Jueves 6 de noviembre, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo. Teatro d'Amore, música de Monteverdi y sus contemporáneos. Deborah York (soprano), Vincenzo Capezzuto (alto), L'Arpeggiata, Christina Pluhar (directora).
Llegaba a Oviedo la gira de Christina Pluhar con el nuevo espectáculo de su formación, de esos que nunca dejan indiferentes pero con dudas sobre las reacciones del público tras la reprimenda de Sir John Gardiner (que supuso renovar los consejos en el programa).
La apuesta en la programación por conciertos distintos en formato con "sorpresas" parece que vuelve a resultar vencedora, con hora y tres cuartos sin descanso mostrando o recobrando una salud a prueba de bomba, mínimo atisbo de envoltorio pero sin llegar a mayores.
La caja escénica acortada dejó los ingredientes bien servidos: una formación más allá del barroco, músicos completos capaces de ceñirse a Monteverdi dándole un toque actual sin perdernos nada del espíritu original, alternar con músicas tradicionales que suenan frescas y entremeses ligeros ante las llamemos "obras mayores", sin olvidarnos de las danzas teatralizadas de Anna Dego (realmente un espectáculo en sí con tarantellas y pizzica), la cocina resultó natural, ecológica y digerible para descubrimiento de muchos que ni siquiera han probado o conocían la larga trayectoria de la excelente tiorbista austríaca y sus apuestas aparentemente rompedoras pero que llegan a todos los públicos, especialmente aquellos sin complejos ni corsés, recuperando la juventud, o contagiándola, en las salas de concierto.
Hasta el programa de mano resultó completísimo: textos en italiano y español que dan para recreo lector además de auditivo pese a no contar con los "originales", la soprano Deborah York, algo corta en volumen pero comulgando de esa intimidad que desbordó todo el conjunto, y el impresionante Vincenzo Capezzuto, voz natural y divina, alto ideal en las canciones tradicionales de su Italia, hasta pareja de baile, sin olvidarnos de su "Amor" (Lamento della Ninfa del octavo libro de madrigales de Monteverdi) sentido y cantado como nunca, humano y divino desde la pureza. Hasta las notas al programa de María Sanhuesa son para guardar, conjugando talento y poesía, contagiada de un repertorio que sus palabras expresan a la perfección y con un final del que deseo extraer: "Los cortinajes del escenario de nuestros sentimientos caerán con el motete para voz, solista y continuo (...) De lo profano a lo sacro, amor, dolor, indiferencia, tarantulados, filósofos, asesinos... ¿vida y teatro no son lo mismo?".
Más que escribir de las obras, pues dejo el programa escaneado, esta vez quiero dedicarme a los instrumentistas que individualmente pudieron lucirse y también en conjunto, pese a una combinación tímbrica algo similar en cuanto a cuerdas punteadas pero sin estridencias, siempre rica en los formatos y presencias desde una dirección discreta aunque medida al detalle incluso en las improvisaciones.
Doron David Sherwin con el dificilísimo corneto sacó toda la rica paleta de un instrumento evocador de otros y con identidad propia, contracanto de violín, vocal, protagonista con pinceladas siempre de genialidad. Veronila Skuplik logró momentos virtuosos en improvisaciones, ciaccona y especialmene "La Vinciolina" de Mealli, Sonata para violín solo, op. 4 que fue acompañada muy tenue por la tiorba, intimismo y delicadeza llena de virtuosismos. El siempre triunfador (más en casa) David Mayoral capaz de hacer hablar un djembé o darbuka, manejar las castañuelas como si Lucero Tena se reencarnase y sobre todo dar ese colorido a cada obra, ritmo de jazz o tarantella italiana, subrayado de cada melodía con el instrumento preciso. Boris Schmidt al contrabajo siempre en "pizzicato" que convence desde la técnica y nos hace preguntarnos cómo no usarlo antes para Monteverdi, auténtico sustento sonoro y hasta melódico completando polifonía global. El grande, en todos los sentidos, Francesco Turrisi es un jazzman que no sólo le dio a las teclas del clave o el órgano positivo que en momentos puntuales, y como requerían algunos arreglos de Pluhar, parecía un Hammond®, sino que encumbró la melódica a protagonista (como en la Penguin Cafe Orchestra), "cantábile" intermedia entre la armónica popular y el teclado mayor, participando también con los parches en escenas bailadas.
Dejo para el bloque final a Margit Übellacker que sacó del salterio el brillo que necesitaba por momentos el clave o el órgano, completando paleta sonora, incluso con solos difíciles siempre en esa atmósfera de intimismo que la salud del respetable colaboró a mantener; Marcello Vitale con las guitarras barroca y "battente" alternó rítmicas y punteos, luciéndose como los flamencos en las canciones tradicionales cantadas y bailadas, como la clavecinista y organista Haru Kitamika de discreción intrínseca más por el resto "punteado" que por unas intervenciones siempre claras y bien ornamentadas aunque diluidas en esa nube de cuerdas.
Christina Pluhar mantuvo con la tiorba esa nebulosa de la que emergían puntualmente sus músicos, pero con dirección siempre atenta y trabajada con unos intérpretes que saben dónde están, girando de la pureza a la recreación desde el respeto y amor a la música de Monteverdi. Vida fluída, reencarnaciones y teatro musical servidos como Purcell pero con la salsa italiana que agradó a todos, con dos propinas de tarántula y el "Hallelujah" de Leonard Cohen, todo un bonus track en la voz de Capezzuto y breve dúo de York, que no desentonó entre el resto de compañeros de programa.