La crisis de gobierno de Sánchez sólo se explica desde el fracaso, el cabreo y la frustración. Es un terremoto provocado por el miedo de Sánchez a la derrota electoral que ya despunta por el horizonte y la rabia ante el creciente rechazo ciudadano a su gestión. Aunque lo oculte, para un narcisista como él, ser rechazado por su pueblo es la peor de las tragedias. Sánchez, más que remodelar a su gobierno le ha dado una cornada. Lo que él llama “remodelación” es un cañonazo en el hígado, que equivale a una condena global de su política. Si se descuida, hasta se cesa él mismo. Ha caído hasta el gran estratega, Iván Redondo y con él quedan desautorizadas las políticas de exterior, de transportes, de Justicia, de educación y hasta la portavoz. Sánchez, como un toro enfurecido ha arremetido contra su propia gente. Lo único que queda intacto es el equipo de Podemos, cuyos ministros no puede tocar. Todo un esperpento de gobierno del que se ríen en Europa y en medio mundo. España en manos de un fantoche fatuo, engreído y torpe, con mucha mala leche y probablemente desquiciado. —-
Crisis de gobierno intensa, pero incompleta e inútil porque el gran problema de España no son los ministros de Sánchez sino el propio Sánchez, un mediocre engreído y fracasado lleno de angustia porque no puede detener el rechazo creciente a su gestión. Quien crea que cambiando a los ministros se van a solucionar los problemas, que son mucho más profundos, de ideología, enfoque y falta de democracia y decencia, está bien equivocado. Ponga a quien ponga, el gobierno seguirá renqueante, secuestrado por los nacionalistas catalanes que rebosan odio a España, minado por el comunismo militante de Podemos y capitaneado por un PSOE sin ética, hecho trizas, incapaz de generar ilusión y esperanza, transformado en un circo de reparto de botines y privilegios y estratégica y tácticamente confundido por un dirigente que está enfermo de la mente y del alma.
Lástima que el peor, el más culpable e inepto, el que tiene menos valores, escrúpulos y honor, el que menos ama a España y el más enfermo del grupo siga en el gobierno. Ese pájaro de mal agüero se llama Pedro Sánchez.
Ha cambiado a siete de sus ministros, entre ellos algunos de carteras vitales. Más lógico habría ido suprimir siete ministerios y dar de ese modo una alegría a los españoles, preocupados por el despilfarro público, pero si lo hubiera hecho, Sánchez no sería Sánchez, un depredador sin respeto a su pueblo, a la democracia y a la decencia.
La única forma de entender este movimiento telúrico en el gobierno es que Sánchez, maniatado y secuestrado por los golpistas catalanes, los vascos manchados de sangre y los comunistas de Podemos, egoísta y con rabia porque las cosas le están saliendo mal y no sabe como detener el creciente rechazo de la ciudadanía, ha corneado con toda crueldad a los suyos, sólo para lavar su imagen, sin importarle el sacrificio de peones, caballos, torres y alfiles.
Muchos expertos creen que en la crisis han pesado mucho fracasos tan estruendosos del gobierno de Sánchez como la invasión de Ceuta, la práctica ruptura con Marruecos, el ridículo de la entrevista con Joe Biden y la derrota electoral de la izquierda en Madrid, además de la evidente pérdida de prestigio y de peso de España en el mundo.
El consuelo para esa jauría de políticos fracasados y divorciados de su pueblo es que los ministros cesados van a seguir cobrando y los nuevos también. Con una España arruinada por este gobierno manirroto, que incrementa la deuda al ritmo enloquecido de casi 300 millones de euros cada día laborable, esto es un derroche intolerable.
Todo por no hacer lo que demanda la lógica cuando la nación, mal gobernada, hace agua por demasiadas grietas: dimisión plena y convocatoria de elecciones para que sea el pueblo quien decida cómo y por quién quiere ser gobernado.
Pero esa dimisión y nuevas elecciones sería un gesto demasiado decente y democrático para Sánchez, cuya prioridad absoluta es seguir en el poder, a costa de lo que sea.
Francisco Rubiales