Estamos en el meridiano de una semana un poco trágica. Se han perdido grandes figuras del cine, de la política y de la literatura, todos vivieron una vida intensa y todos serán recordados, que ya es un logro. Pero si alguna de ellas me tocó especialmente fue la de José Luis Sampedro. No voy a hablar del revolucionario, ya lo conocen, ¿qué más contar? No puedo hablar del escritor, siento que me queda grande y seguro que alguno de mis compañeros de blog más duchos en el tema le dedican algunas palabras mucho más dignas de él. Sin embargo, sí intentaré relatar lo que su muerte me ha traído de vuelta.
Imagino que a todos nos ocurre lo mismo. Una persona no es sólo eso, es todo lo que te inspira, lo que te hace rememorar, es cómo la conociste y con quién la relacionas, es los momentos que viviste junto a ella, -no lo entiendan literalmente, hablo de la lectura de sus libros, de las charlas sobre ellos, ese tipo de vivencias que te hacen sentir cerca de alguien-.
Conocí al Sampedro escritor de la mano de mi tío José Luis, (qué casualidad tocayos e igualmente interesantes). Una magnífica persona, de esas que te llegan al alma. Lo cierto es que hasta que no fui mayor, ventilargos, no tuve una relación más estrecha con él que la habitual entre tío y sobrina. Pero también es cierto que los ratos que pasé a su lado no los podré olvidar nunca. Mi tío era un gran lector. Cuando se jubiló, se refugió en su habitación a leer y a fumar y fue en ese escenario en el que tuvieron lugar nuestros mejores encuentros. Recuerdo el olor, una mezcla perfecta entre el aroma a tabaco y a su perfume que tenía la propiedad de transmitir su impecable limpieza. Nuestro principal tema de conversación siempre fue la lectura, me hablaba de los clásicos y de los no tan clásicos, me recomendaba libros y autores y yo los leía para volver y contarle. Gracias a él leí a Kipling, a Yourcenar, a otros muchos… y a Sampedro. La vieja sirena, El río que nos lleva y sobre todo La sonrisa etrusca. Recuerdo como si fuera hoy el día que hablamos de este libro, nos fascinó la relación entre ese abuelo y su nieto, sobre todo a él, que ya compartía edad con el protagonista. Es por eso que le tenía un aprecio especial a este hombre y en mi memoria siempre estaremos unidos Sampedro, mi tío y yo.