San Valentín, San Valentín, Cupido o como te quieras llamas, qué fue de ti, ángel del amor, semilla de los enamorados, arquero de la pasión, dónde te has metido, con la falta que haces. Me cuentan que has acabado como imagen y reclamo de una colonia azucarada y envenenada, tan duradera como cruel para el olfato, que se ofrece en los centros comerciales a precio de saldo. También se dice que te fuiste de vacaciones, sin billete de vuelta, que te andan buscando y que no te encuentran, como un Dioni cualquiera, tú que no has cometido delito alguno, que se sepa. En los mentideros bursátiles y financieros te señalan como la primera gran víctima de la crisis, dejaron de pagar tus dietas de viaje, el recambio de tus flechas, la puesta a punto de tus alas y, tú, lo entiendo, cansado de tanta incomprensión, optaste por la retirada. Nunca se han llevado bien el dinero y el amor, aunque algún insensible piense lo contrario. San Valentín, me haces comprender a José Bono, cuando defiende con capa y espada el presupuesto del Congreso, inferior a lo que el Real Madrid pagó por Cristiano Ronaldo el pasado verano. Y por muy blanco que sea, a San Valentín lo disfrutamos todos y todas, merengoídes, culés y periquitos. Por mucho que se repita, me niego a creer esa calumniosa leyenda negra que te adjudica la autoría de esos spam masivos que recorren los ordenadores de todo el mundo, cada día, ofreciendo Viagra a precios módicos, como si la química fuera la solución a todos nuestros problemas. Sólo sé, porque es lo que traslada la brisa, el viento y los ciclones, que te fuiste, que desapareciste sin dar explicaciones, una tarde fría de invierno. Sin decir adiós, sin anotar tu teléfono o dirección en la nevera de la soledad. Suerte tuvimos los que disfrutamos con tus servicios, pero eso es un ejercicio de egoísmo y rimbombancia, ya que los enamorados deseamos que todos disfruten de las ventajas de nuestro estado, que sea el estado entre los estados, el estado más globalizado y disfrutado, de Pekín a Estambul, de Avilés a Nueva Orleáns –la patria de la nueva y morena princesa Disney.
Las redes sociales, Facebook en particular, cuentan con la habilidad de aunar sentimientos o reivindicaciones colectivas en muy poco tiempo. Te adhieres a una causa sin necesidad de pegarte una caminata y sin padecer las inclemencias meteorológicas; calentito en la mesa camilla te solidarizas con Haiti, la hambruna infantil o en la defensa del medio ambiente. A alguien se le ocurrió a principios de semana, supongo que en un homenaje virtual y de nueva generación a la figura de San Valentín, que bien se podía dedicar todo un día al Te Quiero, que es una frase muy repetida y que sólo escuchamos y pronunciamos con sinceridad, profundidad y rotundidad unas cuantas veces a lo largo de nuestra vida. Sólo unas pocas veces, qué pena o qué suerte, según se mire. Es cierto que en los últimos años hemos abusado del Te Quiero blandengue y poco alimentado por el corazón. Y que esta tendencia amorosadiplomática ha convertido al bueno de San Valentín en un objeto más de consumo, en un ejemplo de mercadotecnia facilona y calendarizada; es cierto. Celebre su Día de San Valentín en un balneario, restaurante, sexshop, comprando un perfume o un recopilatorio de baladas gelatinosas.
Sin embargo, a pesar de las objeciones, los usos y los abusos, a pesar de la mercadotecnia, la avalancha o la sequía, celebrar San Valentín, el 14 de febrero, el Día de los Enamorados o como queramos llamarlo, es conmemorar, o por lo menos proclamar, el amor, en cualquiera de sus dimensiones o formatos. El amor más profundo o el amor envuelto en un papel rosa de regalo, y que no falte el lazo. El amor primerizo y enfermo de la juventud o el amor sereno y cálido de la madurez. El amor que no entiende de sexos, el amor prohibido, el platónico, plutónico o sideral. Qué más da. Entre tantos días, entre tanto ruido de sables y abruptos, entre la niebla de las noticias, entre los sonidos que nos ensordecen y las sombras que se apoderan de la luz merece dejarle un hueco, una rendija o, mejor, un primer plano al amor. Y, sobre todo, sentirlo, que es la verdadera celebración, ya sea 14 febrero o 2 de agosto.
El Día de Córdoba