A la princesa la enseñaron a esperar la media hora que duraba el cuento por su momento de felicidad. Y, aunque ni Disney ni los hermanos Grimm contaron lo que pasaba después de aquel “final feliz”, ella sabía muy bien cómo seguía la historia, la parte menos comercial. Sabía que su valiente príncipe iba a tener asuntos importantes que resolver en palacio mientras ella aguardase su llegada y su atención.
Al príncipe lo educaron para ser fuerte y vencer obstáculos, matar dragones, superar bosques oscuros y terrenos pantanosos hasta llegar a los brazos de su amada. Pero él también conocía su futuro de quehaceres, batallas y vasallos que le recordarían, ramo de flores comprado a última hora en mano, sus citas obligatorias con su mujer: aniversario, cumpleaños y, cómo no, San Valentín.
Y fue así cómo la felicidad se redujo a momentos puntuales en los que estaba estipulado ser feliz.
Foto: Co’Report