Revista Cultura y Ocio

San Juan de la Cruz, terapeuta de las ‘adicciones’ modernas

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

      San Juan de la Cruz, terapeuta de las ‘adicciones’ modernas

                     Daniel de Pablo Maroto, ocd

  “La Santa” (Ávila)

Los lectores medianamente informados, y con mucha más razón los que leen la prensa diaria o libros científicos; los oyentes de las infinitas emisores de radio; los videntes de las pantallas de televisión; los padres y madres de familias, los médicos, enseñantes, magistrados y políticos, saben que son muchos los que están “enganchados” a las drogas duras o blandas, prohibidas, toleradas o permitidas por los poderes públicos. Los pobres “adictos”, engañados o por propia y consciente voluntad, se convierten en un grave drama para las familias y para la misma sociedad, un peso para las instituciones de la salud pública, y ellos en piltrafas humanas con la posible e inevitable secuela de dolor y de muerte.

Este cuadro, oscuro y dramático, desgraciadamente no es virtual ni de una lejana galaxia ni una película de un director apocalíptico integrado en la sociedad de consumo y materialista. Y tampoco es un producto de novísima generación, sino que viene de antiguo, nutriente de una sociedad de consumo, cada día más necesitada de experiencias nuevas excitantes de nuevos placeres.

Pero existe una curiosa e insidiosa variante de drogadicción más propia de nuestro evolucionado planeta que se está acelerando a velocidades insospechadas hace solo unos decenios. En pocos años ha inundado el mercado una serie de cacharros, instrumentos útiles cada vez más sofisticados, la televisión, los ordenadores, tabletas, teléfonos móviles con programas que te meten el mundo entero entre los dedos de una mano. El problema no son los fabricantes ni los vendedores, que engordan sus haciendas, sino los usuarios, que están “enganchados” a eso que llaman “redes” sociales.

Nunca una palabra ha encontrado un uso más apropiado a su significado originario. Los seres humanos se han convertido en ingenuos pececillos del río o del mar, atrapados en las “redes” del inmenso océano de los seis o siete mil millones de habitantes del planeta. Y la red se va haciendo cada día más ancha, con aberturas más diminutas, más gelatinosas. Y los humanos, cada día más ingenuos e inocentes, no se dan cuenta de que están sacrificando su libertad personal mientras viven una democracia sociológica, periférica al ser.

Lector, mira a tu alrededor en las calles y plazas, en los medios de transporte, en los salones de las casas, en los comedores públicos, mírate a ti mismo, y contempla el espectáculo entre penoso y grotesco. Gentes “enganchadas” a su pantalla inalámbrica, leyendo textos recibidos o escritos para enviar, escuchando voces exteriores que se interiorizan en la memoria, en la fantasía o en el sentimiento. O si la pantalla está vacía, inamovible, y el sonido apagado, la mente se inquieta en una espera desesperanzada mientras piensa o siente ¿por qué será? ¿A qué obedece este permanente e inacabable silencio de una hora?

Este dibujo a pluma, a ordenador, no es una quimera, es el pan cotidiano que comen e ingieren miles, millones de seres humanos atrapados en la tecnología moderna que opera en ellos como una droga, como una “adicción” tan peligrosa o más que las drogas químicas. Puede que el hecho esté arruinando la memoria, la fantasía creadora de los niños y los adolescentes, la libertad de los adultos y de todos los que utilizan estos magníficos inventos sin control, con irracionalidad, como una necesidad que casi siempre es innecesaria.

Droga silenciosa, insidiosa, que penetra las junturas entre el alma y el cuerpo que no sé si tendrá cura farmacológica. Que lo digan los médicos psiquiatras, los psicólogos; que estén atentos los políticos y los economistas, sobre todo los padres, los maestros, educadores de la sociedad, libres o liberados de esas ataduras, que hablen claro a las presentes y próximas generaciones si no queremos convertir la tierra en una inmensa cárcel de presos en aparente libertad. Sencillamente atrapados por la grandiosa tecnología de nuestros genios.

¿A qué viene esta perorata tan crudamente expuesta? A llamar la atención de los incautos, a dar un aviso a los embarcados en esa aventura aparentemente necesaria, pero que puede convertirse en un engaño camuflado en necesidad. Es un toque de atención que invita a la reflexión serena de lo que está sucediendo en la propia persona o en los familiares o amigos cercanos, también en los niños y adolescentes. Una propuesta para construir al hombre integrado en sí mismo y evitarle dispersiones de la mente y del corazón.

Desde la sociología y la psicología modernas, han comenzado a hablar los especialistas del comportamiento sobre los peligros y las consecuencias derivadas del abuso de las tecnologías modernas que están ya afectando a las relaciones familiares, a la dedicación al trabajo profesional, a la educación de los niños, adolescentes y jóvenes, y al mismo ocio necesario al ser humano, etc. El estar “enganchados” a esa, al parecer, inocente droga tecnológica, quita libertad, tiempo, energías psíquicas y, deriva en patologías que tienen -según dicen los médicos- difícil curación con fármacos. Copio de unas reflexiones hechas por un médico: “Twitter es chafardeo. WhatssApp, devaneo, y Facebook, marujeo. Miren por la ventana: hay todo un mundo ahí fuera”. Es un aviso para transeúntes de nuestra madre tierra.

Para combatir esta adicción, recuerdo la enseñanza del maestro y doctor san Juan de la Cruz que ofrece un buena medicina y unos inmejorables materiales de consulta para la terapia de todas las adicciones. Nadie que conozca sus obras escritas le podrá acusar de ignorante de la psique humana. Como buen místico experimental conoce la geografía y la geometría del alma, el consciente y el inconsciente como buen psicoanalista.

Conociendo ese fondo oscuro de la psique humana, ha descrito las tendencias o “apetitos” del ser humano, de los sentidos periféricos y de las facultades mentales y afectivas. Y ha propuesto a sus lectores -creyentes o increyentes en su Dios- un camino de liberación interior, utilizando la razón por el ateo y la razón y la fe en el Dios cristiano por el creyente, ámbito en el que el proyecto del “hombre nuevo” tiene su pleno desarrollo. Espero que los especialistas en antropología filosófica o teológica estén de acuerdo con el maestro.

“Noche oscura” llama él al proceso de purificación al que tiene que someterse el hombre para conquistar su propia libertad controlando las apetencias de los sentidos y de la psique hacia los placeres que encadenan. Si no se controlan, los efectos son devastadores; como dice el Maestro, atormentan la inteligencia y la voluntad, “atándola a la muela de la concupiscencia”; la ciegan y oscurecen, “como los vapores oscurecen el aire y no le dejan lucir el sol claro”; la ensucian porque “en cuanto al ser de razón está fea, abominable, sucia y oscura”; y, finalmente, la enflaquecen porque se reparte entre “menudencia”, y los apetitos desordenados son como “los renuevos que nacen en derredor del árbol para que él no lleve tanto fruto”. (Ver Subida del Monte Carmelo, I, caps. 6-10).

Este es el panorama descrito por Juan de la Cruz. El control de los “apetitos” libera; alimentar las “apetencias” de los placeres sensuales, esclaviza. Los caminos están trazados; el ser racional es libre para escoger uno de los dos; pero Juan de la Cruz aconseja el primero.


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