¿Recuerdas cuando jugabas? Cuando eras un niño y podías pasar muchísimas horas jugando, sin que nada te preocupara, inventando e imaginando cualquier cosa que te pareciera divertida. Podías hacerlo solo o con amigos. Eran sin duda, los mejores momentos.
El juego es una actividad sumamente importante en la vida de un niño; a través de él, el niño imita, reproduce, investiga y se relaciona socialmente; se relaciona con el entorno, agrega ideas nuevas a las previas; de forma tal que a través del juego el niño aprende más y de una forma que disfruta. Todo esto es un proceso fundamental para su mejor desarrollo físico, emocional e intelectual.
Pero, ¿qué pasa con el juego?; ¿cuándo dejamos de jugar? A medida que crecemos, los adultos dejamos de jugar, por miedo a ridiculizarnos o por falta de tiempo, dado que conforme vamos creciendo aumentan las obligaciones; y también por factores culturales, sobre todo porque creemos que el juego es exclusivo de los niños; además las sociedades modernas frecuentan restarle importancia a los momentos de compartir juntos en familia.
Sin embargo, son muchos los beneficios que nos dio el juego, y muchos también los que nos puede dar en la edad adulta. Para el adulto es una actividad placentera que funciona como calmante y permite relacionarnos socialmente con las demás personas en un ambiente relajado y libre de tensiones; eleva nuestro estado de ánimo y por tanto la liberación de endorfinas (hormonas del placer), por lo que aumentan las defensas del organismo. Nos ayuda a combatir el estrés y a desarrollar la creatividad.
Como vemos son muchos los beneficios, pero los adultos nos hemos olvidado de jugar y peor aún, ya no le enseñamos a jugar a nuestros hijos. Nos quejamos de que los niños de hoy día no juegan y solo pasan pendientes de la televisión, los videojuegos o el computador. ¿Pero que pasa durante las vacaciones y el tiempo de ocio en los cuales tampoco lo hacemos?
Pues a jugar se ha dicho. El juego es una excelente forma de iniciar el diálogo en la familia. Prueba con un juego de mesa; te vas a divertir y dormirás mucho más relajado; además de la satisfacción que haber dedicado tiempo a la familia te va a producir.
El juego es disparador de emociones. Jugando se puede ver de qué forma se relacionan en su forma más simple las personas, cuáles son sus tácticas; e inclusive se puede ayudar a moldear conductas. Debe ser una actividad espontánea y libre; en donde tanto niños como adultos podamos relacionarnos sin imposiciones ni reprimendas; juguemos como iguales.
Con los más chicos, prueba a jugar a las escondidas. Piensa cuál es el juguete que más te gusta de todos los que has comprado a tus hijos e invita a tu niño o niña a jugar. Son muchos los adultos que compran juguetes a sus hijos porque de niños lo desearon, quizás les parecen lindos o quieren jugar a escondidas. No te apenes, mira qué montón de beneficios te da jugar aunque sea por un corto tiempo.
No olvides los juegos tradicionales, brincar la cuerda, jugar trompos, escondidas, cantar, etc; son cosas que te harán sentir muy feliz, relajado, saludable y sobre todo con más armonía familiar.
Hay que proponerse mejorar nuestra condición todos los días; entonces juega un poco más y notarás la diferencia.
“No se deja de jugar porque se es viejo, sino que se es viejo porque se deja de jugar”, decía Bernard Shaw.
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