Con motivo de San Valentín, Diane está dispuesta a celebrar esa festividad ante un más que reticente Sebastien. ¿Es que no es romántico? ¿En París? Lo que Diane no puede si quiera imaginar es la sorpresa que le espera cuando la puerta del Scaramouche se cierre esa noche.
Espero que disfrutéis de este pequeño relato.
San Valentín en el Scaramouche
Cuando Sebastien abrió la puerta del restaurante y vio la que allí había organizada se quedó perplejo. Frunció el ceño y sacudió la cabeza. Tenía la impresión de que se había equivocado de lugar. Salió a la calle y levantó su mirada buscando el nombre del restaurante. No, no se había confundido. Allí podía leerse Scaramouchejunto a su plaquita, donde dejaba bien claro a los clientes, que el restaurante poseía tres estrellas en las principales guías culinarias. Y todo gracias a la mujer que subida en una escalera de mano se afanaba en decorar el interior de su restaurante. Permaneció en silencio con los brazos cruzados sobre el pecho mientras Charles Aznavour cantaba Aimez moi. Sebastien movía la cabeza y entrecerraba los ojos mientras mantenía la vista fija en aquella parte de la anatomía de Diane que le quedaba justo a la altura de sus ojos. Y ahora sonreía al ver lo bien que ajustaban sus pantalones a sus caderas y a su trasero cuando se inclinaba un poco hacia delante. Carraspeó para que Diane supiera que estaba allí y al momento el rostro de ella se volvió hacia él con un gesto risueño y una sonrisa dulce, tierna, que provocó esa sensación a la que Sebastien no lograba acostumbrarse, cada vez que lo miraba.—Ah, ya está aquí. Bien, llegas justo a tiempo para echarme una mano —le informó esbozando una sonrisa llena de ilusión al tiempo que su mirada relucía de expectación.—¿Puedo saber qué es todo esto? —le preguntó abriendo los brazos para abarcar el restaurante al mismo tiempo que su atención se centraba en los globos rojos en forma de corazón, las rosas rojas en jarrones de cristal, o las cintas de raso enrolladas en las cartas del menú sobre las mesas…—Es San Valentín, Sebastien —le recordó Diane como si él lo hubiera olvidado.—Sí, ya lo sé… Pero… —¿Pero? —le interrumpió dando a su pregunta un tono de desconcierto al verlo dudar de aquella forma—. Esta noche tendremos el comedor lleno y hay que conseguir que la ambientación sea la idónea para las parejas que van a venir —le dijo mirándolo desde lo alto de la escalera con un cierto tono de reproche al ver el gesto de indiferencia en su rostro. —¿Sigues en tus trece de hacer una cena especial para celebrar este día? —le preguntó arqueando una ceja en señal de escepticismo. Diane se sentó en el último peldaño de la escalera. Ahora lo contemplaba con una mezcla de incredulidad y decepción porque él no pareciera sentir el espíritu romántico de ese día. —Vamos a hacer una cena especial con motivo de este día. Sí, sigo en mis trece —le repitió convencida de su idea.Sebastien emitió un gruñido que le dio a entender que no parecía convencido del todo. Este gesto provocó la sonrisa en Diane. —No lo veo claro —le aseguró sacudiendo la cabeza.—¿Puedes explicarme el motivo? —preguntó mientras descendía de la escalera con cara de pocos amigos y se quedaba frente al hombre que ella consideraba como el más romántico que había conocido. Por eso le chocaba su reticencia a celebrar aquel día.—Nunca antes lo hemos celebrado. El Scaramouche no es un restaurante que celebre estos días —le recordó mientras tomaba su mano para atraerla hacia él. Le apartó el pelo con delicadeza y ternura del rostro mientras era Lauren Wood, quien cantaba, Fallen. Los brazos de Diane lo rodearon a Sebastien por la cintura incitándolo a inclinarse sobre sus labios y besarla. De manera casi imperceptible comenzó a mecerla entre sus brazos al son de la música, ajenos a las miradas de los demás miembros del Scaramouche. Sonreían y se daban codazos los unos a los otros mientras contemplaban a la pareja mirarse con un cariño y una pasión que bastarían para engalanar el restaurante. No había necesidad de adornos, ellos dos podrían dotar al Scaramouchede ese sentimiento propio del día de San Valentín.—Mmmm, que delicia —susurró mientras Sebastien sonreía irónico y comprobaba como los ojos de Diane le parecían que brillaban más cuando él estaba cerca. Se dejó llevar por el improvisado baile ajena a todo salvo al cariño que él le demostraba—. ¿Intentas convencerme con un baile para que desista de mi propósito? —No, claro. Sólo te repito que nunca antes se ha hecho.—Por eso mismo. —Corazones. Rosas. Cintas de raso rojo en torno a las cartas del menú… ¿Qué más sorpresas me tienes preparadas? —le preguntó contemplándola como si estuviera buscando algo más en ella. La volvió sobre sus pies para asegurarse de que no había nada más y Diane sonreía con picardía.—No hasta que estemos a solas —le susurró cuando acercó su mejilla a la de él provocando un gruñido de deseo al sentirla tan cerca, tanto que podía embriagarse con su aroma dulce.—Desprendes un olor dulzón. Chocolate, fresa, ummm... ¿Menta? —Se aventuró a enumerar los diversos olores mientras hundía su rostro entre sus cabellos, la besaba en el cuello, y luego comenzaba a darle ligeros mordiscos que erizaron la piel de Diane hasta provocarle una cascada de carcajadas deliciosas—. Me dan ganas de quitarte la ropa y comprobar si el resto de su piel desprende el mismo aroma y empaparme en él.—Y luego dices que no eres romántico, y que San Valentín no te parece acertado.—Porque no creo que resulte —le aclaró con total naturalidad mientras se separaban del improvisado baile.—Ya, en ese caso, debe ser otro hombre el que me lleva al jardín de las Tullerías a pasear cogida de su mano. Y quién me sube a Montmartre en su moto para contemplar los tejados de París por la noche. O espera que ésta es mejor, —le dijo sonriendo como una chiquilla enamorada mientras esgrimía un dedo ante él—, el que me susurra palabras de amor mientras me abraza por detrás contemplando la Torre Eiffel desde el Trocadero, y los músicos callejeros aderezan con sus melodías el momento —le enumeró arqueando sus cejas y golpeándolo en el pecho con el dedo. Sebastien no pudo reprimir sonreír mientras Diane se mordía el labio con una mezcla de ingenuidad y seducción que lo encendía. Sí, ése era su chico. Y por eso y otra muchas cosas lo quería.—¿Es que siempre vas a tener razón?—Te lo advertí el día que fuiste a buscarme para pedirme que volviera aquí. Ahora si me disculpas, tengo trabajo por hacer —le dijo mientras posaba las manos en su pecho y lo besaba de manera tímida. Luego se dirigió hacia la cocina contoneando sus caderas mientras Sebastien la contemplaba sin saber si debería cogerla y encerrarla en el despacho, quitarle la ropa y demostrarle quien tenía la última palabra allí. Cuando Diane se percató de la presencia del resto de personas que parecían haber sido testigos del improvisado baile, su rostro se encendió. Sobre todo al recordar que el padre de Sebastien había acudido a ayudarla.—Dejadme deciros que ni siquiera Fred Astaire y Ginger Rogers rezumaban tanto amor cuando bailaban juntos. Hola, hijo —saludó a Sebastien con toda naturalidad.—¿Qué haces tú aquí? —le preguntó sorprendido por su presencia.—Ayudar a Diane —le respondió mientras pasaba el brazo por el hombro de ella en señal de cariño—. Me comentó lo de la cena por San Valentín y aquí estoy. —¿Tú también estás de acuerdo con decorar el Scaramouche con corazones y demás adornos típicos de San Valentín? —le preguntó sin poder creer que su padre se hubiera prestado a ello. Pero si él era el primero que nunca lo había hecho porque lo consideraba algo banal y cursi. —Pues claro. Creo que es una gran oportunidad para el restaurante.—Pero nunca antes…—Eso era antes, como bien señalas —le interrumpió agitando un dedo delante de él—. Pero ahora, hay una mujer al mando de la cocina y se nota su mano, Sebastien. Y déjame decirte que le debemos mucho a ella. Diane sintió el sonrojo en su rostro mientras escuchaba al señor Duffnage decir aquello.—No creo que sea para tanto señor Duffnage.—Martin. Martin. Nada de señor Duffnage, por favor Diane —le dejó claro sacudiendo la cabeza con el ceño fruncido—. Y déjame decirte que de no ser por ti este cabeza hueca de mi hijo habría perdido el restaurante. Hay que seguir arriba y que mejor que celebrar San Valentín. Ah, ya que estamos los tres reunidos, déjame decirte que te prepares para Navidades —le aseguró mirando a Sebastien—. Haremos una fiesta por todo lo alto con toda la familia.—No puedo creer que hables así —asintió Sebastien mirando a su padre como si no lo conociera.—Por cierto, ¿no crees que es un día idóneo para ya sabes…? —le preguntó haciendo un gesto hacia Diane, mientras Sebastien parecía perdido en sus pensamientos y ella sonreía divertida al verlo tan confundido. Pero lo que más gracia le provocó fue ver a Martin haciéndole señales. Sebastien la cogió por los hombros y la encaminó hacia las puertas de la cocina.—Deberías dejar a Diane. Tiene mucho trabajo en la cocina. Ha de preparar su cena especial para esta noche. ¿Por cierto, también incluirás los corazones en el menú? —le preguntó rodeándola por el brazo y le regalaba una sonrisa burlona mientras le pasaba el dedo por la nariz provocándole un ligero cosquilleo.—¿Por qué? ¿Quieres que te reserve uno? —le preguntó con el mismo tono mientras sus ojos chispeaban.—Ya tengo el que me interesa —le susurró con voz ronca dejando un beso en su mejilla que erizó la piel de Diane—. Si necesitas algo…—le recordó mientras no podía evitar palmearle el trasero con cariño mientras Diane se entusiasmaba con sus atenciones.—Prometo llamarte para decorar los corazoncitos de chocolate que pienso hacer de postre —le anunció guiñándole un ojo.—Apuesto a que sí.Decir que Diane era el eje sobre el que giraba su vida sería quedarse corto. No sabría como definir la relación que mantenía con ella. Lo único que sabía con certeza era que no quería que le faltara ni uno de sus días. Por eso había pensado que ese día tan especial…—Hijo, ven anda. ¿No crees que ya es hora de que se lo pidas? Vamos yo no digo nada pero… A ver si la vas a liar otra vez —le comentaba su padre algo nervioso por el hecho de que Sebastien pareciera algo despistado en cuanto a su relación con Diane.—¿Lo haces por el restaurante?Martin se quedó clavado en el sitio sin poder creer que su hijo estuviera diciéndoselo en serio. —¿Cómo puedes pensar eso? —le preguntó abriendo sus ojos al máximo y llevándose la mano al pecho en una gesto bastante cómico. Sebastien no pudo por menos que sonreír al ver a su padre adoptando esa pose tan trágica y fingida a la vez. —No te preocupes por Diane. No creo que se marche.—Sí, pero tal vez deberías mejorarle el contrato —le sugirió—. Es una chef muy cotizada hoy en día en París. Recuerda que ya le hicieron una oferta y ella aceptó. —Pienso hacerlo. Ya lo había pensado. Además, no aceptó porque no estuviera a gusto aquí. Pienso hacerle una oferta que no creo que rechace. Una que ningún otro restaurante le podrá hacer. —Ah, bueno… En ese caso…Martin arqueó las cejas con expectación y escepticismo al escuchar a Sebastien decir aquello. Pero pareció quedarse tranquilo antes de despedirse de él.—Esta noche vendremos a probar el menú especial de Diane para San Valentín.—Me alegro. —Más te valdría echarle una mano y decorarlo por ella —le sugirió guiñándole un ojo al tiempo que le daba una palmadita en el rostro y sonreía—. No dejes que se marche de tu lado.Sebastien sacudió la cabeza al tiempo que sonreía y pensaba en lo que haría esa noche cuando las luces del Scaramouche se apagaran.
—Debes reconocer que tu chica tiene ojo para los negocios —fue lo primero que Simon le comentó a Sebastien cuando le mostró el libro de reservas.Sonrió divertido porque no podía creer que no hubiera ni una sola mesa libre esa noche para cenar. Miró a Simón buscando que él le explicara cómo lo había conseguido pero él se limitó a encogerse de hombros.—Es única. Debes admitirlo.—Sí, sin duda que Diane es única —asintió mientras posaba la mano en el hombro de su amigo y maître—. Por cierto, ¿vendrá Fanny?—Le dije que se pasara.—Me alegro. Voy a la cocina a ver cómo marcha todo.Sebastien encaminó sus pasos hacia ésta donde podía escucharse en ruido de sartenes y cacerolas. Empujó la puerta y allí la encontró con su característico pañuelo de colores cubriendo sus cabellos. Levantó la mirada del plato para dejarla fija en Sebastien, quien sonrió nada más sentirla.—Buena la has preparado —le dijo captando la atención no solo de Diane, sino de los ayudantes. Lo miró con el ceño fruncido como si no comprendiera a qué se refería esta vez. —¿Por qué dices eso? —preguntó mientras se limpiaba las manos.—Tenemos el restaurante lleno esta noche para tu cena de San Valentín —le informó mientras la sonrisa iba tomando forma en sus labios. Y cuando Sebastien se inclinó en señal de respeto y admiración, Diane sintió su corazón latir acelerado en su pecho—. Felicidades por la genial idea. Sin duda que no dejas de maravillarme —Sebastien tomó su mano y la besó con delicadeza, con pasión y con deseo mientras los ojos de Diane brillaban más de lo normal—. Y ahora señores. Vamos a trabajar y hacer quedar bien a esta señorita y su equipo —dijo señalando a los cinco miembros de su cocina. No dejó de contemplarle en ningún momento mientras abandonaba la cocina. —Vuelves a ganarle la mano —le dijo Pascal guiñándole un ojo en complicidad.—Creo que Sebastien debería admitir que no tiene nada que hacer contigo —apuntó Maurice mientras Fabio y Philippe la miraba y asentían. Diane inspiró hondo mientras sentía una especie de aleteo en su estómago que creyó que se debía más a los nervios por la cena, que al gesto de reconocimiento de Sebastien y a la manera de mirarla. Y ese beso en su mano tan… ¡romántico! Y que había recorrido su brazo como si fuera la mecha que encendía la pólvora de su amor por él.—Señores, hay que conseguir que los clientes de esta noche se enamoren de nuestros platos. Allez!Como si se tratara de una sola persona todos se pusieron a elaborar los platos del menú de degustación de esa noche. Diane no podía dejar de pensar en Sebastien y en lo mucho que significaba para ella que el restaurante triunfara. Pese a que ya llevaba tiempo como chef del Scaramouche, Diane no podía dejar de sentir el gusanillo de los nervios cada vez que se ponía manos a la obra. Había conseguido el respeto de la crítica culinaria de París. El restaurante volvía a copar las páginas de periódicos, revistas especializadas y guías de gastronomía. Pero ella siempre se sentía como la primera vez. Con mayor responsabilidad si cabía, después del paso del tiempo. Y lo único que conseguía tranquilizarla era pensar en Sebastien y en que contaba con toda su confianza. Como cuando entró en la cocina e hizo una reverencia ante todos, pero dirigida en especial a ella. Esa admiración. Ese respeto. Esas muestras de cariño eran sin duda el motor de su relación.
Cuando Sebastien vio como sus padres y su abuela, contemplaban la decoración del restaurante con admiración, no pudo dejar de sentir una punzada de orgullo por Diane. —Está precioso —fue lo primero que dijo su madre—. Es obra de Diane, me ha comentado tu padre.—Sí, es cierto. Esta ocurrencia es sólo suya.—Esa chica es un lince —apuntó Martin sonriendo orgulloso—. Se nota su mano en todo lo que rodea al restaurante, ¿verdad?—¿Cómo estáis?—Deseando probar el menú de Diane —señaló la abuela de Sebastian.—Estoy seguro que será… especial. Y diferente a lo que viene ofreciendo. Que Simón os acompañe a vuestra mesa. —Recuerda lo que hablamos esta mañana —le susurró Martin a su hijo de pasada a su mesa.—Tranquilo. Está todo controlado —le aseguró palmeando el bolsillo interior de su americana y provocando la sonrisa en su padre. Inspiró hondo mientras seguía recibiendo a más clientes que bien él o Simon acompañaba. Por un instante Sebastien pasó la mirada por el comedor y no pudo dejar de sentirse orgulloso por verlo completo. Y todo gracias a Diane. —¡Fanny! Qué alegría verte —exclamó al reconocer a la mujer de Simón.—Sebastien, que sepas que llevo tiempo deseando venir pero las guardias en el hospital no me dan tregua —le confesó con un claro sentimiento de pesar.—Soy consciente de ello. Simón me tiene al tanto —le dijo señalando a su amigo—. Por cierto, ahora que todo está completo y que nadie más va a venir, Simón y tú os vais a sentar y a disfrutar de vuestra cena.—Pero… Sebastien… El comedor está lleno y…—Yo me encargo amigo. Tú disfruta de Fanny esta noche —le pidió mientras le guiñaba un ojo en complicidad—. ¿Qué pensabas? ¿Dejar a esta preciosa mujer cenar sola en San Valentín? —le preguntó con un tono irónico mientras sonreía a Fanny.—Y luego dice Diane que no eres romántico —bromeó Simón.—Eso queda entre nosotros. Venga disfrutad de la cena. Yo me encargo del resto.Se volvió hacia la mesa donde su padres y su abuela degustaban el menú. Se acercó hasta ellos al ver que su padre llamaba su atención.—Delicioso. Exquisito. Nunca he probado nada tan rico, y mira que yo he sido durante muchos años…—¡Martin! No empieces con lo mismo —le interrumpió su mujer mientras Martin ponía cara de circunstancia—. Tu padre nunca cambiará. —Mi hijo cree que sólo él sabe cocinar —intervino la abuela de Sebastien—. Pues déjame decirte que esta muchacha te supera con creces.—Bueno… bueno… son otros tiempos. Pero cuando yo…—comenzó diciendo con el dedo en alto como si quisiera recalcar lo que iba a decir. Pero el mero hecho de contemplar a su madre y a su mujer retándolo con sus miradas a que prosiguiera, hizo que al final se callara. Miró a Sebastien y se encogió de hombros—. Ten cuidado hijo ya sabes quien manda en casa.
La noche tocaba a su final. La medianoche se habría sobrepasado hacía tiempo y el día de San Valentín era ya historia. Sebastien se sentía satisfecho por el trabajo, por el éxito logrado una vez más de la mano de Diane. Pero también sentía una mezcla de desilusión y nerviosismo. Desilusión por no haber podido casi verla en toda la noche. Sus nervios se debían a que no sabía como afrontar el momento en que Diane y él estuvieran a solas. Uno a unos los clientes fueron abandonando el Scaramouche. Su padre no dejó de felicitarlo y lo mismo sucedió con Diane. Le recordó que debería mejorar su situación una última vez antes de irse. Fanny quedó agradecida por el detalle de Sebastien por regalarle a Simon y ella aquella noche. Felicitó al equipo de cocina por el trabajo y el éxito recibido una vez más. Eran las dos de la madrugada cuando Sebastien cerraba la puerta del restaurante. Se quedó apoyado contra ésta durante unos instantes en los que respiró aliviado. Se deshizo el nudo de la corbata mientras se volvía y se encontraba con una sola mesa preparada. ¿Cómo diablos lo había hecho? ¿Y cuándo? Diane lo contemplaba con una amplia sonrisa de satisfacción mientras retiraba la silla para que él se sentara.—¿No esperarías irte sin probar el menú? —le preguntó mientras arqueaba una ceja y se desprendía del pañuelo dejando libre su pelo. Lo ahueco con sus manos dándole algo de volumen. Sebastien se rindió ante la evidencia. —He perdido la cuenta de las veces que me he rendido ante ti. Pero no me importa hacerlo —le aseguró caminando hacia ella mientras terminaba de desprenderse de la corbata. —Oh, pues lo mejor de todo es que te quedan muchas —le susurró mientras rodeaba su cintura con los brazos y lo atraía hacia ella. Sebastien enmarcó su rostro entre sus manos y comenzó a besarla con pereza mientras emitía ligeros gruñidos de complacencia.—Tenía ganas de quedarme a solas contigo.—Bueno, pues ya me tienes.—Sí, pero San Valentín se ha terminado —le dijo con un toque de decepción que sorprendió a Diane.—Vaya, pensaba que esta noche no te importaba —le recordó Diane con ironía mientras la sonrisa iluminaba su rostro.Sebastien sonrió e inclinó la cabeza hacia delante por unos segundos.—Diane, vivo en San Valentín todos los días de mi vida desde que tú entraste en ella. No necesito fechas que me lo recuerden. Ni celebraciones de ninguna clase. Sólo tengo que mirarte para recordarme lo mucho que te quiero —le dijo mientras Diane deslizaba el nudo en su garganta y sus ojos se tornaban vidriosos en ese instante. —Yo… eh… puff… —No era capaz de articular ni una sola palabra después del impacto que aquellas palabras habían provocado en su interior. Y cuando Sebastien le cogió la mano y depositó en ella una pequeña cajita de colores, su rostro palideció por completo y creyó que se caería allí mismo.—Tu regalo de San Valentín —le dijo haciendo un gesto hacia la cajita.Diane se mordía el labio mientras intentaba por todos lo medios controlar el temblor que sacudía su cuerpo por entero. Y cuando deslizó la tapa revelando el anillo no necesitó nada más. Levantó la mirada hacia Sebastien quien en ese momento sabía que había perdido por completo su corazón, o mejor dicho le había hecho sitio a Diane para que se estableciera es éste de por vida. —Recuerdo habértelo dicho la noche que fui a buscarte al Champs-Elysees pero hasta ahora no lo había formalizado. Creo que es el momento, si estás de acuerdo. Diane permanecía sumida en una especie de sueño del que no quería despertar bajo ningún pretexto. Y cuando Sebastien deslizó el anillo en su dedo sintió que el aire le faltaba, que su cuerpo parecía estar hecho de gelatina, y que era la mujer más afortunada del mundo. La intensidad de la mirada de Sebastien la sobrecogió pero todavía más cuando se dirigió a ella.—Quédate conmigo para siempre Diane. La mirada de Diane iba del anillo al rostro de Sebastien sin ser capaz de reaccionar. No se veía capaz de decirle que sí, de manera que lo rodeó por el cuello y lo besó con efusividad, con pasión, con amor. El mismo que él sentía por ella. —Interpreto por tu reacción que aceptas —le comentó Sebastien entornando la mirada hacia ella.Diane sonrió risueña mientras creía que el corazón le acabaría estallando de felicidad.—No podría vivir sin ti, Sebastien —le dijo mientras ahora lo besaba con tranquilidad mientras se apretaba contra él para que sintiera su cuerpo junto al suyo y como estaban hechos el uno para el otro. Sebastien dejó que sus manos resbalaran por la espalda de Diane hasta posarse en sus glúteos mientras ella ronroneaba como una gatita. La fina tela del pantalón le provocaba suspiros y encendía su deseo. Y cuando sintió las dedos de Sebastien desabrocharle su chaqueta de chef intensificó sus besos. Succionando su labio inferior, acariciándole la mejilla mientras él la despojaba de la ropa. Sintió su piel tibia bajo las yemas de sus dedos, desprendiendo un aroma tan femenino y dulce que lo volvió loco. Se apartó de ella un breve instante para contemplarla en ropa interior y se quedó sin palabras mientras ella sonreía con picardía.—…¡Rojo! —exclamó divertido mientras la contemplaba y sentía que le costaba respirar, e incluso decir una sola palabra. —Es San Valentín —le susurró con ingenuidad mientras se acercaba a él con una sonrisa juguetona en sus labios y un brillo magnético en sus ojos que aumentó el deseo en Sebastien.—Lo siento por tu menú pero creo que se va a enfriar.—Bueno, no importa. ¿No has dicho que todos tus días son San Valentín desde que estoy contigo? —le preguntó arqueando una ceja con suspicacia antes de que la punta de su lengua trazara el contorno de los labios de Sebastien.—Cierto. Muy cierto. Y no quiero perder esa sensación —le aseguró rodeándola con sus brazos mientras sus dedos buscaban el cierre del sujetador.
*Registrado en la Propiedad Intelectual Safe Creative. Todos los derechos reservados.