Revista Cultura y Ocio

Salmo libresco

Por Calvodemora
Salmo libresco
Los libros son mapas tangibles de la felicidad. Mapas fiables de cómo funciona el mundo. Guías para no perderse. Cabe incluso la posibildad de que los los sean los mapas del desconcerto. Guías que no cumplen la función que les encomendaron. Porque ese mundo que registran en sus páginas no es una matera fácilmente estabulable, de manejo dúctil. No creo que haya otro objeto más venerable que el libro. Lo que tutela (esa forma encriptada de belleza y de inteligencia) hace que seamos lo que somos. Para malo o para bueno. Somos lo que los libros nos cuentan. También lo que no cuentan. No hay nada que no esté en los libros. La bondad y la maldad están dentro de su reino. Pero los libros que más me fascinan son los que no están enteramente a mano. Los que no se exhiben con la majestuosidad de las grandes bibliotecas o las baldas de las buenas librerías. Ni siquiera ésos bien amados con los que uno ha ido haciéndose. Hablo de los libros inesperados. Surgidos de improviso, ofrecidos en un capricho del azar, rendidos a nuestros sentidos cuando nada invita a que aparezcan. No sé en dónde está la calle de la fotografía. Sé que al fondo, a la derecha, hay libros. Que no estén a la vista, que se escondan, los hacen más valiosos. Imagino uno que quien los colocó allí no deseaba desprenderse de ellos del todo. Y ahí he pensado en el maravilloso oficio del librero. En el incontestable hecho de que lo vende es felicidad. Mapas fiables, guías. Conozco un par de ellos muy bien. Aprecio el placer absoluto de manejarse entre libros, el confort óptico, la certeza de que el mundo entero está en las estanterías, en las mesas en donde se apilan los volúmenes. No es la primera vez que escribo sobre libros y estoy seguro de que no va a ser la última. Creo que no hay nada de lo que escriba más a gusto. Casi nada que me conforte más. Son criaturas dóciles, argamasa sublime con la que levantar un templo en el que refugiarse y al que invitar a la feligresía cómplice. Hay dioses en las letras. A falta de otro rezos, elevo a diario mi plegaria con éstos.

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