Son las cinco de la tarde en Sevilla, las cuatro en Lisboa. El mercurio de las dos ciudades se hermana este miércoles de mayo sobrepasando los treinta grados de esta presunta primavera. Es la hora de la siesta, pero Salvador Sobral está en el taller de pianos de un amigo. Se oyen teclas de fondo. Salvador se ha enamorado de un Bernstein de pared que teme que ocupe media casa, pero está decidido a llevárselo. Es un Bernstein enorme, precioso… mi novia me dijo que quería probarlo. Está un poco asustada porque es muy grande. Pero cuando lo pruebe… ya a va querer que venga para casa. La conversación transcurre en un casi idéntico andaluz entre ambos interlocutores. El cantante portugués presenta el sábado 28 de mayo su disco bpm en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.
¿Cuál es tu relación con Andalucía? El acento te delata.
Bueno, el acento porque estoy hablando contigo. Porque si estoy hablando con otra persona de Venezuela me sale el acento de Venezuela. Pero tengo muchos amigos gaditanos. Mi gente preferida siempre es la gente de Cádiz. De Andalucía, en general. Hay algo con los andaluces, que son muy parecidos a los portugueses. Una alegría de vivir, una manera de aprovechar la vida, aprovechar la comida… que sólo se encuentra en Andalucía. Eso me encanta.
¿Has estado mucho por Sevilla?
Sí, yo estuve mucho tiempo… ¿sabes lo que pasa? Cuando estaba enfermo no podía salir del país, supuestamente, para tocar. Porque cuando uno está en lista de espera de trasplante no puede salir porque en cualquier momento te pueden llamar. Entonces, como no podía agarrar el avión, iba en furgoneta con mis amigos músicos de Cádiz a tocar a Andalucía. Pasé mucho tiempo por Sevilla: tocando en Assejazz, en la Cartuja, tocaba en el Ánima, también…
Hay un vídeo tuyo tocando en el Naima en 2017.
En Naima toqué una vez, pero no pagaban a los músicos y eso me parece una vergüenza. Nunca más volví. Pagaban con una gorra, tío, pasar una gorra en un bar de jazz… qué vergüenza.
Tocábamos también en el Puerto de Santa María, en Sanlúcar de Barrameda, en Cádiz… hacíamos un poco el tour andaluz y así era la manera en que podía salir de Portugal y salir con mis amigos, aprovechando la vida.
Pues Naima ya no existe, como otro buen puñado de locales y bares emblemáticos. Assejazz acaba de mudarse a las afueras… Gentrificación y pérdida de identidad de las ciudades. ¿Lisboa también está así?
Claro, ya no hay portugueses en el centro de Lisboa. Eso es así. Y ya en Portugal somos tan pobres que es muy difícil… en Portugal tenemos un bar de jazz en todo el país. El Hot Club es el único bar de jazz en el país. Hay sitios donde se hacen jams, otros bares y tal… Pero el único bar de jazz per se es el Hot Club.
¿Sigues pudiendo tocar en bares?
Sí, pero clandestinos. No puedo anunciarlo. No puedo hacer un bolo un día en el Maestranza y anunciar un bolo en el Ánima. Lo sigo haciendo, sólo que no puedo anunciar mi nombre. Eso lo aprendí con Silvia [Pérez Cruz]. Silvia hace eso.
Escuchar a Silvia en un lugar tan pequeñito tiene que ser…
Es increíble, tío. Es la reina.
Todo esto me recuerda a aquella anécdota que contaste en tu último concierto en el Maestranza, en 2018, de un antiguo concierto en un bar de Morón en que nadie te escuchaba…
Sí, aquello de que un día iban a pagar para venir a verme en el Maestranza.
Ahora tocas en el Maestranza por segunda vez. Confundimos el precio con el valor de las cosas.
Es verdad. Confundimos el precio con el valor.
¿Escuchas mucha música española? En una de tus últimas giras españolas ibas tocando en cada ciudad algo autóctono del lugar. En Sevilla fue por Lole y Manuel.
Sí, probablemente tocaré otra vez… o no, tal vez haga otra cosa. Creo que toqué [canta Todo es de color] todo es de color, todo es de color… No sé, igual vuelvo a hacer algo de Lole y Manuel.
Tienes un pie en cada frontera ibérica, ¿crees que hay cierta apertura en España con la música portuguesa?
Ahora empieza a haber un poco. Hay unos embajadores. Estoy yo tocando mucho por allí, está Silvia tocando mucho por aquí. Hay también un movimiento fuerte de Cataluña, artistas catalanes potentes como Rita Payés y Judith Neddermann, que la gente empieza a escuchar aquí en Portugal, también. Creo que, finalmente, tras generaciones y generaciones de espaldas dadas, España y Portugal empiezan a verse. Empiezan a apreciarse el uno al otro.
En Sevilla tenemos desde hace unos años un festival de fado. Que realmente no es un festival sólo de fado, sino de música portuguesa. Han venido Mariza, Carminho, António Zambujo… el verano pasado también estuvo tu hermana, Luisa Sobral, en Nocturama.
Sí, ahora estamos viviendo una buena época de intercambio musical entre los dos países. Intercambio ibérico.
No sé si antes la excusa sería la barrera idiomática. Con el inglés parece que no pesa tanto. Con lo musical que es la sonoridad del portugués. Como el francés, el catalán.
Yo tampoco sé cuál es la explicación. Los españoles creen que en la música portuguesa sólo hay fado. Bueno, los españoles no, el mundo entero. Y no sé si los portugueses nos encerramos mucho en nosotros mismos y escuchamos sólo música anglo. Hay mucha inclinación por escuchar música de americanos e ingleses. Sólo se abre un poco el espectro.
Si atendemos a aquello que dijo tu compatriota, Fernando Pessoa, de que mi patria es mi lengua… tú estás llevando patria a muchos lugares. Y haciendo patria de muchos otros, los idiomas no son una barrera para ti.
Qué va. A mí me gusta cantar en cualquier idioma. Lo que me gusta es cantar. El idioma me da igual, el estilo musical me da igual… Lo que me gusta es cantar, explorar todos los sonidos posibles que pueden salir de la boca, todos los vocablos posibles. Los más difíciles, todo. Explorar todo lo que pasa en la garganta. Como un guitarrista tiene sus pedales, yo tengo mis pedales lingüísticos.
Esa es la maravilla del lenguaje musical. No precisa de idiomas para tender puentes.
Exactamente.
Sobral en su último concierto en el Maestranza (2018) · Fotografía Antonio Andrés
Por cierto, el concierto del Maestranza del 28 de mayo coincide justo con el aniversario de la publicación de bpm. ¿Cómo ha sido su primer año de vida?
¡Ah, sí, qué curioso! ¡Fue el 28! Qué curioso, porque ayer estaba pensando cuándo salió el disco… ¡y ahora me estás diciendo tú que es el mismo 28! Qué bueno, qué curioso. Justo el 28. Me parece increíble celebrarlo ahí. Encima tengo una sorpresita para ese bolo. Un invitado o invitada sorpresa, no sabemos lo que es. Y es alguien que me encanta, me encanta poder traer a esa persona al Maestranza. Sentí que necesitaba alguna cosa especial para ese teatro. Un teatro donde ha tocado Keith Jarret. Va a ser un concierto muy especial.
Es el primer disco en que eres autor de las canciones. ¿Cómo surge la idea de tomar las riendas de la composición?
Surgió después del concierto de homenaje que hice a Jacques Brel, el intérprete más importante de la historia de la música, creo. El cantante que tiene las interpretaciones más viscerales, más reales, más humanas. Estábamos haciendo ese proyecto de homenaje, cantábamos sus temas con arreglos nuevos. Entonces pensé, ¿por qué Jacques Brel tiene esa cosa tan particular, esa manera de interpretar tan especial? Me di cuenta entonces que es su música: él está cantando su vida, sus experiencias, sus amores, sus desamores… Pensé, okey, voy a intentar escribir yo mi música, a ver si me sale una interpretación tan buena como la de Jacques Brel. Y decidí componer todo un disco con mi amigo Leo [Leo Aldrey].
Al final me di cuenta que me da un poco igual cantar mis canciones o las canciones de los demás. Como te digo: lo que me gusta es cantar. Cuando hice el concierto de presentación pensé que iba a estar súper orgulloso de cantar mis canciones. ¿Y al final? No, estaba sólo feliz de poder cantar.
Las canciones ajenas las haces tuyas igualmente.
Sí, no siento grandes diferencias. Me encantaría poder decir que hay algo que cambia, pero no siento gran diferencia.
¿Y cómo afrontaste el proceso creativo de la composición con Leo?
Todo cincuenta – cincuenta. A veces yo tengo una idea musical, a veces él una letra que quiere escribir. Cuando es en portugués soy más yo quien tiene la idea de las letras y él busca la música. Hicimos un par de residencias. Tenemos muchos ejercicios. Justamente me mandó ahora una lista porque estamos componiendo otra vez ya. Me mandó una lista de un ejercicio que hacemos que es: posibles títulos de canciones. Entonces escribimos de la nada, tenemos un minuto de reloj, títulos posibles de canciones. Y a partir de ahí es que componemos la canción, del título. Es un ejercicio que él vio en un libro, uno de estos libros de songwriting, que es buenísimo, tío.
Él tiene un montón de técnicas distintas. A veces él escribe una frase y yo otra, así siempre, una yo, una él, otra frase, otra frase… Hay muchas técnicas. A veces es con un groove de batería, con una progresión de acordes. Todo vale.
Una de las canciones del disco, Se de mim precisarem, es una oda a la procrastinación, a la vida sosegada, a la importancia de aburrirse. El aburrimiento es indispensable para la creatividad, es casi el primer paso, ¿no?
Sí, yo lo hago muchísimo. Lo hago súper bien: no hacer nada. Leo no lo puede hacer, no puede estar sin hacer nada. Yo puedo estar sentado en el sofá mirando hacia la nada. Eso es muy difícil. Lo hice siempre, toda mi vida. Hay gente que se pone a escuchar un disco, ve una peli… yo puedo estar no haciendo absolutamente nada. Quería escribir una canción sobre eso.
Ahora es cada vez más complicado. En cualquier momento te salta una notificación, se enciende un pilotito…
¡Tío, compré ayer mi primer Iphone! Tenía un Nokia hasta ayer. Estoy hablando contigo con un Iphone, tío [risas]. Estuve todo el día agarrado a esto. Sé que va a ser un problema, porque yo me conozco… pero bueno, tuve que hacerlo.
En Aplauso dentro huyes de la solemnidad. Abogas por no tomarse tan en serio las cosas ni nuestro papel en esta historia.
La gente, muchas veces, después de los bolos, me dice que lo más especial que ve es que yo no me tomo nada en serio. Estoy en el escenario sin tener un papel de superioridad en relación al público. Simplemente estoy ahí. Yo canto, otra persona hace otra cosa, uno es contable… yo canto. Que es lo mismo que otra cosa, es un oficio. Mi oficio es el oficio del sonido. No me gusta que se sienta a los artistas como algo místico o superior. Siento que este oficio es igual a cualquier otro. Cuando veo a artistas que se creen algo superior me deja medio confuso. No hay que tomarse tan en serio nuestro papel en esta historia. Al final, morimos todos igual.
En el escenario juegas mucho, juegas con la voz…
¡Todo, todo es un juego! Por eso los franceses dicen jouer o los ingleses to play, porque eso es jugar. Para mí eso es jugar y comunicarnos todo el tiempo. Los músicos improvisando, interactuando con el público. Es un juego.
Juegas con tu voz, lo mismo para sonar sutil como Chet Baker o Caetano Veloso, que medio rapeas, declamas, vociferas…
¡Eso es! Eso va a pasar también en este concierto.
Habiéndolo mencionado es inevitable preguntarte por él. ¿Qué tal Caetano?
Hostia, tío… qué buena gente es. Hay gente que dice que no debes conocer a tus ídolos. Seguro que no conocieron a Caetano. Es buena persona, es casi frágil (porque ya es viejo, ¿no?). Es sensible… hablamos un montón sobre cine italiano. De Fellini, de Antonioni. Es un amor. ¿Sabes esa gente a la que sólo apetece abrazar? Ese es Caetano.
¿Por qué llamaste al disco bpm?
Sí, en español no funciona. Funciona en portugués: batimentos por minuto. En francés, en catalán, en inglés… En español sería lpm, latidos por minutos. Un corazón. Obviamente, una analogía con mi situación clínica. Cuando estaba en el hospital veía esas siglas, que son musicales. Porque bpm es una cosa musical, pero a la vez de mi salud. El único elemento musical en el hospital era ese, las siglas bpm que daban mi frecuencia cardíaca.
También porque las canciones son mías, entonces son mis latidos por minuto que están ahí en el disco.
¿Sabes cuántos latidos da de media el corazón de una persona que viva la esperanza media de vida de unos ochenta años? Tres mil millones de latidos. Con lo cual, a tus 32 años ya estás sobrepasando el primer millar de millones.
Encima mi corazón nuevo. Un corazón trasplantado siempre va un poco más rápido porque no está conectado al sistema nervioso.
Salvador, ¿cómo es eso de aprobar Psicología del Arte cantando por Bob Dylan?
[Risas] Bueno, fue la única clase que conseguí aprobar en el tercer año de Psicología. Fue eso. Hice un trabajo sobre Blowin’ in the wind, su contexto histórico, social, político… con un bonito power point de esos. En Mallorca. Tanto hablar de la canción que dije vamos a cantarla. Invité a Claudio, un amigo Erasmus hippie que sacó la guitarra y tocamos la canción. Y el profesor me aprobó. La única asignatura que tengo del tercer año de Psicología.
Para terminar, ¿qué música estás escuchando últimamente? Te doy unos segundos para pensar… yo estos días estoy con el último de Jorge Drexler.
¡Yo también, tío! Tinta y tiempo, tinta y tiempo… [Salvador entona el estribillo de la zamba que da título al último disco del uruguayo]. Muchísimo. Lo acabo de escuchar también en el restaurante, lo estaban poniendo y estábamos cantando todas las canciones.
También estoy escuchando mucho Rosalía (las tres o cuatro que me gustan del último disco, que las escucho en repeat), el disco nuevo de Kendrick Lamar… Sí, Rosalía, Kendrick y Jorge.
Qué vídeo tan curioso ese de 2014. Estás, anónimo entonces, entre el público en un concierto de Drexler, que está ofreciendo un solo a sus músicos y ninguno quiere hacerlo. Pide, de broma, si alguien del público quiere hacerlo y saltas espontáneamente a hacerlo con tu trompeta vocal.
Sí, eso es. ¡Y ahora la cantamos aquí en Portugal! La cantamos juntos en el teatro.
Salvador Sobral
Teatro de la Maestranza · Sábado 28 de mayo
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