“A mí (…), haciéndome olvidar de mi debilidad y flaqueza, me atraen los prodigios y milagros de este Mártir: ea pues, buen ánimo, y esforzando la voz hasta donde alcancen las fuerzas, a manera de abejas que zumban alrededor de las flores, celebremos y elogiemos los hechos maravillosos de un varón, condescendiendo en ello a la piedad y gratitud de los presentes. 'Cuando se alaba al justo, se alegrarán los pueblos', nos decía el sabio Salomón”.
Con estas palabras introduce el Gran San Basilio (2 de enero y 14 de junio) su sermón laudatorio sobre el mártir San Gordio, un santo local, y casi contemporáneo de Basilio. San Gordio era originario de Cesarea de Capadocia, y era Centurión del ejército, y suponemos que era cristiano en oculto, porque los cristianos tenían prohibido acceder a puestos militares o civiles. En 303, cuando Galerio emitió su edicto contra la Iglesia en Oriente, Gordio dejó a un lado el servicio militar, y se retiró al monte Horeb, donde vivió en ayuno y oración entre las bestias salvajes. Las iglesias en Cesarea habían sido destruidas, el clero se había dispersado, y muchos cristianos se habían conformado con aparentar sacrificar a los dioses con tal de perder no sus vidas. Había vuelto Cesarea a ser una ciudad pagana. En el desierto pasó muchos años, pero su celo por Cristo no le dejaba descansar, y se compadecía de sus antiguos hermanos cristianos, ahora ocultos y caídos en la idolatría. Supo que en la ciudad se celebraría una gran fiesta en honor al dios Marte, con carreras, sacrificios y otros espectáculos, y entonces cuando…
“lleno estaba ya todo el teatro, ya estaban todos esperando la carrera de los caballos, cuando bajando desde lo más alto del monte, nuestro esforzado y generoso atleta, con un ánimo verdaderamente grande y con una constancia y sufrimiento inalterable, sin miedo de la plebe y sin reparar en los muchos adversarios, que tenía a la mano (…) se puso en medio de todos (…) le oyeron decir con mucha confianza y con clamor muy grande muchos de los que viven todavía: 'Hallado fui por los que no me buscaban descubiertamente aparecí a los que no me preguntaban' [Isaías]. En cuyas palabra dio a entender que no era traído por fuerza y con violencia a los riesgos y peligros, sino que por su propia voluntad se ofrecía al combate, imitando al Señor”.
Efectivamente, Gordio, desfigurado por las penitencias, enflaquecido y encanecido logró que todos miraran hacia él, desviando la atención de los caballos y fieras. El gobernador mandó le llevaran ante su estrado y allí le inquirió sobre quien era. Gordio se descubrió, declarando su país y familia, profesión y abandono de esta. Y añadió "He regresado para manifestar abiertamente que no me importan en nada tus edictos, porque pongo mi esperanza y confianza en Jesucristo". A lo que el gobernador, al verse desafiado por un desertor, mandó le castigasen. Y, según Basilio, la gente dejó los festejos por regodearse en los tormentos que infligirían al mártir. Y así habrá sido, pues entre los oyentes de Basilio había testigos del martirio de Gordio. Y no solo curiosos, sino que muchos cristianos se sintieron animados con aquel testimonio, e igualmente confesaron a Cristo.
San Gordio fue atormentado con látigos de plomo, el potro, el fuego y además, le rasgaron los costados. Pero nada logró que renegase de Cristo ni que dejase de confesar su Nombre. Basilio pone en su boca una serie de razonamientos, frases bíblicas y alegorías que indudablemente son de su propia cosecha, pero que no quitan veracidad al testimonio de Gordio. Adorno son, no más. Finalmente fue decapitado. Es venerado por todas las Iglesias Orientales, y es uno de los principales patronos de Cesarea.
Fuente:
-"Vidas de los Santos". Tomo XV. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD.
-"Homilías de San Basilio Magno". P. PEDRO DUARTE. OSBM. Madrid, 1796.