Revista Salud y Bienestar

Samsara

Por Dlemus

Nuestra naturaleza como seres humanos básicamente pasa por la personalidad, vehículo expresivo que, sin duda, necesita muchos ajustes groseros. Cada cual tiene su «tempo» evolutivo, y así diseñamos aquellas concretas experiencias que contribuyen a nuestra edificación.

Lo útil para uno tal vez no lo sea para el otro, puesto que todo ser humano ensaya circunstancias y aspectos vitales según sea la necesidad anímica que requiere su viaje espiritual.

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Hay un proceso a través del cual necesitamos pasión animal, impulsos mediante los cuales se active el flujo coronario y la distribución de la sangre; hay otros donde el individuo requiere de todo un circuito de impresiones y estímulos que lleguen a definir su propia identidad; como otros en donde el ser humano precisa relajar las cargas afectivas y el tráfico de las ideas, hacer más pasiva su personalidad para experimentarse desde un foco interno, más neutro y espiritual.

Podríamos decir que de la misma manera que cuando tomamos un alimento éste deposita en nuestro interior la carga energética que nuestra biología requiere para la vida, liberando tras el proceso el material de desecho que ya no le es útil al cuerpo, todas las experiencias por las que pasamos, toda la carga emocional e intelectiva está destinada a dejar una impronta energética para que el alma se constituya, sin que ésta cargue con todo el material dedesecho que, a la postre, se traga el tiempo.

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Así pues, cada anécdota, cada concreta situación que nos afecta, cada identificación, no son, ni más ni menos, que aspectos vivenciales de los cuales a nuestra alma sólo le interesa la carga energética que liberan, ya que son circunstanciales y tal sólo están destinados a dejar una huella precisa en el campo astral que permita el factor consciente, como un ingrediente imprescindible para la evolución.

La causa de nuestros desequilibrios se basa fundamentalmente en la forma en cómo somos educados para el «Ego». Este factor reactivo que se incorpora en la personalidad desde edades muy tempranas, genera una cierta tensión que entorpece la respiración, que establece nudos en la boca del estómago, que disocia la mente impidiéndonos estar en equilibrio con nosotros mismos y proporcionando de continuo un asedio al cuerpo físico y a la identidad.

Así pues es importante atender a la energía con la que abordamos nuestras experiencias, cómo nos llega una impresión que nos agobia, cómo no disponemos de fuerza para encarar una situación concreta, cómo nos dejamos vencer por un miedo y de qué forma funciona ese continuado contraste de pensamientos que activa conflictos de todo tipo en nuestra mente.

El peor veneno que nos podemos llevar a nuestro cuerpo son los pensamientos negativos que adoptamos. En el «no me gusta», «no quiero», «no acepto», estamos descargando día a día cantidad de energías negativas que afectan a nuestro proceso biológico y, por ende, a nuestra evolución.

En consecuencia, la evolución pasa sin remedio por transmutar la serie de energías díscolas y absurdas que nos creamos.

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Samsara es un término sánscrito que significa «dar vueltas», rueda del eterno retorno donde las experiencias se proyectan en el espacio-tiempo para salvaguardar la continuidad. Samsara es, por consiguiente, periodicidad, ciclos sujetos a máximos y mínimos donde el alma ensaya en su personaje con el fin preciso de una oportuna trascendencia. Lo que no trascendemos impresiona al inconsciente, permaneciendo en frecuencias bajas de energía que mueven la serie de hábitos y círculos viciosos con los que condicionamos la existencia.

La ley de biorritmos genera constantes ciclos biológicos que están íntimamente relacionados con aquellos procesos caracterológicos y personales mediante los cuales el ser humano muta sus energías para que pueda producirse la oportuna traslación, destinada a reformar de continuo nuestra naturaleza anímica.

El compás de la salud y la enfermedad, las situaciones de alegría y tristeza, de euforia y anhelo, como de desgana y pasividad, se producen con el exclusivo propósito de ajustar el inconsciente: un depósito de aspectos inconclusos que caracterizan permanentemente la realidad anímica que todo individuo conforma en su campo astral.

Del inconsciente, podríamos decir, empujan hacia la vida toda una serie de posibilidades, tanto fisiológicas como psíquicas y emocionales, destinadas a completar aspectos no resueltos y aprendidos, permitiendo con ello que nuestra alma se constituya gracias a la actividad consciente que podremos, tarde o temprano, desarrollar.

De la misma manera que el Universo pasa por periodos de actividad y reposo, que la naturaleza, toda ella, requiere de ciclos dinámicos como de otros pasivos que favorezcan su regeneración vital; de la misma manera que la noche sucede al día y la muerte a la vida, el vaivén humano necesita en sus procesos metabólicos continuos ritmos que compensen la serie de alternancias que marca la personalidad.

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En este sentido, el carácter constructivo y destructivo de la vida (anabolismo y catabolismo) ya indica cómo lo biológico precisa de una alternativa magnética que equilibre sus procesos vitales, lo que nos daría a entender que el ser humano se encuentra más disponible para abordar ciertas actitudes o encarar circunstancias adversas según sea la curva de biorritmos por los que pase.

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Ya Hipócrates observaba el carácter rítmico de algunos trastornos, recomendando a sus pacientes hábitos regulares que tendieran a compensar la desproporción energética que acusa el Cuerpo Vital. Más recientemente el profesor vienés Swoboda establece dos periodos básicos de 23 y 28 días para la Ley de biorritmos, llegando a diseñar una tabla periódica que concretara tanto los días excelentes como los críticos por los que pasa cada persona.

Con posterioridad Alfred Teltscher señala tres parámetros concretos que llegarían a afectar a la conducta humana:

a) El ciclo físico de 23 días de duración.

b) El ciclo emocional o sensitivo de 28 días de duración.

c) El ciclo intelectual de 33 días de duración.

Periodos todos ellos comprendidos desde el instante mismo del nacimiento hasta la propia muerte y que determinan distintas curvas de estados álgidos y depresivos, donde los tres centros se encontrarían más o menos receptivos.

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