Llegamos a San Sebastián por Pasajes Ancho. Hay abrazos casi nada más bajarnos del coche. La vida, a veces, nos permite recuperar a quienes un día se fueron. Quizá no todas las pérdidas sean para siempre. Entramos a la ciudad por el este. Y como soy preguntón, no paro de inquirir hasta que lllegamos al Kursaal, un nombre que, pese a lo que posiblemente opinen muchos españoles, no tiene nada de vasco. Damos un paseo. Un edificio imponente. Es grande Moneo: su manejo de las formas, de los volúmenes. Un navarro universal que tampoco ha sido profeta en su tierra.
En otra vida, tantas cosas ya, yo modelaría edificios con las manos, para que mujeres con ojos tristes los levantaran mi nombre. Al frente el mar. Siempre el mar. Entramos en la Sala Kubo, para disfrutar de sus volúmenes y de una exposición de fotos de Catalá Roca, el "fotógrafo ausente". Una delicia. Aquella España que ya nos queda lejana y que imagino aún más lejano a los jóvenes que aquí han crecido lejos del nacionalismo banal español. Aquella España de pueblos de hambre y miseria que se iban vaciando a medida que la ciudad iba dándonos futuro a todos. Aquella España que se nos vació para siempre. Salgo de la exposición emocionado, casi he visto al abuelo Miguelán subido en su burra, allá en la Sanabria de los años cuarenta...