ALABANZA DEL DIOS CREADOR
Alabad al Señor en el cielo,
alabad al Señor en lo alto.
Alabadlo, todos sus ángeles;
alabadlo todos sus ejércitos.
Alabadlo, sol y luna;
alabadlo, estrellas lucientes.
Alabadlo, espacios celestes
y aguas que cuelgan en el cielo.
Alaben el nombre del Señor,
porque él lo mandó, y existieron.
Les dió consistencia perpetua
y una ley que no pasará.
Alabad al Señor en la tierra,
cetáceos y abismos del mar,
rayos, granizo, nieve y bruma,
viento huracanado que cumple sus
órdenes, montes y todas las sierras,
árboles frutales y cedros, fieras
y animales domésticos,
reptiles y pájaros que vuelan.
Reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo,
los jóvenes y también las doncellas,
los viejos junto con los niños,
alaben el nombre del Señor,
el único nombre sublime.
Su majestad sobre el cielo y la tierra;
él acrece el vigor de su pueblo.
Alabanza de todos sus fieles,
de Israel, su pueblo escogido.
Este salmo, invitando a ambas partes del mundo, la de arriba y la de abajo, la
sensible y la inteligible. Lo mismo hizo el profeta Isaías, cuando dijo:
“¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! (…), pues Dios ha consolado a su pueblo”
(Is 49, 13).
Nosotros somos invitados a unirnos a este inmenso coro, convirtiéndonos en
portavoces explícitos de toda criatura y alabando a Dios en las dos dimensiones
fundamentales de su misterio. Por una parte, debemos adorar su grandeza
trascendente, “porque sólo su nombre es sublime, su majestad está sobre el cielo y la tierra”
Dios está cercano a sus criaturas y viene especialmente en ayuda de su pueblo:
“Él aumenta el vigor de su pueblo,…su pueblo escogido” (v. 14), como afirma
también el salmista. Toda es bella la Creación y cuán bello es el Amado!.