Esta noche nos uniremos a la tradición celta, cuna de las actuales celebraciones europeas y americanas de la festividad de Todos los Santos y Halloween. A mitad camino entre el equinoccio de otoño que tuvo lugar en septiembre y el solsticio de invierno que llegará en diciembre, nos encontramos en el tiempo en que acaba la cosecha, en el que los días son claramente más cortos y las noches más largas. Para los celtas, según cuentan, sólo se distinguían las estaciones de verano e invierno, de forma que Samhain significa "el final del verano" y por ende el comienzo del invierno.
Puesto que cada creencia es particular, en nuestro caso, nos sumamos a esta celebración con la intención y el sentir de recordar a aquellos seres que no están con nosotros físicamente. Una manera de honrar su memoria, sus enseñanzas, su presencia en la tierra. Por ello, unas velas que simbolicen la luz y el calor del hogar, y algo de comida como símbolo de su caminar, serán nuestro recuerdo hacia ellos. Dicen que es una noche mágica donde desaparecen las barreras entre el mundo de los vivos y el de los muertos. No sé si así, pero creo que sí es cierto que si lo celebramos desde el recuerdo profundo, desde el recogimiento y desde el respeto... podremos sentirlos más cerca espiritualmente.
También es un momento para ser conscientes y asumir con mayor naturalidad la vida y la muerte. Dos estados diferentes, pero con un destino inseparable. Y no sólo de la muerte física de un ser, sino también la muertes que hemos tenido que enfrentar en el último ciclo: situaciones, cosas, proyectos, amistades... que dejamos atrás. El final y el principio, como una rueda.