Cuando llega el fin de semana siempre apetece salir y hacer planes. Mi marido toda la semana trabajando fuera de casa y yo toda la semana con el niño a cuestas sin relevo ninguno, parece que llega el sábado y uno se merece salir, entrar, hacer recados, comer fuera si se tercia, ¿no?.
Yo cada vez estoy menos segura de eso. Sí, por una parte me apetece salir, aprovechar que está mi marido para hacer cosas fuera de casa. Pero, por otra parte, también me apetece aprovechar su ayuda para poner la casa al día, cocinar, ocuparme de mi misma... y tengo claro que si te pasas el fin de semana en la calle, no haces nada en casa. Al final llega el lunes y la casa está más desastrosa de lo que estaba el viernes.
A mi esto me pone de muy mala leche. En algún momento del fin de semana se me tuerce el cable viendo como está la casa y me pongo de mal humor porque todavía no he conseguido alcanzar el equilibrio perfecto. ¿Será que no existe?. No sé si debería resignarme a las pelusas o, por el contrario, debería encerrarme en casa con el trapo y olvidarme de salir a ningún sitio.