Revista Cultura y Ocio

Saldar cuentas

Por Aceituno

Creo que, si alguien no sabe que estoy enfermo, puede leer muchos posts del fotonauta y no llegar a descubrirlo. Sin querer estoy redactando con un tono bastante enérgico, como muy vital y muy seguro de mí mismo. Al menos así me lo parece cuando releo algunas reflexiones de días pasados y la verdad es que no me disgusta, al contrario, me gusta mantener el espíritu bien arriba más que nada porque yo siempre fui así.

Cualquiera podría pensar que la noticia de que tengo un cáncer incurable me iba a tirar hacia abajo e iba a restarme energía y vitalidad. Pues sí, me la resta. En realidad casi todo el tiempo estoy fingiendo porque no quiero pasarme los últimos años de mi vida en un estado depresivo. Sería un bajón para mí y para los que me rodean. He decidido instalarme en este estado de optimismo por respeto a la vida. Esto me permite mirar cara a cara al cáncer y llamar a las cosas por su nombre. Me permite seguir siendo como yo era antes de estar enfermo: ácido, sincero, reflexivo y honesto. También me permite mantener un diálogo muy transparente con Carolina, mi chica, y en general con todo el mundo. Me permite hablar de la muerte con franqueza y sin tapujos. Y sobre todo me permite mantener al día el fotonauta. Sería imposible intentar reflexionar y escribir si no fuese plenamente consciente de lo que me está sucediendo y lo que es peor, sería una farsa de cara a todo aquel que lo leyera.

Cuando hablo de fingir me refiero al tono vital con el que me desenvuelvo por la vida. No quiero que se entienda mal, porque esto del fingimiento da lugar a muchas equivocaciones. A mí me parece que si fuese cien por cien sincero estaría un poco depre y muchas de las cosas que hago las dejaría de hacer porque total para qué si me voy a morir pronto… Seguramente ya no me emocionaría ante nada y no dejaría que nada me sorprendiese. Sería un ser que ni siente ni padece, que simplemente espera su hora final con la resignación con que un hipopótamo espera el invierno, un muerto en vida que no sabe más que contagiar pesadumbre y desánimo a cualquiera que estuviese lo suficientemente cerca.

De manera que decidí no ser así. Como decía antes, por respeto a la vida y a la gente que me rodea. Por ejemplo, cuando tengo ganas de llorar procuro que mi chica no me vea. Me parece que eso no es mentir ni engañar porque ella sabe perfectamente que en realidad estoy destrozado por dentro y lo único que de verdad quiero hacer es llorar por los rincones y maldecir mi mala suerte. Pero prefiero mantener ese tono vital lleno de energía. El resultado es una calidad de vida muchísimo mejor para todos porque me permito el lujo de reír, de sorprenderme, de hacer planes y de estar activo. Por eso la imagen de hoy es una brújula, como metáfora del movimiento, de la iniciativa, del no querer perderse o, mejor dicho, del querer perderse para poder reencontrarse. Digamos que he optado por esperar a la muerte viviendo la vida, lo cual, dicho sea de paso, es lo que aconsejo a todo el mundo porque a fin de cuentas ¿quién nos dice que finalmente no se muere antes alguno de los lectores de este blog que yo mismo?

No debemos esperar a mañana para saldar cuentas con nosotros mismos, para hacer las cosas que nos gustan ni para decir esas cosas que siempre postergamos porque pensad que todo es posible, incluso es posible que muera en un accidente de tráfico, por ejemplo, en vez de por culpa del cáncer. Y ese, creo yo, es el verdadero aprendizaje de todo esto: vivir la vida mientras esperamos a la muerte.


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