Revista Sociedad

Sánchez, Kafzka y nuevas elecciones

Publicado el 01 julio 2019 por Abel Ros

Al salir del ascensor, me percaté de un escarabajo que deambulaba por la oscuridad del rellano. Lo miré atentamente y, no sé por qué, me vino a la mente Gregorio Samsa, el personaje de Kafka. Pensé que más allá de la Metamorfosis, hay personas que se convierten en bichos raros tras su paso por la política. Me acordé de Manuel Valls, un ser incómodo para las tripas de Ciudadanos. Lo comparé con muchos concejales. Concejales que, por desgracia, juran sus cargos "contra su conciencia y honor". La política, me decía el otro día Peter, es kafkiana. Y lo es, queridísimos lectores, porque lo absurdo y surrealista forma parte del entramado político. Las contradicciones de los líderes - el dónde dije Diego y ahora digo Diego -, el postureo, los pactos antinatura y la tergiversación de los conceptos son, entre otras, razones para el nihilismo. Un nihilismo político - como diría Nietzsche - que pide a gritos una reinvención del politikon aristotélico. Hace falta, otra vez, un león que termine con las piedras del camello - la corrupción, la eternidad de los cargos, la mentira... - e inaugure la era del "Nuevo Político". Un hombre, el nuevo político, que gestione el interés general sin las losas del pasado ni los miedos del futuro.

Ante esta realidad, kafzkiana e inverosímil, no nos queda otra que utilizar la intuición, más allá de la razón. La investidura de Sánchez se ha convertido en un callejón. Un callejón, como les digo, cuya única salida no es otra que volver a votar. En estos momentos, Pedro se halla en una encrucijada. Sin la abstención de Casado y Rivera solo caben dos opciones. La primera pactar con los nacionalistas. La segunda, volver a las urnas. Si opta por la primera, los mismos que han causado su decisión - PP y Ciudadanos - lo tacharán de separatista. Si se inclina por la segunda, muchos lo señalaran de rupturista. Rupturista, o antiestadista, por no haber sido capaz de consumar el encargo de S.M. Esta tesitura determina la parálisis de la investidura. Y suscita efectos negativos para la economía y nuestra marca. Si yo fuera Sánchez, lo tendría muy claro, volvería a convocar elecciones. Seguiría por la senda del "no es no" al separatismo, impediría así, por otra parte, la introducción de un caballo de Troya en el Consejo de Ministros. Y utilizaría los recientes pactos autonómicos y locales de las derechas para desenmascarar, todavía más, a las filas de Ciudadanos.

Si se convocaran elecciones, Ciudadanos sería el más perjudicado. A pesar de que el New York Times lo considere uno de los partidos más centrados del mundo, los hechos corren por otros derroteros. Y corren, claro que sí, porque el equipo naranja juega con el verde en la Junta de Andalucía y Madrid, entre otras. Por ello, las filas de Rivera son camaleónicas. Son filas aparentemente desideologizadas pero, en realidad, con marcado pedigrí de liberalismo cristiano. Con el manto bajado, Ciudadanos se convierte en el socio preferente de la caverna. Una caverna que amenaza con deconstruir los logros de Carmena y volver a los tiempos de Botella. Por ello, para frenar a las derechas, el PSOE debe convertirse en el líder de la izquierda. No debería perder energía en suplicar a Rivera su abstención. Y no debería, porque si lo hiciera se convertiría en un rehén de las derechas y traicionaría el "¡con Rivera no!" de la noche electoral. Por ello, el bien menos malo - como diría Leibniz si viviera - no es otro que recurrir a las urnas. Volver a votar por muy kafkiano que parezca sería lo más inteligente. Pedro reforzaría su liderazgo, se frustrarían las expectativas del residuo separatista y, para más inri, las derechas quedarían como los malos de la película.


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