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Fin de la Cristiandad. San Luis María Grignion de Montfort
A las 1:14 PM, por José María IraburuCategorías : Sin categorías
(193) De Cristo o del mundo -XXXV. Fin de la Cristiandad. 8 -San Luis María Grignion de Montfort
–Este bendito Montfort es el inventor del Totus tuus.
–No. Ése es su lema, pero lo toma de San Buenaventura: «Vous pourrez encore dire, avec saint Bonaventure… Tuus totus ego sum, et omnia mea tua sunt, o Virgo gloriosa» (Trat. de la verdadera devoción a la Sma. Virgen, nº 216).
San Luis María Grignion (1673-1716) nació en Montfort, en la Bretaña francesa, el mayor de 18 hermanos, de los que 3 fueron sacerdotes y 3 religiosas. Fue un gran predicador de misiones populares, en las que encendía el corazón de los hombres, provocando con la gracia divina innumerables conversiones.
También fue un escritor de obras muy valiosas sobre Cristo (El amor de la Sabiduría eterna), sobre la Virgen (El secreto de María; Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen), sobre la espiritualidad de los laicos (Carta circular a los Amigos de la Cruz) y también, como fundador, de la vida de los religiosos (La Compañía de María) y de las religiosas (Regla primitiva de la Sabiduría). Sus Cánticos populares son también una preciosa expresión de su profunda espiritualidad. (Obras completas en la BAC 111, 1964 y 451, 1984; y Oeuvres complètes, Éd. Seuil, París 1988; sólo en esta edición se incluye la serie completa de sus Cantiques).
Montfort predica y escribe con las mismas palabras de la Escritura. Él seguía en esto lo que fue norma frecuente en los Padres y grandes autores antiguos, por ejemplo, un San Bernardo, que en cada página traía diez o veinte citas bíblicas explícitas o implícitas. Montfortpredica enhebrando continuamente frases y paráfrasis de la Sagrada Escritura. Convendría, por cierto, que algunos autores recientes conocieran esto, pues piensan y dicen que los antiguos ignoraban la Biblia, y que son ellos los que la han descubierto –aunque, eso sí, apenas la citan en sus escritos y predicaciones, donde prefieren hablar «ellos»–. Por el contrario, las predicaciones de San Luis María, lo mismo que los Cánticos que componía para el pueblo cristiano, son una antología preciosa y audaz de citas del Nuevo Testamento.
Si Cristo dice «yo no soy del mundo, y vosotros tampoco sois del mundo» (Jn 8,23; 15,19), y si San Pablo exhorta «pensad y buscad las cosas de arriba, donde está Cristo» (Col 3,1-2), San Luis María Grignion de Montfort, sin ningún temor ni complejo, se atreve a ofrecer al pueblo aquella canción: «Un vrai chrétien n'est plus de cette vie / il a déjà le coeur dans la Patrie (un cristiano verdadero no es de esta vida / y tiene ya su corazón en la Patria)». Y los cristianos la hacen suya con entusiasmo, y unos decenios más tarde, en los muy numerosos martirios de La Vendée, demuestran que creen de verdad en lo que dicen estas canciones: «Allons, mes cher amis, / allons en Paradis» (Cantique [S 24]).
El «mal du siècle» de la Francia cristiana del XVII es la mundanización. La vida y el ministerio evangelizador de San Luis María se desarrollan en la Francia del «Rey Sol», Luis XIV (1638-1715), un rey cristiano, culto, victorioso en las batallas, constructor de Versalles y de otros innumerables palacios, fiel a sus favoritas sucesivas y oficiales, centro permanente de una Francia próspera y potente (Cardenal Mazarino, Colbert) y brillante en la cultura (Molière, Racine, Boileau, Pascal, Bossuet).
En torno al Rey Sol giran también como satélites eclesiásticos no pocos Obispos de familias aristocráticas, afectados con frecuencia de galicanismo (Declaratio cleri gallicani, 1682) y, en forma activa o simplemente pasiva, de jansenismo, más asiduos en ocasiones a Versalles que a sus propias sedes episcopales. Montfort, por su extrema pobreza, por la claridad de su palabra, por su vida santa y totalmente configurada al Evangelio, halló siempre muy buena acogida en el pueblo cristiano sencillo. Pero en esos altos ámbitos mundanizados de la Iglesia estuvo siempre más perdido –permítanme la expresión– que un pato en un gallinero. De hecho, varios Obispos lo expulsaron sucesivamente de sus diócesis, y sólo fue recibido los últimos años de su vida por el Obispo de La Rochelle. De la doctrina de Montfort me fijaré aquí especialmente en su predicación sobre el mundo secular, que es el tema que nos ocupa.
–De Cristo o del mundo: una elección necesaria. «Queridos hermanos, ahí tenéis los dos bandos con los que a diario nos encontramos: el de Jesucristo y el del mundo.
«A la derecha, el de nuestro amable Salvador [Mt 25,33]. Sube por un camino estrecho y angosto como nunca, a causa de la corrupción del mundo [7,14]. El buen Maestro va delante, descalzo, la cabeza coronada de espinas, el cuerpo ensangrentado y cargado con una pesada cruz. Sólo le sigue un puñado de personas –si bien las más valientes–, ya porque su voz es tan delicada que no se la puede oír en medio del tumulto del mundo o porque se carece del valor necesario para seguirlo en la pobreza, los dolores y humillaciones y demás cruces, que es preciso llevar para servir al Señor todos los días [Lc 9,23].
«A la izquierda, el bando del mundo o del demonio. Es el más nutrido, el más espléndido y brillante –al menos en apariencia–. Lo más selecto del mundo corre hacia él. Se apretujan, aunque los caminos son anchos y más espaciosos que nunca, a causa de las multitudes que, igual que torrentes, transitan por ellos. Están sembrados de flores, bordeados de placeres y diversiones, cubiertos de oro y plata [Mt 7,13-14]».
«A la derecha, el pequeño rebaño que sigue a Cristo [Lc 12,32] se dice continuamente [para animarse al seguimiento]: "El que no tiene el espíritu de Cristo –que es espíritu de cruz– no es de Cristo [Rm 8,9]. Pues los que son de Jesucristo han crucificado sus bajos instintos con sus pasiones y deseos [Gál 5,24]. O somos imagen vivientes de Jesucristo o nos condenamos. ¡Animo!, gritan, ¡ánimo! Si Dios está por nosotros, en nosotros y delante de nosotros ¿quién estará contra nosotros? [Rm 8,31]. El que está en nosotros es más fuerte que el que está en el mundo [Lc 11,21]. Un criado no es más que su señor [Jn 13,16; 15,20]. Una momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria [2Cor 4,17]. El número de los elegidos es menor de lo que se piensa [Mt 20,16; Lc 13,23-24]. Sólo los esforzados y violentos arrebatan el cielo [Mt 11,12]. Y tampoco un atleta recibe el premio, si no compite conforme al reglamento [2Tim 2,5], conforme al Evangelio y no según la moda. ¡Luchemos, pues, con valor! ¡Corramos de prisa para alcanzar la meta y ganar la corona! [1Cor 9,24-25]".
«Los mundanos, al contrario, para incitarse a perseverar sin escrúpulos en su malicia, claman todos los días: "¡Vivir, vivir! ¡Paz, paz! [Jer 6,14; 8,11; Ez 13,10]¡Alegría! ¡Comamos y bebamos, cantemos, bailemos y juguemos [Is 22,13; Mt 24,38-39; Lc 17,27; 1Cor 15,32]! Dios es bueno y no nos creó para condenarnos. Dios no prohibe las diversiones. No nos condenaremos por eso. ¡Fuera escrúpulos! No moriréis [Gén 3,4]"…
«No os hagáis ilusiones [1Cor 6,9]. Esos cristianos que veis por todas partes trajeados a la moda, en extremo delicados, altivos y engreídos hasta el exceso, no son los verdaderos discípulos de Jesús crucificado. Y si pensáis lo contrario, estáis afrentando a esa Cabeza coronada de espinas y a la verdad del Evangelio. ¡Válgame Dios! ¡Cuántas caricaturas de cristianos pretenden ser miembros de Jesucristo, cuando en realidad son sus más alevosos perseguidores, porque mientras hacen con la mano la señal de la cruz, son sus enemigos en el corazón [enemigos de la cruz de Cristo: Flp 3,18]!» (Carta a los Amigos de la Cruz 7-10).
El Evangelio mundanizado es un Evangelio falso. Montfort, predicando y escribiendo de estos modos, era una figura impresentable en el panorama eclesiástico de la Francia de 1700. Ya entonces, sobre todo en el clero y el laicado más ilustrados, se iba diseñando la figura del católico liberal, del honnête homme, cristiano sinceramente reconciliado con el mundo secular, hombre discreto, próspero y moderado, que está en el mundo presente como pez en el agua. Su sabiduría mundana es justamente la antítesis de la sabiduría evangélica.
«Dios tiene su Sabiduría, la única verdadera y digna de ser amada y buscada como un gran tesoro. Pero también el mundo depravado tiene la suya, y ésta debe ser condenada y detestada como malvada y perversa… En efecto, la sabiduría mundana es aquella de la que se ha dicho: "anularé el saber de los sabios" según el mundo [1Cor 1,19]. La sabiduría de la carne es enemiga de Dios [Rm 8,9]. Esta sabiduría no baja de lo alto; es terrestre, animal y diabólica [Sant 3,15]. Consiste esta sabiduría mundana en una perfecta armonía con las máximas y modas del mundo; en una tendencia continua a la grandeza y estimación; en la búsqueda constante y solapada de los propios caprichos e intereses…
«Sabio según el mundo es quien sabe desenvolverse en sus negocios y consigue sacar ventaja de todo, sin dar la impresión de buscarlo; quien domina el arte de fingir y engañar astutamente, sin que nadie se dé cuenta; quien conoce perfectamente los gustos y cumplidos del mundo; quien sabe amoldarse a todos para conseguir sus propósitos, sin preocuparse ni poco ni mucho de la honra y gloria de Dios; quien armoniza secreta pero funestamente la verdad con la mentira, el Evangelio con el mundo, la virtud con el pecado y a Jesucristo con Belial [2Cor 6,15]; …
«Nunca ha estado el mundo tan corrompido como hoy, porque nunca había sido tan sagaz, prudente y astuto a su manera. Utiliza tan hábilmente la verdad para inspirar el engaño; la virtud, para autorizar el pecado; las máximas de Jesucristo, para justificar las suyas…, que incluso los más sabios según Dios son víctimas de sus mentiras. En efecto, "el número de los necios es infinito" [Ecle 1,15]. Es decir, el número de los sabios según el mundo –que resultan necios según Dios– es infinito [1Cor 1,20-31]» (El amor de la Sabiduría eterna 74-79). La sabiduría mundana y diabólica tiene tantos adeptos, porque está hecha de amor a los bienes de la tierra, amor al placer, amor y estima de los honores (Amigos de la Cruz, 80-82).
Haya fortaleza y alegría en «los buenos combates de la fe» (1Tim 6,12). Las predicaciones y canciones de Montfort tienen la alegría evangélica de quienes libran con el mundo un gran combate, seguros de su victoria. Ante la fuerza abrumadora del mundo moderno nunca se da en San Luis María ese derrotismo histórico, esa tristeza oculta hoy tan frecuente en quienes estiman necesario –¡obligado en conciencia!– pactar con el mundo en los términos más ventajosos que se puedan conseguir, para asegurar el presente y el futuro de la Iglesia. La alegre vitalidad evangélica de Montfort recuerda a los grandes misioneros de la Iglesia, Pablo, Ignacio de Antioquía, Martín de Tours, Bonifacio, Javier…
«Gran Dieu, donnez-nous du secours, / armez-nous de votre tonnerre. / Le monde nous fait tous les jours / partout une cruelle guerre. / C'est l'ennemi le plus malin / parce qu'il est le plus humain. // Amis de Dieu, braves soldats, / unisson-nous, prenons les armes, / ne nous laissons pas mettre à bas, / combattons le monde et ses charmes. / Puisque Dieu même est avec nous, / nous le vaincrons, combattons tous. // Armons-nous de la vérité / contre les amis du mensonge. / Faisons-leur voir par charité / que tous leurs biens ne sont qu'un songe. / Armons-nous d'une vive foi. Nous leur ferons à tous la loi…»
(«Dios grande, acude en nuestra ayuda, / ármanos con tu rayo. / El mundo nos hace cada día / en todas partes una cruel guerra. / Es el peor de los enemigos / porque es el más humano. // Amigos de Dios, valientes soldados, / unámonos y tomemos las armas, / no nos dejemos vencer, / peleemos contra el mundo y sus encantos. / Puesto que el mismo Dios está con nosotros, / venceremos: luchemos todos. // Sea nuestra arma la verdad / contra los amigos de la mentira. / Hagamos verles por caridad / que todos sus bienes son sólo un sueño. / Armémonos de una fe viva, / y ofrezcamos a todos nuestro buen ejemplo») (Cantique [77]).
Juan Pablo II reconocía que, entre los sucesores de aquellos Apóstoles primeros, que recibieron la misión de «ir a todas las gentes, para predicarles el Evangelio», sin duda San Luis María Grignion de Monfort es «uno de los más notables» (19-IX-1996). Como hemos visto, ante una Europa culta, que ya por 1700 va iniciando su apostasía y dando la espalda a Jesucristo –aunque todavía conserva algún respeto por las exterioridades del cristianismo–, Monfort pre-dica, o lo que es lo mismo, dice-con-gran-fuerza, el Evangelio de Cristo, sin avergonzarse nunca de él. Nada afirma que no esté en el Nuevo Testamento, muchas veces expresado con las mismas palabras. Ésa es su grandeza, su mayor originalidad y la explicación de que sus escritos conserven la misma frescura y actualidad que tuvieron hace tres siglos.
No puede haber vida perfecta en Cristo sin vencer con Él totalmente al mundo (Jn 16,33; 1Jn 5,4). Y por eso, la fidelidad total y confiada de Montfort al Evangelio le lleva a predicar, como uno de sus temas fundamentales, la peligrosidad del mundo, y la gloriosa necesidad de combatirlo y de vencerlo, no con sus propias armas –astucia, violencia y engaño–, sino con las armas de Cristo, la fe y la caridad, la verdad y el amor. Él, porque cree en la gracia de Dios y en la libertad del hombre asistida por la gracia, se atreve a evangelizar al hombre con una claridad que hoy nos resulta apabullante:
«Para alcanzar la Sabiduría [para ser perfecto] te es necesario:
«–Renunciar efectivamente a los bienes del mundo [Mt 19,21], como lo hicieron los apóstoles, los discípulos, los primeros cristianos y los religiosos; es el modo más rápido, mejor y más eficaz para alcanzar la Sabiduría. O por lo menos, desligar el corazón de esos bienes y poseerlos como si no los poseyeras [1Cor 7,29-31], sin afanarte por adquirirlos, sin inquietarte por conservarlos, sin impacientarte ni lamentarte cuando los pierdas; lo que ciertamente es bien difícil de practicar.
«–No adoptar las modas de los mundanos en vestidos, muebles, habitaciones, comidas, costumbres ni actividades de la vida: "no os configuréis al mundo", etc. [Rom 12,2]. Esta práctica es más necesaria de lo que se cree.
«–No creer ni secundar las falsas máximas del mundo, ni pensar, hablar ni obrar como las gentes del mundo. Éstas tienen una doctrina tan contraria a la Sabiduría encarnada como las tinieblas a la luz [2Cor 6,14-15], la muerte a la vida. Examina atentamente sus sentimientos y palabras: piensan y hablan mal de las más sublimes virtudes. Es verdad que no mienten abiertamente, pues revisten sus mentiras con apariencias de verdad. Piensan que no mienten, pero en realidad están mintiendo» (El amor a la Sabiduría eterna 196-199).
Evangelio puro. Si a un cristiano actual le repele la predicación de Monfort, que vaya con cuidado antes de rechazarla: él dice lo que dijeron Cristo y los Apóstoles, normalmente con sus mismas palabras. Y con efectos muy semejantes, pues cuantiosas muchedumbres se convierten al oirle. Cosa que no lograban –ni intentaban– aquellos altos y cultos eclesiásticos de su tiempo, incomparablemente más adaptados al mundo, aquellos que lo expulsaron en varias ocasiones de sus diócesis, y que lo seguirían expulsando hoy.
José María Iraburu, sacerdote