Filogonio falleció santamente el 20 de diciembre de 322, a los cinco años de ser obispo, y lo que de él santo conocemos, lo describe bellamente un sermón de San Juan Crisóstomo (27, traslación de las reliquias a Constantinopla, y 30 de enero, la Sinaxis de los Tres Patriarcas; 13 y 14 de septiembre, 13 de noviembre, Iglesias Orientales; y 15 de diciembre, consagración episcopal). El santo obispo predicó la memoria de Filogonio el 20 de diciembre del año 386, celebrando su aniversario, en el marco de la cercana fiesta de Navidad. Más que una homilía biográfica sobre el santo, versa sobre los bienes que ha alcanzado este, sobre la conveniencia de celebrar las memorias de los santos, admirando e imitando sus virtudes. Un gran texto que trae a demostrar la devoción a los santos en un tiempo tan antiguo como el siglo IV:
“…la fiesta del bienaventurado Filogonio, cuyo día hoy celebramos, arrastra nuestra lengua a la consideración de sus beneficios. Y no hay sino obedecerla. Porque, si quien maldice a su padre o a su madre sufre la muerte, es claro que quien los bendice recibirá los premios de la vida eterna. Y si para con quienes son nuestros padres según la naturaleza debemos mostrar tan grande caridad, mucho más debemos tenerla para con aquellos que son nuestros padres en el espíritu; sobre todo, si tenemos en cuenta que nuestros discursos en nada hacen más gloriosos a los que ya murieron, mientras que a nosotros, los que aquí nos hemos congregado, tanto a los que hablamos como a los que escucháis, nos hacen mejores. Porque este bienaventurado, una vez trasladado a los cielos, para nada necesita de las alabanzas de los hombres, puesto que ha ido a gozar de una suerte mejor. En cambio nosotros, los que aún estamos en este mundo y necesitamos de muchas exhortaciones, nosotros sí que tenemos necesidad de sus encomios, con el fin de excitarnos a su imitación. Por lo cual un cierto sabio decía: ¡La memoria del justo con alabanzas! Y esto no como si los que ya murieron sacaran de ahí alguna grandísima utilidad, sino los que aún viven. En consecuencia, puesto que tan crecido lucro nos viene de hacer esto, obedezcamos y no nos rehusemos”. (…)
“Fue, en efecto, el día de hoy trasladado a aquella vida tranquila que no sabe de perturbaciones, y llegó ya con su navecilla a sitio en donde no puede temer los naufragios, ni las tristezas, ni los dolores. Ni ¡cómo maravillarse de esto si aquel lugar está inmune de toda molestia! (…) yo en gran manera me congratulo por la felicidad de este bienaventurado. Porque fue llevado de aquí y abandonó nuestra ciudad, pero fue a otra ciudad que es la de Dios; y alejado de esta iglesia llegó a aquella otra que es la de los primogénitos inscritos en el reino de los cielos; y habiendo dejado los festejos de acá, pasó a celebrar los de los ángeles. (...)
“¡A esta suerte feliz y que no está sujeta a la ancianidad, pasó hoy el bienaventurado Filogonio! ¿Qué discurso habrá, pues, digno de este varón a quien Dios se ha dignado conceder suerte tan feliz? ¡Ninguno! Pero, ¡ea! ¡dime! ¿Por esto habremos de callar? Mas, entonces ¿para qué nos reunimos? ¿Nos excusaremos diciendo que no es posible alcanzar con nuestros discursos la grandeza de sus hazañas? Pues por esto precisamente se ha de hablar; porque es esta la mayor alabanza suya: ¡que las palabras no puedan igualar a sus hechos! Los hechos de aquellos que superan a la mortal naturaleza, es manifiesto que también superan a la humana elocuencia”.
Como dije, el Crisóstomo no da muchos datos biográficos, alegando que San Flaviano, patriarca de Constantinopla (21 de febrero) y cuarto sucesor de Filogonio, hablaría del santo a continuación, y por ello corta el discurso encomiástico a la mitad, para seguir hablando sobre cómo prepararse a la Natividad del Señor. Mala decisión, pues el sermón de Flaviano no nos ha llegado, tal vez no lo escribió. Pero algo se puede saber: era Filogonio un seglar dedicado al derecho, viudo y con una hija, cuando en 319 fue elegido por el clero como obispo de Antioquía. Si como letrado brillaba por su amor a la verdad, la rectitud y la defensa de los pobres, como obispo no se quedó detrás. Su primera etapa como obispo estuvo inmersa en las persecusiones de Maximino y Licinio, en las que confesó su fe, padeció algunos tormentos y cárcel por ella. Llegada la paz de Constantino, no solo defendió la fe, sino que se preocupó por la extensión de esta, predicando, exhortando y convirtiendo a muchos a Cristo. Se enfrentó a Arrio y su herejía que negaba la divinidad de Cristo, junto a San Alejandro de Alejandría (26 de febrero) y otros prelados, defendiendo a su grey de los errores contra la fe católica, pasando de la defensa terrenal a la celestial. El mismo Crisóstomo lo apunta:
“…que haya sido Dios quien eligió a éste, es manifiesto por la misma pureza de sus costumbres; puesto que, habiéndolo sacado de en medio de los tribunales lo colocó en este trono. ¡Tan honorable y preclara fue su vida anterior, allá cuando vivía con su mujer y su hija, y se ocupaba en el foro! Y de tal manera venció al mismo sol con su esplendor que apareció desde luego digno de esta magistratura; y así fue trasladado del tribunal profano al sagrado tribunal. Allá defendía a los hombres contra los hombres; y a quienes eran oprimidos de quienes les armaban asechanzas, y los hacía triunfar de los que les hacían injusticia; acá, en cambio, en cuanto vino, defendió a los hombres de los demonios que los acometen”.
Fuentes:
-http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/pt/og.htm
-"Vidas de los Santos". Tomo XV. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD.