El creador del afropop, firmante de algunos himnos por la tolerancia y orfebre de un universo improvisado, encabeza el cartel de esta noche en San Antonio, con la libertad de expresión como telón de fono, y acaso quimera de luces y sombras, y las fiestas en torno a África que la Península Ibérica propone al mundo, un mundo ciego, sordo y medio carajote que camina a la deriva desde que le tocaron el bolsillo y la dignidad. Salif Keita luce nombre de medio defensivo con muchos kilómetros en lo alto y tela de pundonor. Su país, Mali, no se clasificó al primer mundial africano, pese a los esfuerzos de Kanouté, pero sus ritmos pertenecen a todos desde tiempos inmemoriales. Llega la voz de oro de África al Mundial de Periodismo. Con lo que gusta en Cádiz el mestizaje y el cachondeo.
Salif Keita (Djoliba, 1949) vive en París desde el año 84. Descendiente del fundador de Mali, el emperador Sundiata Keita, fue marginado por su propia familia, que pese a integrarse en la nobleza del país no pasaba de ser humilde, y luego por la sociedad de su país. En casa rechazaron sus intenciones de convertirse en cantante, y en las calles su condición de albino causaba tanto resquemor, tanto yuyu, que la gente escupía al suelo a su paso con tal de no mirarle a la cara. Ser albino, lo que entraña poseer una vista deficiente y adoptar tintes claro en la piel, se considera signo de mala suerte en la cultura mandinga.
La historia de Keita no difiere en exceso, salvo en estos condicionantes, de la trayectoria de numerosos músicos del mundo. A los dieciocho años cogió el camino hacia la capital de Mali, Barmako, por cuenta y riesgo, donde ejerció de músico ambulante, cantante callejero, artista de mala vida y buenos bares, hasta que fichó por la Rail Band, agrupación musical contratada en hoteles y establecimientos turísticos. Allí aprendió todos los trucos y electrificó la música africana, allí nació el rock africano, por así decirlo. El destino deparaba a Salif más aventuras: una estancia en Costa de Marfil con otro grupo llamado los Embajadores y, al fin, Europa, la tierra prometida, Francia es África con más negritos. París abrió las puertas, Keita grabó sus primeros discos, firmó por la compañía Island y en pocos años se erigió en cantante de primera división y ejemplo para generaciones venideras. Acuñó un estilo propio, inconfundible, basado en la tradición maliense en sano contagio con ritmos y sones europeos y americanos, basta con escuchar su obra maestra, Amén, del 91, disco producido por el gran Joe Zawinul, teclista y alma mater de Weather Report, que reúne a Keita con Carlos Santana y Wayne Shorter, entre otros, y cautiva a los amantes de la recién llegada world music y el jazz sin fronteras. Keita, como los maestros del jazz desbocado, cultiva el caos y la improvisación, además del pop elegante y bailable. Nunca se sabe con Salif Keita, que desembarca en España con nuevo disco, "La diferencia", y algunas fechas en torno al festival África Vive 2010: Cádiz, Madrid, Sevilla, Girona y Cartagena. Hoy canta en Cádiz junto a Konono 1, Da Brains y Njaaya.
Mayo 10, Cádiz, Diario de Cádiz