¿Cómo convencer a un campesino de que puede obtener beneficios con sus tierras sin cultivar ni deforestar? Con la verdad por delante y una única respuesta: dinero. La ecología de despacho -estadísticas, porcentajes y gráficas- a veces es ligeramente amnésica y olvida que todos necesitamos un medio de subsistencia; que la sostenibilidad humana empieza por no pasar hambre, vaya. Dorjee Sun, australiano de ascendencia tibetana y creador de Carbon Conservation, captó el sutil matiz: “Amo a las ONG, pero no creo que la gente por sí sola pueda salvar al mundo, tienes que convertirlo en negocio”. Dorjee Sun creó un programa que beneficia a los campesinos que mantienen sus tierras vírgenes; la suya es ecología pragmática -y un tanto maquiavélica- que salva ecosistemas en Indonesia.
El lema de Carbon Conservation es “Usar el mercado del carbono para financiar la conservación”. El principio es sencillo: en 2008, Dorjee consiguió que el grupo financiero Merrill Lynch pagase 770.000 hectáreas de jungla en la provincia de Aceh, con el único beneficio de la propia conservación… que genera beneficios en un mundo que quiere contrarrestar CO2. Nadie da duros a cuatro pesetas, que decía mi abuelo, y menos un banco; Dorjee Sun conoce el mercado del carbono y es consciente de que muchos países necesitan compensar su exceso de industrialización y malos humos, lo que ha convertido el CO2 en una materia valiosa, un producto cuya compensación se puede intercambiar por dinero… Efectivamente, lá Unión Europea paga 27 dólares por cada tonelada que no es emitida a la atmósfera. Simplificando la labor -nada fácil- de Carbon Conservation: se encargan de comprar la supervivencia de la vegetación, aunque tengan que usar, como en la provincia de Aceh, grupos de ex-rebeldes de la guerra civil para evitar la tala furtiva.
El ejemplo de Papúa, que figura en su web, es muy gráfico, ya que es una de las zonas más deforestadas del planeta por culpa del monocultivo de aceite de palma. Allí, muchos bosques se están salvando, calculadora en ristre, invirtiendo en evitar el perjuicio que supondría eliminar árboles por el viejo método KKK de la antorcha, ya que, aunque sorprenda, los incendios suponen el 20% del CO2 mundial cada año… Quién hace la ley hace la trampa, en esta ocasión, positiva. El dinero que deben invertir las empresas para compensar sus desmanes a miles de kilómetros, mantiene ecosistemas. Las fábricas -fijaos que paradoja- están salvando selvas que jamás pisarán para seguir contaminando.
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