Revista Literatura
QUE sí, que ya sé que no nos lo podemos gastar, pero este año nos damos un capricho, aunque luego nos pasemos el resto del mes a dieta de patatas, dijo él, cigarrillo en mano, mientras apuraba un culín de cerveza. ¿A patatas? Como se nota que no vas nunca a comprar, más barato nos salen los filetes, cari, que la patata ya no es de pobres. Tampoco los mileuristas, esa definición que contemplábamos con una cierta pena, incluso con desesperanza, y que van camino de convertirse en clase alta, a este paso. Los padres ya no quieren que sus hijos sean funcionarios, ese sueño ya pasó, ahora el sueño es el mileurismo, y así todo. Pero hablemos de amor, y no lo mezclemos con el dinero, por favor. El amor no se cuantifica, no cotiza en Bolsa, si lo hiciera, otro gallo cantaría, que el Ibex 35 no nos mostraría ese dibujo de serrucho gruñón de últimamente. Se dieron el capricho, da igual como se llame la pareja, una pareja cualquiera, que el anonimato en multitud de ocasiones es sinónimo de salud, y reservaron un fin de semana en un todo incluido de la costa. Bañar, nos vamos a bañar poco, vaya tela el tiempecito, pero del spa no me salgo hasta que no se me caiga el pellejo. Las vistas paradisíacas, con tonalidades caribeñas, quedaban al otro lado del hotel, que había que pagar un suplemento, no pequeño, que ya se les salía de madre. Hasta para mirar hay que tener dinero. Cuantificamos el paisaje, en breve el aire que respiramos, respiraremos según nuestra cuenta bancaria. Habrá aires de primera, segunda y tercera categorías, según lo que usted pueda o esté dispuesto a pagar. Eso es una exageración, claro que sí, tan exagerado como pasarse el día segando brotes verdes cuando cada minuto tres españoles pierden su empleo. No hablemos de exageraciones. Él dijo que eran alemanes, y llevaba su tanto por ciento de razón. Nos pasa como con los orientales, todos son chinos. Pues todos con la piel blanquecina, chapetas asalmonadas por los cuatro rayos de sol y pelo rubio son alemanes, que también pueden ser belgas, noruegos o daneses, es lo mismo. Doscientos alemanes hambrientos en el bufé libre. Esta gente estará muy avanzada, pero donde se ponga una tostada con su aceite y su jamón que se quiten esas habichuelas en tomate dulce. Mientras escuchaba sus reflexiones matinales, ella pensaba en esta misma escena, pero a la inversa. Es decir, doscientos españoles en un hotel de Alemania, también nos vale Holanda, rodeando a una pareja de alemanes prototípicos, también admitimos holandeses o suecos. Se lo intentó imaginar y no pudo, allí, en las alemanias avanzadas, los españoles somos los camareros, aunque tengan el título de arquitectura y siete master de los caros. ¿Tú no has escuchado el chiste? Cuatro economistas en un bar, uno francés, otro alemán, otro americano y otro español, ¿qué dice el español? ¿Qué quieren tomar? Menos mal que tenemos este sentido del humor, que de tanto negro se está carbonizando y la ceniza nos está fabricando una caspa negruzca y polvorienta que sombrea nuestros hombros. Retomemos el amor, amor, que es lo que toca, y más en estos tiempos. El amor en tiempos de crisis, actualicemos el título de la novela a nuestro antojo. Sigamos con esa pareja en ese todoincluido sin vistas de palmeras despeinadas y mar de catálogo. Ya han vuelto a casa, se lo han pasado bien, y sí, tendrán que apretarse un poquito el cinturón, que la cosa está que pega tiros. Han vuelto arrugados de tanto spa, sin masaje, que costaba, en la letra pequeña se advertía, y con dos kilos de más en las alforjas, que los donuts eran del tamaño de un flotador. ¿Y ahora qué?, se preguntan. Ahora queda el amor verdadero, el de cada día, entre la lluvia y los atascos, entre los brotes verdes y las frases iluminadas, y entre las patatas, que no falten las patatas. Que San Valentín es una excusa tonta, por supuesto, a ratos hortera, y hasta empalagosa, como la boca de un tarro de miel, no le quepa duda, pero para un día de amor oficializado que tenemos tampoco vamos a borrarlo del calendario. Ya tenemos muchos otros días de miserias y esperas, de sustos y miedos, también de ilusiones, no las quite nunca del morral. Ya que no es tiempo de casi nada, hagamos que sea el tiempo del amor. De momento, y hasta nuevo aviso, no se cuantifica en euros.
El Día de Córdoba