Por lo tanto, y a raíz de esta visión, ¿cómo podríamos definir al régimen salazarista? Consideramos que el régimen salazarista se podría definir como “tradicionalista ligeramente fascistizado”.
Esta definición tiene su razón de ser en varios motivos: en primer lugar, no consideramos que el régimen naciese como un régimen “fascista” en el sentido más estricto del término, sino como un régimen militar extremadamente conservador no muy diferente a los de dictaduras portuguesas (y de otros países) previas y cronológicamente anteriores al propio nacimiento del fascismo; en segundo lugar, porque consideramos que la influencia del fascismo no régimen del Estado Novo fue muy ligera y muy marcada cronológicamente en el período 1936-1942, en tercer lugar, porque el régimen aplastó al verdadero fascismo endógeno portugués, el del Movimento Nacional-Sindicalista de Rolão Preto; en cuarto lugar, porque el régimen salazarista no cumplía con muchas de las características políticas y sociales que se consideran esenciales para caracterizar a un régimen fascista en el sentido estricto del término tales como la gran movilización política de las masas, el gobierno de un líder carismático, o la presencia de un partido único de masas fuerte que casi supedite las funciones del Estado; en quinto lugar, y a diferencia de lo que decía la teoría fascista, había una muy fuerte influencia de la religión (catolicismo) en todos los aspectos relevantes de la política y de la sociedad portuguesa, casi era inseparable del concepto de nación portuguesa; en último lugar, porque, a diferencia de los fascismos, el salazarismo rechazaba cualquier tipo de modernidad, incluso la “modernidad” tal y como la entendían regímenes como el nazi alemán o el fascista italiano.
Pedro Caramelo (a.k.a. Simón de Eiré, a.k.a. “el boinas”)
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