Revista Cultura y Ocio

San Esteban, el abad olvidado.

Por Santos1
San Esteban de Grandmont, abad. 8 de febrero (y 13, antiguo martirologio romano).

San Esteban, el abad olvidado.

Esteban y Hugo de la Certa,
su discípulo.

Su vida la escribió su VI sucesor, Gerard Ithier, a finales del siglo XII. También su discípulo querido, Hugo La Certa recopiló sus pensamientos y frases. La "vita", casi leyenda, y cuenta que Esteban era hijo de Esteban y Cándida, vizcondes de Thiers, y que nació en 1046. A los doce años fue llevado por su padre en una piadosa peregrinación por diversos santuarios de Italia, especialmente las reliquias de San Nicolás (6 de diciembre y 9 de mayo, traslación de las reliquias a Bari). A su regreso, Esteban cayó enfermo en Benevento, y el padre se vio obligado a dejarlo a cargo de San Milo (23 de febrero), arzobispo de la ciudad, al que conocían por ser coterráneos. Aquí las noticias no son muy certeras, pues San Nicolás no fue trasladado a Bari hasta 1087, y Milo gobernó Benevento antes, de 1074 a 1076. Como fuese, este prelado tuvo el mayor cuidado del joven Esteban y lo educó en ciencias, piedad, artes, etc. A medida que crecía, aumentaba en Esteban la intención de servir a Dios en el estado eclesiástico, por lo cual lo ordenó de diácono. A los 24 años de edad murió su protector y Esteban se fue a Roma a terminar sus estudios de teología y liturgia. Allí sus deseos cambiaron hacia la vida religiosa y pidió permiso a los papas Alejandro II y San Gregorio VII (25 de mayo) para imitar la vida austera de unos ermitaños que poblaban Calabria. El papa vaciló, pues tenía grandes planes para el joven dentro de la carrera eclesiástica, así que le ofreció pingües beneficios eclesiásticos y el cardenalato, pero Esteban no cejó, así que el 1 de mayo de 1073, Gregorio VII cedió a su solicitud firmando la Bula de autorización.
Libre ya, Esteban regresó a su patria. Visitó a sus padres y halló que su padre había muerto. Repartió sus bienes entre Guido y Guillermo, sus hermanos menores luego se fue a Aurielle, donde San Gaucher (9 de abril) tenía un monasterio de canónigos regulares. Allí estuvo un tiempo, aprendiendo los usos de la vida monástica, pero poco duró allí, pues San Gauchier había fundado allí mismo un monasterio de canonesas y a Esteban no le gustaba la proximidad de aquellas mujeres, por lo que en 1076 se retiró a Muret, cerca de Limoges. Allí, entre las rocas y los árboles, construyó una pequeña cabaña, y entregó a sí mismo a Jesucristo poniéndose un anillo que su padre le había dado al partir. Lo puso en su dedo y escribió esta fórmula en un pergamino: "Yo, Esteban, renuncio al diablo y todas sus pompas, y me ofrezco a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, Único Dios verdadero en tres Personas". Luego de haber escrito estas palabras, las puso sobre su cabeza, y añadió: "Oh Dios Todopoderoso, que vives eternamente, y reinas Uno en Tres Personas, prometo servirte en esta ermita en la fe católica, y en señal de lo cual coloco este escrito sobre mi cabeza, y coloco este anillo en mi dedo, esperando que en la hora de mi muerte esta promesa pueda servir en mi defensa contra mis enemigos". Luego dirigiéndose a la Santísima Virgen dijo: "Santa María, Madre de Dios, encomiendo mi cuerpo, mi alma y mis sentidos a tu Hijo y a ti".

San Esteban, el abad olvidado.

"No puedo recibir
lo que no es tuyo"

En esta soledad salvaje, Esteban vivía en oración y practicando todo tipo de austeridades. Vivía de hierbas silvestres y raíces, y en ocasiones de algún pan o queso que los pastores de cabras le dejaban por caridad. Siempre llevaba sobre la piel una piel de cabra con placas de hierro y aros tachonados con puntas afiladas, sobre la cual vestía su única prenda, hecha de arpillera grosera, tanto en verano como en invierno. Solo dormía unas pocas horas, y eso sobre unas tablas en forma de ataúd. Y pasaba tanto tiempo postrado en el suelo, que la nariz se le fue torciendo hasta desfigurarse. Además, le salieron callos en las rodillas y la frente. Contra lo que pueda pensarse, este género de vida no le hizo permanecer en soledad, sino que poco a poco, discípulos se reunieron a su alrededor algunos discípulos que se pusieron bajo su guía. Él no permitia le llamara abad o superior, sino solamente Hermano corrector. Como sabía que todos no estaban llamados a aquella vida tan dura, era caritativo e indulgente con los que no podían ayunar tanto, o vivir en tanta penitencia. Áspero consigo mismo, suave con los demás. Su fama se extendió y los prelados de la Iglesia le veneraban y pedían su consejo, incluso el papa envió dos cardenales, Gregorio de Papareschi, futuro Inocencio II y Pedro de Lyon, futuro antipapa Anacleto II, para oír sus palabras. Estos, legalistas, le preguntaron con deseo de analizar su situación canónica en la Iglesia, le preguntaron si era monje, ermitaño o canónigo. "Soy un pecador", fue su respuesta. Otra versión de este leyenda dice que los legados fueron Rolando Bandinelli, futuro Alejandro III, y Pablo Scolari, futuro Clemente III, que habrían quedado "enamorados" del siervo de Dios y su santidad. Otra anécdota cuenta que un día en que había muchas visitas, saludó con distancia a unos caballeros y nobles; luego que estos se fueron, y solo quedaban los pobres, los abrazó y hablaba animadamente con ellos. Algún monje le dijo que descansara, a lo que respondió: "¿Ahora queréis que me retire, cuando está Jesucristo entre nosotros? No quiera Dios incurra yo en esa falta de delicadeza, es deber mío servir a nuestro Salvador en la persona de estos, sus miembros".
Además, tenía el don de espíritus, por lo que conocía cuando sus discípulos estaban tristes o habían pecado, ante lo cual obraba con prudencia y caridad. Un día una joven le regaló una cesta de huevos, entre los que había algunos robados. El santo le dijo "¿Por qué ofreces bienes mal adquiridos? No puedo recibir lo que no es tuyo", y con paciencia, seleccionó solamente aquellos que sabía eran de origen honesto. Algunos milagros realizó: A uno que llevaba un caballo cargado de pan para los monjes le asaltaron los ladrones. Al decirle que eran panes para el abad Esteban, los ladrones dijeron "aun cuando sean para el mismo Dios, lo comeremos". Pero ni con aflilados cuchillos podían partirlo, ni hubo diente que lograra romperlos. Ante tal maravilla, acompañaron al bienhechor al monasterio y allí Esteban partió el pan con facilidad, dando a cada ladrón un trozo y aconsejándoles cambiar de vida. A un pobre hombre cuya estaba mujer enferma y por ello había gastado todos sus ahorros, el santo le animó a no dejarla, como había prometido en el matrimonio. Además, le dio un pan y una moneda de plata asegurándole que con ello bastaría para salir adelante.
46 años vivió así Esteban, sin cejar en sus austeridades por Cristo. El 1 de febrero de 1124, sabiendo estaba pronta su partida, llamó a sus discípulos y les dijo: "Hijos míos, os dejo sólo a Dios, a quien todas las cosas pertenecen, y para el cual habéis renunciado a todas las cosas, y a vosotros mismos. Si os gusta la pobreza, y os unís a Dios constantemente, Él os dará todas las cosas que necesitáis". Cinco días después se le llevó en una litera a la capilla, donde oyó misa, recibió la extremaunción y el viático. Murió el viernes 8 de febrero de 1124, con 78 años. Fue enterrado en su celda, que convirtieron en capilla. En 1125, los hermanos se trasladaron a 5 km de Grandmont, a Ambazac, trasladando el cuerpo con ellos. Es abogado contra la tos ferina.

San Esteban, el abad olvidado.

Busto relicario.

La Orden Gramontina.
Su Orden monástica, que no tenía más regla que el Evangelio, de ahí su conocida frase "No hay regla que no sea el Evangelio de Cristo", se inscribe dentro de un marco renovador en la Iglesia, de búsqueda espiritual del cristianismo primitivo, alejado de las tradicionales órdenes monásticas, ricas la mayoría. Los gramontinos, como se les conocerá con el tiempo, originalmente no poseían tierras ni animales, si acaso abejas. Vivían de su trabajo, la pobreza era absoluta y sus iglesias austeras y sin ornamentación alguna. Al santo le atribuyen esta sentencia que decía a los que pedían tomar aquella vida: "Hermano, puede ir a cualquier monasterio que desee, donde hallará edificios impresionantes, alimentos delicados, servidos de acuerdo a su ánimo. Allí también hallará grandes extensiones de tierra y de rebaños. Aquí encontrarás solamente la pobreza y la Cruz de Cristo". Una característica especial era que los hermanos clérigos o sacerdotes no eran nunca los superiores de las comunidades, sino los hermanos laicos. Después de la muerte de Esteban, la Orden siguió su curso, y como otras, fue cayendo en la relajación, hasta extinguirse. Estos fueron algunos de sus hitos: en 1150 se escribe la primera Regla, que acepta el papa Adriano IV en 1156. Alejandro III la confirma en 1171. El 21 de marzo de 1189 el santo fundador, Esteban, fue canonizado por Clemente III (por ello la leyenda los identifica con los prelados que le visitaron). Entrado el siglo XIII la tensión entre los hermanos sacerdotes y los laicos va en aumento, pues los primeros quieren gobernar ellos, siguiendo la costumbre de otras órdenes monásticas. Poco a poco, a base de condenas, amenazas de excomuniones y negación de sacramentos, los hermanos laicos van perdiendo su autoridad, a la par que la Regla se va atenuando y sucesivos papas la mitigan. 
Las fundaciones realizadas en Inglaterra, Francia y España entre los siglos XII y XIV reciben diezmos y donaciones cuantiosas, con lo que el ideal primitivo de austeridad del culto y pobreza de vida, desaparecen. A su favor hay que decir que su interés por el culto y la belleza, les lleva a convertir sus monasterios en verdaderos talleres de creación de vidrieras, esculturas, bellos libros litúrgicos, forja, esmaltes, relicarios de oro, etc. En 1317 la situación de relajación es tal, que hay intenciones por parte de algunos de retomar el espíritu primero, se fundan otras comunidades y amenaza el cisma. El papa Juan XX suprime algunos monasterios, corrige excesos, erige la abadía de Grandmont, refundada en el siglo XII como abadía madre, imponiendo un Padre General. Reduce las comunidades a no más de 20 hermanos. Los monjes recomienzan más o menos su vida sencilla y austera. Pero la Guerra de los 100 años entre Inglaterra y Francia diezma los monasterios y los religiosos dejan la vida monástica, algunos toman las armas o se integran en monasterios de otras órdenes. En Inglaterra desaparecen con la persecución de Enrique VIII. 
Los siglos XVI y XVII son nefastos para la vida contemplativa gramontina. No queda nada del espíritu fundacional y los monasterios son cotos privados de los sucesivos reyes franceses, único país donde permanecen. En el siglo XVII solo queda la abadía de Granmont, y algunas casas dispersas, sin comunicación con las demás. Charles Frémon, abad de Grandmont, se propone retomar definitivamente el ideal primero, viviendo la sencillez y la penitencia a imagen del fundador, pero todas las casas no lo aceptan, ni se hallan con fuerzas o miembros suficientes para reformarse. Aprovechando esta esta baja moral en la Orden, en 1772 el obispo de Limousin logra hacerse con el mando de la abadía, dispersando a los religiosos y vende la abadía para que usen los materiales. Comienzan las demoliciones, que se cortan a finales de siglo, con la Revolución Francesa, que persigue a los pocos monjes que quedan, como a todos, y saquea y destruye casi todos los monasterios. Finalmente, en 1817, ante el peligro de derrumbe, Grandmont es demolido totalmente. En 1975 un ermitaño retomó el ideal de San Esteban, estableciéndose en el antiguo eremitorio gramontino de Saint-Etienne de Villiers. En 1983 se unieron dos hermanos, y establecieron una comunidad que permanece.
Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Tomo II. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1914.
- http://nominis.cef.fr/contenus/saint/593/Saint-Etienne-de-Grandmont.html

-"Les vies de tous les Saints de France". Tomo II. M. CH. BARTHELEMY. Versalles 1864.
-"El Santo de cada día". EDELVIVES. Huesca, 1946.

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