Potente novela sobre el día del alzamiento en Madrid. Tres largos capítulos y casi doscientos personajes (aunque la técnica y el punto de vista son diferentes a los adoptados en La colmena). No hay puntos y aparte pero por lo demás se respeta el castellano. Un narrador se dirige en segunda persona a uno de los protagonistas, las historias van cruzándose, se intercalan anuncios y noticias de los periódicos, se incluyen diálogos y monólogos. El conjunto es atrevido formalmente pero no confuso ni incomprensible. Refleja muy bien la vida junta, todo al mismo tiempo, lo grande, la Historia, y lo pequeño.
Esto es España según Cela. Curas, banderilleros, guardias civiles, casas de socorro, políticos, periodistas, bares, burdeles, copas de coñac, rosarios, maricones, putas, pedos, tacos, inscripciones en las paredes de un retrete del cine. Todo muy procaz y muy Cela. El componente oral-coloquial está muy bien inserto en el discurso, y he vuelto a recordar expresiones que oía a mi abuela como “se conoce que”, “..¡al tiempo!”, “…que venga Dios y lo vea”. Las anécdotas y golpes graciosos se suceden al mismo ritmo que las innumerables escenas de cama. Todo contado con esa prosa macho, que diría Umbral, tan característica de nuestro nobel.
Es una novela sobre lo español, con un importante componente discursivo-filosófico-sociológico, aunque se ponga en boca de algún personaje.
Aquí la gente tiene poca instrucción y malos sentimientos, los ricos saben coger el tenedor muy finamente pero no leen un libro aunque los aspen, los de en medio cogen peor el tenedor y leen algún libro, lo que pasa es que no se enteran, y los pobres comen con las manos, cuando comen, y no saben ni leer, ¡usted dirá!
A la gente cuando se pone nerviosa le importa menos tener razón que hacer prevalecer su deseo, por disparatado que fuere, y la gente está nerviosa y va camino de no importarle tener razón.
Como diría Forges, ¡qué país!