Salvadores
6 septiembre 2014 por carlospu
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A lo mejor solo me pasa a mí. Hay días, más de los que estoy dispuesto a admitir, que me despierto esperando un salvador, cruzo la calle esperando un salvador, enciendo el ordenador esperando un salvador, entro al súper esperando un salvador y apago la tele suplicando por un salvador. Hay días, menos de los médicamente preocupantes me gusta pensar, que espero que alguien me saque de la cama, pare el coche que parece no haberse enterado del color del semáforo, me planifique la agenda, haga el trabajo duro, cargue los garrafones de agua y le dé un buen manguerazo a toda la mierda que cubre el panorama.
A lo mejor solo me pasa a mí, pero también es verdad que de camino al curro me cruzo con varias iglesias, alguna que otra mezquita, un salón del reino y, no lo descarto, alguna sinagoga. Que al pasar por las librerías, en la sección de cómics veo codazos por conseguir el primer último ejemplar de SuperUltraMegaCrack (un extraterrestre comprometido con la humanidad y muy buen mozo, como tiene que ser). Que en la peluquería al lado del Camp Nou ya hay colas de clientes mientras el azorado dueño espera las coordenadas directrices del nuevo peinado de Neymar. Que hasta Mariano, Alfredo, Esperanza, José María, Felipe, Pablo, Cayo, se han dejado envolver por aplausos atronadores y enfervorizados, allá en su pedestal. También es verdad que, mientras busco mi salvador, incluso a mí me asaltan miradas desvalidas que por un segundo me confunden con un joven sano, fuerte, con recursos y poderes suficientes para ordenar detener una guagua o comprar un bocadillo. Pero eso solo dura un instante, y como yo, esos ojos continúan la búsqueda por otros pagos.
A lo mejor solo me pasa a mí, pero me da la impresión de que los salvadores, o lo que toda la vida he conocido como salvadores, no existen. Existes tú, existen los despertadores, los desayunos fuertes, las glucemias correctas, los estímulos más o menos naturales, las motivaciones más o menos correctas, los amigos, las amenazas del jefe, las necesidades alimenticias y las tarjetas de crédito. Existe el “vamos tirando”, existe el “anem fent”. Y un poco más allá el eterno sentimiento de casi nada está ni medio bien, más bien al contrario, hay demasiadas cosas muy jodidas por arreglar.
…
Eso sí, también existen los buenos : ese montón de gente sin superpoderes que lleva este sentimiento varios pasos más allá de su cama.
A lo mejor solo me pasa a mí, pero cuando pienso en todo esto normalmente me agobio, me tengo que pedir un leche y leche o acercarme a la playa o cerrar fuerte los ojos para intentar dormir. Sólo me calmo si me miento y me digo que no pasa nada, que lo que haga o deje de hacer tampoco es importante, que no soy necesario. Y voy tirando. I vaig fent.