Daniel de Pablo Maroto, ocd
Convento de La Santa-Ávila
El día 14 de diciembre recordamos la muerte de san Juan de la Cruz en Úbeda (Jaén) el año 1591. A pesar de ser muy apreciado en vida por sus hermanos en el Carmelo Descalzo, y de manera especial por la Madre Teresa, tuvo que sufrir su “pasión” y su “muerte” para culminar su vida en una “glorificación” tardía en el tiempo, y en continuo crecimiento hasta nuestros días.
1 – Glorificado en vida
Como telón de fondo, recuerdo sus triunfos como carmelita descalzo desde 1568 en Duruelo donde fue uno de los iniciadores de la Reforma de la orden del Carmen y fue muy apreciado por sus hermanos en el Carmelo. Por ejemplo, fue maestro de novicios y subprior en los conventos de Duruelo y Mancera. Una noticia curiosa: interrumpió sus servicios a la naciente Reforma del Carmelo como rector del colegio de Alcalá para ser confesor y director espiritual de las monjas de La Encarnación de Ávila invitado por la madre Teresa al ser nombrada priora del mismo (1572-1577). Libre de su “secuestro” por los carmelitas calzados el año 1578, fue nombrado prior de El Calvario; fue el fundador y rector del colegio de Baeza en 1579-1582; varias veces prior del convento de Granada; definidor y vicario provincial de Andalucía en el capítulo de Lisboa en 1585 y en 1588 fue nombrado prior de Segovia y tercer consiliario del nuevo régimen impuesto por el nuevo provincial, el P. Nicolás Doria, la Consulta, de la que fue presidente en ausencia del provincial; finalmente, cesó en sus actividades en el capítulo de Madrid en 1591; el provincial, P. Doria, le ofreció el priorato de Segovia y Juan no aceptó y se ofreció para ir a engrosar la fundación de México, viaje frustrado. He recordado este luminoso curriculum de Juan de la Cruz para que los lectores puedan confrontarlo y juzgar con verdad las “persecuciones” sufridas al final de su vida.
2 – Pasión y muerte
Recuerdo dos momentos dolorosos, auténticas “noches oscuras” de pasión y de muerte. La primera fue la “cárcel” de Toledo. Secuestrado por los frailes carmelitas calzados en diciembre de 1577, allí estuvo recluido hasta agosto de 1578 y de la que escapó milagrosamente de una muerte segura. Aludo al hecho muy conocido en la biografía de Juan de la Cruz y las penalidades sufridas, un auténtico martirio, “noche” oscura del sentido y del espíritu. Mientras tanto, Juan mataba el ocio componiendo los versos más hermosos de la literatura castellana.
De otro orden fueron las “noches” sufridas al final de su vida; una fue el cese de su lugar protagonista en su orden, como hemos visto. Oigo los lamentos de los lectores de la vida del Santo por este hecho, que son situaciones frecuentes en la vida religiosa porque los oficios no son vitalicios. Su “caso” estuvo provocado por sus disidencias con los superiores en causas que Juan defendía, como las relaciones de las monjas de la madre Teresa con los superiores de turno y sus injerencias excesivas en sus vidas contra lo impuesto por la madre Teresa. Y el “caso” del Padre Gracián y su quehacer en el Carmen descalzo y ya en declive.
Otra causa de “noche” pasiva fue el comportamiento de un fraile descalzo desacreditándolo en público y en privado acusándole injustamente de faltas que no había cometido y amenazándole con despojarle de su hábito religioso. Se trata de un sujeto atrabiliario y rencoroso a quien Juan de la Cruz había corregido como superior. Lo soportó todo con paz interior, sin quejas sufriendo su noche en silencio.
Y le esperaban otras “noches” más dolorosas y “oscuras” que sufrir: su última enfermedad y la muerte. Las “declaraciones” de los testigos de su vida causan espanto, hieren nuestra sensibilidad. Su enfermedad mortal comenzó por unas “calenturillas”, como se lo indicó a Doña Ana de Peñalosa el 21 de septiembre desde El Calvario. Pero la enfermedad fue el comienzo de un lento morir. Se trataba de una inflamación con fiebre en la pierna derecha. Por la falta de medios en su convento, se trasladó al de Úbeda el 28 de septiembre. Allí encontró a otro personaje enemigo como prior que amargó los últimos momentos de su vida y a quien había corregido siendo súbdito suyo: su nombre queda para la historia como fraile de mal recuerdo: Francisco Crisóstomo, “falto de entrañas de caridad para sus hermanos”, dicen los testigos. ¡Menos mal que al final se arrepintió y lloró su mal comportamiento y le pidió perdón!
La enfermedad de Fray Juan era grave, mortal, y pronto necesitó la ayuda de un cirujano que cuidase sus heridas. Da pánico leer las descripciones de los testigos para cuidar una “erisipela en el empeine del pie derecho” que se inflamó y reventó “en cinco llagas en forma de cruz”. El cirujano tuvo que abrir la herida: “corta pedazos de carne, urga entre los nervios quemándole las heridas […] y deja entrever el hueso”. Otras heridas se abrieron en la espalda y siguen las crónicas detallando los remedios aplicados. Dejo a los lectores que imaginen las escenas de dolor, la paciencia del enfermo que lo soporta todo con admirable resignación.
Y, al final, la muerte en cuya descripción también se entretienen los testigos y suele ser un panorama conocido y repetido. No puedo seguir el ritmo de su agonía; basta recordar sus últimas palabras: “Suenan las doce en el reloj de la iglesia de El Salvador […]. A qué tañen -pregunta-; “a Maitines”, le responden. Y él completa la frase: “¡Gloria a Dios, que al cielo los iré a decir!”. Encomienda su alma a Dios y expiró. Así concluyó la vida de este hombre santo y sabio como se consume una vela que ardía y se apaga.
3 – Resurrección y fama póstuma
Juan de la Cruz vive resucitado en la memoria y el cariño de sus hermanos en el Carmelo y en el recuerdo de sus lectores y admiradores como un hombre genial en sus obras escritas y sus enseñanzas que todavía alimentan a millones de lectores. Inicialmente y después de su muerte durante siglos su fama quedó bastante restringida a su familia religiosa en las obras de sus grandes escritores de teología y de mística que tuvieron que defender su ortodoxia puesta en duda por algunos teólogos. Hoy es reconocido por todos los estudiosos y su fama internacional ha ido in crescendo desde finales del siglo XIX admirado como excelso poeta por el sabio Don Marcelino Menéndez y Pelayo. Y, ya en el siglo XX, el escritor francés Jean Baruzi también colaboró a difundir el mensaje sanjuanista entre los hombres de pensamiento. Y entre los carmelitas descalzos no podemos olvidar a otro genio, el Padre Crisógono de Jesús Sacramentado, desaparecido en plena juventud con las manos en la masa de los estudios sanjuanistas, autor de una de las Biografías más completas y sabias de Juan de la Cruz. Y, como él otros muchos.
Después vendrían los títulos añadidos: declarado como Doctor de la Iglesia, patrono de los poetas, la celebración de congresos para analizar sus aportaciones a la teología mística, a la poesía, el recuerdo especial de sus fechas centenarias, etc. El siglo XX ha sido especialmente pródigo en esa difusión y el Carmelo teresiano —restaurado en España a finales del siglo XIX—ha colaborado también a la difusión de su persona y su doctrina, como lo saben bien los especialistas en la historia, la teología y, especialmente la teología espiritual y mística.
Quiero concluir esta breve semblanza recordando sus obras, como la Subida del Monte Carmelo, la Noche oscura, el Cántico Espiritual y la Llama de Amor viva, a las que dedicó comentarios geniales que hoy estudian no solo los teólogos, sino también los historiadores, los filósofos y filólogos, los psicólogos, etc. Cuanto más profundizo en su doctrina, más admiro la genialidad de este gran “medio fraile” como lo describió la genial Teresa de Jesús.