Revista Cultura y Ocio

San José, en la esfera de Jesús y de María

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

San José, en la esfera de Jesús y de María

Román Llamas Martínez,ocd

Los teólogos, para expresar que san José está en la esfera de Jesús y María lo hacen diciendo que san José pertenece al orden hipostático de la gracia. Distinguen dos órdenes de la gracia: el ordinario, en el que se mueven todos los cristianos y santos, por muy santos que sean, y el orden hipostático, que es el de la redención y salvación realizado por Cristo –él solo pisó el lagar– con su vida, pasión, muerte en cruz y resurrección. A este pertenecen solamente Jesús, María y José. Esto quiero afirmar cuando digo que san José está en la esfera de Jesús y María, que se mueve en su órbita. A san José hay que alinearlo con Jesús y María, no con los demás santos, por muy santos que sean, como Juan Bautista y los Apóstoles. Y precisamente por pertenecer a ese orden superior de la gracia, su relación con los demás santos en más profunda e íntima, como es la Jesús y María.

Santa Teresa expresa esta realidad sencillamente con estas palabras: “No sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto (tantos trabajos) pasó con el Niño Jesús que no den gracias a san José por lo bien que les ayudó en ellos” (V 6, 8).

Así de sencillamente se expresa la Santa, en comparación con la cantidad de discursos y páginas que emplean los teólogos para declarar esta misma verdad: que san José pertenece al orden hipostático de la gracia, al que solo pertenecen Jesús, María y José. San José en el grado ínfimo, pero el ínfimo en el orden superior está muy por encima del máximo en el grado inferior en el que se desenvuelven todos los demás santos.

A partir de Suárez, con muy pocas excepciones, los teólogos colocan a san José en el orden hipostático de la gracia redentora y salvadora alcanzada por Cristo, pero en la que quiso involucrar a María, como madre suya, de quien recibió la naturaleza humana, imprescindible para llevar a cabo su obra redentora y a José como a padre suyo por su matrimonio con María, sin el cual no habría podido haber redención, porque Jesús tenía que nacer de una virgen, pero desposada con un hombre llamado José.

San José está comprendido en el decreto divino de la Encarnación del Verbo, de la Palabra de Dios en el seno de la Virgen María. Ya que “en la predestinación eterna no solo está comprendido lo que se ha de realizar en el tiempo, sino también el modo y el orden de su ejecución” (Sto. Tomás, III p.q.24, a 4). El decreto eterno de la salvación en sí mismo y en su modo y orden lo vemos realizado en el Evangelio cuando nos dice que el Verbo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María, desposada con un hombre llamado José (Lc 1,26-27; cfr. Mt 1.18). Ahora bien, si en el decreto eterno de la Encarnación-redención está comprendida la Virgen María por ser madre del Verbo encarnado, de igual modo tiene que estar comprendido José, por ser el esposo de María.

Por este decreto eterno de Dios, san José entra a formar parte del orden hipostático de la gracia, un orden de la gracia de comunicación gratuita de Dios Padre al hombre por la Encarnación de su Palabra; de su Hijo en el seno de la Virgen María, desposada con José; Encarnación que culmina en la redención con la pasión, muerte y resurrección, a la que está esencialmente unida, “porque la encarnación y redención constituyen una unidad orgánica e indisoluble en la que el plan de la redención se realiza con palabras y obras intrínsecamente ligadas entre sí. Precisamente por esa unidad, el Papa Juan XXIII, que tenía una gran devoción a san José, estableció que en el canon romano de la Misa, memorial perpetuo de la redención, se incluyera su nombre junto al de María y antes de los apóstoles, de los Santos Pontífices y de los mártires” (RC 5-6). San José pertenece a un orden de la gracia, de comunicación de Dios, excepcional, maravilloso, que no cabe en inteligencia humana.

San José pertenece al orden hipostático por dar su consentimiento a las palabras del ángel, de parte de Dios, que le pide que no tema tomar a su mujer en su casa, casándose definitivamente con ella, En las palabras de la ‘anunciación’ nocturna san José, escuchó no solo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre ‘justo’, que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo escogido, amaba a la Virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor” (RC 19). Un autor comenta que la sangre que Jesús derramará en su pasión por la salvación de los hombres ha crecido y se ha desarrollado en Jesús por el cuidado de san José, en el alimento y sustento de cada día.

La reflexión de la Redemptoris Custos y del Catecismo de la Iglesia (n. 522-534) sobre los misterios de la Infancia de Jesús en su vida oculta de Nazaret, que guardaba María y los meditaba en su corazón, y también san José, son la prueba y la explicación de la pertenencia del santo Patriarca al orden hipostático: La genealogía,  el matrimonio de José y María, la familia, el censo, el nacimiento, la circuncisión e imposición del nombre de Jesús, la llegada de los magos de Oriente, la presentación en el templo, la huida a Egipto, la vida oculta en Nazaret, el sustento y la educación, la pérdida del Niño Jesús en el templo y “toda la vida oculta o escondida de Jesús ha sido confiada a la custodia de san José” (RC 8).

En todos estos sacramentos del misterio de la redención y salvación, san José juega un papel imprescindible, esencial, único y con su servicio coopera al misterio de la salvación. “De este misterio divino es José juntamente con María el primer depositario. Con María y también en relación con ella, él participa en esta fase culminante de la autorevelación de Dios en Cristo y participa desde le primer instante…La peregrinación de la fe… la vida de la fe de José sigue la misma dirección, queda   totalmente determinada por el mismo misterio del que él junto con María se había convertido en el primer depositario” (RC 5).


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