En el discurso del amor, el adjetivo del obsequio forma parte del ritual de la conquista. Desde hace siglos, el presente material es unidad de medida para establecer la cuantía manifiesta de la emoción contenida. El detalle envuelto en papel de regalo y el fetischismo por su destape, así como las emociones indisimuladas y transparentes en el rostro de los amados, inmortalizan los puntos de inflexión en la sed de afecto de toda relación. En los recovecos del consumismo actual, el 14 de febrero se ha convertido en el paradigma del presente y en la falaz ecuación; amor igual a regalo. En el culto por el detalle, valoramos el protocolo de la compra; el tiempo dedicado a la elección de la ofrenda, la ruptura con la rutina, así como esa inyección instantánea de felicidad que nos produce el nuevo crepitar de los troncos apagados. En las sociedades pobres, el día del amor, como así lo han llamado algunos “spot publicitarios”, se vive sin la manifestación material del afecto. La preocupación por sobrevivir cohesiona los amores más debilitados y enciende la unión como cobijo de la pasión. No se necesitan sortijas, ni pulseras, ni perfumes de Herrera, ni bolsos caros del Corte Inglés, para enteder la empatía de la emoción. La mirada de aprobación del otro la lucha conjunta contra la adversidad diaria, es más que suficiente para entender los mensajes latentes del amor. La demagogia occidental por regalar el día de “San Valentín”, no amortiza los saldos negativos en las cuentas anuales de los enamorados. A veces, el simple hecho de llegar un pcoco antes a casa, o una llamada, preguntando ¿cómo estás?, es más que suficiente para saldar la deuda del afecto cotidiano. Desde la perspectiva sociológica, el amor es la construcción social del entendimiento sujeto al desgaste temporal de la emoción. Las longevidad del “I love you” americano, se sostiene por los hilos del afecto, la convivencia, y comodidad del aguante ante las constantes fricciones de su desgaste sistémico. Las infidelidades, las malas contestaciones, las faltas de respeto son el preámbulo del envenjecimiento y la ruptura de la magia pasada. El hechizo de las feromonas se reduce a unos segundos en el humo de los olvidos. El pasado día 15 de febrero, “la violencia de género” destronó a su antecesor día 14, “día de San Valentín”. Otra vez, y por undécima vez en lo que llevamos de año, todos los informativos dedicaron unos minutos de su sumario a dar por noticia un fenómeno que deja de ser extraordinario. En plena calle de Villafuente de El Palo (Malaga), una mujer moría apuñalada por su verdugo, al regresar de dejar a la hija de ambos del colegio. El analfabetismo emocional de la venganza y la incompresión de la página pasada alimentan la lacra de la barbarie. La muerte del amor traspasa las esferas de la razón; y los delirios de la emoción trascienden a las lápidas del cementerio. Mientras las distancias cortas son sinómino de deseo, fusión y éxtasis al acecho del amor, la lejanía es el básamo para curar las heridas de la emoción. La transgresión de los espacios físicos y temporales que dividen el binomio odio-amor, se manifiestan en explosiones de llanto y dolor en la ilógica de los ex-enamorados. Desde la crítica exigimos en voz alta, un cumplimiento eficaz de las “órdenes judiciales de alejamiento”, como garantía de vida ante las intromisiones espaciales en las distancias del odio.