No creo que haya nada legal que objetar a que Pedro Sánchez quiera volver a por sus pistolas a Ferraz y expulsar a los mercaderes de votos del templo del socialismo patrio. Si está al día con las cuotas y consigue los avales que se requieren – lo que como el valor en la mili se le supone – es muy legítimo que intente recuperar lo que con pérfidas artes le arrebataron los malos en el borrascoso comité federal del aciago 1 de octubre. Las únicas objeciones que veo a que Sánchez viva unos días en una guagua – vulgo autobús - como Miguel Ríos son de carácter político.
La primera tiene que ver con un dilema que me reconcome: ¿es el PSOE el que necesita a Sánchez o es justo al revés? Después de darle vueltas creo que al PSOE sin Sánchez también le puede ir tan ricamente y hasta ganar unas próximas elecciones y volver a gobernar, aunque no me pregunten cuándo ocurrirá tal cosa que tampoco soy Rappel. Por el contrario, con Sánchez al frente de la aún muy maltrecha nave socialista esas posibilidades me temo que se reducirían considerablemente. A los hechos me remito y a los resultados que con Sánchez al frente obtuvo el PSOE en diciembre de 2015, empeorados brillantemente seis meses después en junio de 2016.
La cuestión, por tanto, es por qué quiere Sánchez volver a tener mando en Ferraz de donde salió tan mal parado. Creo que precisamente porque necesita como respirar sacarse de entre los homoplatos el puñal que le clavaron los barones cuando se empecinó en poner el partido a los pies de Podemos y de los independentistas con el objetivo de poder mudarse de Ferraz a La Moncloa. Sé que este análisis no gusta ni es compartido por quienes aún siguen defendiendo la tesis de la conspiración baronil para regalarle todo el poder a la derecha y al gran capital. Todos mis respetos para una interpretación que, más allá de ser cierta o figurada, al menos evitó unas terceras elecciones en las que el PSOE de Sánchez podía haberse convertido en la primera fuerza del grupo mixto, dicho sea con un punto de exageración.
La segunda objeción política a su candidatura anunciada urbi et orbi el sábado en los predios de Susana Díaz, es que de todo aquello que pasó el año pasado y de lo que él fue triste protagonista, parece que se ha olvidado por completo el aguerrido Sánchez. Ni una frase de autocrítica ni un lo siento ni un me equivoqué en esto o en lo otro, sólo arenga a los militantes en los que fía la recuperación del poder en el PSOE y amnesia absoluta de su responsabilidad en la esperpéntica situación política que sufrimos los españoles hasta el otro día.
Olvida, no obstante, que contar con el apoyo de los militantes o al menos de una parte significativa de ellos no equivale necesariamente a contar también con el respaldo de los electores. Pero, sobre todo, inicia su nueva batalla en busca del tiempo perdido generando más división que adhesión en el seno de un PSOE que él contribuyó a dejar partido en dos y esa es siempre una pésima manera de intentar volver.
Dicho todo lo cual y para terminar me queda una tercera objeción política: su proyecto, al menos el que mostró el otro día en Sevilla, cabe en un tuit y sobra la mitad de los caracteres. Aunque, por desgracia, esa es una objeción que podemos hacer extensible a su contrincante Patxi López y a muchos otros políticos actuales. Sólo que en el caso de Sánchez va a necesitar algo más que unos cuantos tuits ingeniosos para acabar con los malos.