Hola, amigos.
Hoy os dejo un extracto de: “El secreto de Los Dedos de Aignes”, una aventura en plena II Guerra Mundial, donde un pelotón de soldados debe realizar una incursión en territorio francés infestado de nazis. Y en pleno Desembarco sobre Normandía… el extracto corresponde al propio salto sobre territorio enemigo en pleno día “D”. Espero que os guste.
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“Entonces dio comienzo un infierno de vaivenes, turbulencias y destellos de munición antiaérea. Uno de los soldados situados en las primeras posiciones exclamó que los aviones habían perdido la formación y volaban desordenadamente. La velocidad del avión había aumentado de manera alarmante: no parecía el mejor escenario para que sus compañeros novatos efectuasen un salto exitoso; ni para él. Era evidente que los pilotos también se jugaban la vida al planear de aquella manera, arrojar la carga sobre un campo de batalla sembrado de baterías antiaéreas, y emprender el camino de regreso; así que parecía lógico que aumentasen la velocidad con el propósito de acceder al punto de lanzamiento lo antes posible sin recibir daño alguno. Un nuevo estremecimiento, seguido por el impacto de la munición de las baterías antiaéreas, confirmó la sospecha de James: aquel avión posiblemente no regresaría a casa.
Por fin la luz verde se encendió, y en menos de cinco segundos los paracaidistas de la 101 se arrojaron al vacío sin dudarlo. Su sargento; un tipo de mirada franca y poco corpulento, saludó al teniente Smith antes de abandonar el C47.
— ¡Vamos! –Ordenó el teniente agitando los brazos— Es nuestro turno. ¡Adelante!
James se arrojó al vacío y la adrenalina agudizó sus sentidos, acelerándole el corazón. A su alrededor el espectáculo era estremecedor: un millar de balas trazadoras iluminaban el firmamento y arrancaban chispas de las panzas de los C47, como si fuesen bestias de antaño acosadas por las flechas de los humanos. Cerca de él, un avión se estrelló contra una construcción de piedra, arrancando la vida a un buen puñado de soldados.
Su mirada recorrió el cielo tratando de localizar a sus compañeros, pero la cantidad de paracaídas desplegados le impedía localizarlos. Un segundo después su máxima preocupación fue eludir un grupo de árboles al que se aproximaba a una velocidad peligrosa. Encogió las piernas, pero fue insuficiente para evitar el impacto de una de las ramas sobre su pierna derecha. Al momento el pequeño cauce de un riachuelo fue el próximo obstáculo a eludir, y aunque el aterrizaje le había situado a apenas dos metros de distancia, el paracaídas se hundió sobre el agua, arrastrándole empujado por la corriente del río. Extrajo su cuchillo de campaña para cortar las correas de manera urgente antes de ser arrastrado río abajo.
Después de despojarse del paracaídas de repuesto, montar su fusil M1 que había viajado con él protegido por una funda acolchada colgada de su pierna, y tomar algo de aire para templar los nervios, se agazapó detrás de un pequeño matorral. La adrenalina comenzaba a dominar su cuerpo, y el golpe de la caída junto al impacto de la rama le mantenían doloridas las piernas. Se limpió el sudor de la frente mientras trataba de localizar el lugar en que se encontraba. Era imposible, ya que el estrépito de los aviones al planear a apenas un centenar de metros sobre su cabeza, acompañado por el rugido de las ametralladoras y las baterías antiaéreas, junto al horrible sonido de los C47 al ser derribados, le obligaban a permanecer en tensión constante aferrado a su fusil.”