Una de las denuncias de Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy era la de que negaba la entrada en España de los 17.337 inmigrantes y refugiados que debería acoger, según acordó con la UE, mientras el Gobierno alegaba que sólo por el Mediterráneo habían entrado en 2017 muchos más, 27.253.
En este 2018, y hasta el 4 de junio entraron ilegalmente a España por mar según Interior 10.991 inmigrantes indocumentados, mientras en Marruecos hay cerca de 80.000 más esperando la política migratoria abierta propuesta por Sánchez.
La caída de Rajoy con apoyo de Podemos fue acogida con alegría en los campamentos donde los inmigrantes esperan para pasar: el partido de Pablo Manuel Iglesias Turrión había prometido que si se acercaba al poder abriría las fronteras y regularizaría a quienes quisieran entrar.
Pero estas promesas o propuestas del nuevo gobernante y de su aliado parcial, y que sobrepasan las de la UE con sus cuotas de inmigrantes y refugiados, chocan con la nueva conducta anti inmigratoria de países mediterráneos como Italia, y entran en crisis con el agravamiento de los choques socioculturales y religiosos en países como Francia.
Cerca de la mitad de los 28 miembros actuales de la UE ha comenzado a oponerse al Reglamento de Dublín de 2013 sobre inmigración y cuotas de refugiados que había impulsado Angela Merkel en espera de acoger sirios secularizados que huían de la guerra civil de su país.
Que resultaron mayoritariamente religiosos y que fueron seguidos por islamistas de otros orígenes que rechazan integrarse y que persiguen a los refugiados árabes cristianos.
La llegada de una inmigración incontrolada propicia la aparición de partidos identitarios –culturales y religiosos cristianos—opuestos al islam que crecen muy rápidamente y están tocando el poder poco a poco por toda Europa.
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SALAS
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