Revista Sociedad
No es fácil, entre la tradición y la leyenda, acercarnos a la figura de nuestro patrono San Fermín. La devoción a su figura está profundamente arraigada en nuestra ciudad. Nacido en Pompaelo (Pamplona en la actualidad), a mediados del siglo III, era primogénito del senador Firmo. Años después, llegó Honesto, discípulo de Saturnino, desde Toulouse (Francia) que logró convertir a nuestra Fe a Firmo y toda su familia. Enterado por Honesto de sus progresos, San Saturnino vino a nuestra ciudad y convirtió al cristianismo a los pamplonicas, entre los que estaba el joven Fermín. A los 30 años, ya ordenado sacerdote, dejó nuestra tierra por última vez, para dar testimonio de Cristo en las Galias. Fue encarcelado y permaneció en prisión hasta que el gobernador Valerio murió en una revuelta y fue liberado por sus sucesores. El siguiente destino de San Fermín fue Amiens, donde fue perseguido por el gobernador Sebastián como parte de la persecución de los cristianos decretada por el emperador Diocleciano. Mandó apresarlo y decapitarlo. El pañuelo rojo que llevamos anudado al cuello, pamplonicas y visitantes, participantes en los festejos, recuerda esta decapitación. En Amiens comenzó el culto a nuestro patrono cuando, según la tradición, a comienzos del año 615 fueron encontradas sus reliquias. En Pamplona, habría que esperar hasta finales del siglo XII cuando el obispo Pedro recibió unas reliquias del cráneo del mártir. El culto a San Fermín creció en intensidad hasta el siglo XVI, pero eso ya es otra historia.