Los últimos movimientos y decisiones políticas del poder en España demuestran que Pedro Sánchez está en una situación personal peligrosa, psicológicamente alterado y angustiado ante su posible derrota y que esa amenaza lo convierte en un tipo despiadado, lleno de odio, dispuesto a todo y pasado de vueltas. Su injusta descalificación del medio millón de manifestantes en Cibeles, a los que considera ultras, nostálgicos y anti demócratas a pesar de que solo pedían libertad y respeto a la Constitución, ha sido repugnante y confirma que Sánchez ha perdido los papeles. Los discursos de denuncia en el Parlamento Europeo y el posicionamiento de los grandes medios internacionales, que le denuncian como tramposo y aprendiz de tirano, le están llevando a la histeria. España es un país podrido, cada día más necesitado de regeneración, que retrocede en todos los ámbitos, a pesar de que el gobierno y sus aliados de la prensa intenten ocultarlo con un diluvio de mentiras. La corrupción ha descendido desde el poder al pueblo y ya lo infecta todo. La gente evade impuestos, miente, esconde sus preferencias, está confundida, indefensa y carente de valores. El deterioro es cada día más alarmante y ya repercute en la convivencia, que está crispada y llena de divisiones, rencores y odios. Ante la incapacidad del gobierno y de los grandes partidos para emprender las grandes transformaciones y cambios que España requiere, los políticos que ganen las elecciones de 2023 tendrán que escuchar, lo quieran o no, el lamento de una sociedad que se siente en agonía y sabe que sólo se salvará con una regeneración profunda que los partidos son incapaces de imaginar siquiera. ---
El socialismo y la izquierda en general, asustados por el miedo a perder las elecciones y las encuestas, que anticipan una derrota, son conscientes de que la figura de Pedro Sánchez resta más que suma, es ya un estorbo para todos y huele como un cadáver ambulante que se limita a improvisar medidas electoralistas, cortoplacistas y suicidas para la nación.
El reciente asalto de Sánchez a la Justicia, la supresión de la sedición, la devaluación del delito de malversación y la colocación de adictos en el Tribunal Constitucional y la Fiscalía General han dado la puntilla a su imagen, que llegó a ser en el pasado la de un hábil reformador, pero que hoy es la de un ambicioso desequilibrado, frustrado y peligroso desbocado, obsesionado por controlar el poder absoluto.
El miedo de Pedro Sánchez a salir a las calles, donde es abucheado por los ciudadanos, es síntoma claro de su fracaso y desgracia política. Sus apariciones, trucadas por la propaganda, se graban en recintos cerrados, con militantes disfrazados de gente del pueblo y en espacios severamente custodiados por cientos de policías.
Sánchez es un peligro, no sólo para España, sino también para los amos del mundo que antes le apoyaban y que le auparon hasta el poder, creyendo que era el indicado para conducir a España hasta el Nuevo Orden. Ahora ya no pueden seguir apoyándole porque su pueblo se le pone cada día más en contra y el poder mundial teme las revueltas y los movimientos ciudadanos por la libertad y la justicia.
Cuando caiga el sátrapa fracasado, el nuevo gobierno no tendrá más remedio que escuchar los gritos, cada vez más desesperados, de la sociedad española, harta de decadencia, injusticia, expolio y abuso de poder, que reclaman una urgente regeneración de la política y de la ética.
El relevo del actual gobierno es urgente y perentorio. Esperar lo que queda de legislatura tiene rasgos suicidas. Los independentistas, los golpistas y los totalitarios incrustados en el gobierno de Sánchez mandan cada día más y su objetivo no es la salvación de España, sino su ruina.
Los déficits afectan a casi todos los ámbitos de la vida: la prosperidad se ha ido por las cañerías; dos gobiernos autonómicos planean la independencia; el país está dividido en dos mitades aparentemente irreconciliables; la escasez de esfuerzo, de excelencia y de rigor han convertido a la educación española en una de las peores entre los países del mundo, según certifica el Informe PISA; España es el primer puerto de entrada de cocaína de Europa y uno de los primeros consumidores europeos de drogas; paraíso mundial del aborto exprés y fácil, prácticamente sin requisitos y practicado hasta a fetos sietemesinos; lugar preferido para las bandas internacionales especializadas en robos violentos en los hogares; puestos de honor en los rankings europeos de fracaso escolar, consumo de alcohol y prostitución; España también es ya la capital del desempleo, la patria del blanqueo de dinero sospechoso y el país europeo donde crecen con más velocidad las separaciones matrimoniales y la violencia de género; el embarazo de las españolas está mal visto en el ámbito laboral y las futuras madres sufren acoso y perjuicio, las calles se llenan de delincuentes, que ni siquiera entran en las cárceles porque están llenas y el gobierno no quiere mantener a los delincuentes, y un largo etcétera de maldades, todas ellas responsabilidad de políticos de izquierda y nacionalistas que no saben gobernar y sí atiborrarse de privilegios.
Ni una universidad española figura entre las cien primeras del mundo. Nuestros índices en innovación, creatividad, ciencia aplicada, patentes, aplicaciones empresariales e investigación son tan lamentables como los que miden la eficiencia, la productividad y la competitividad en las empresas. La burocracia es un mal que crece y la inseguridad jurídica ha ganado terreno en los últimos años. Algunos países, como Estados Unidos y Alemania, han advertido a sus empresarios de que se lo piensen antes de invertir en España, donde la corrupción se ha hecho galopante, sobre todo en las entrañas del Estado, y, como en el Tercer Mundo, conviene tener amigos políticos para prosperar.
El liderazgo político ha olvidado que mandar exige ser ejemplar y, en lugar de propiciar los valores, contribuye a la degeneración. En un ambiente político donde la corrupción y el fracaso son penosamente abundantes, sorprende que los políticos españoles jamás dimitan, lo que refleja que los partidos políticos practican el corporativismo más inmoral, protegiendo a sus miembros. La incapacidad para el consenso y las peleas públicas entre políticos y partidos proyectan hacia la sociedad un ejemplo desmoralizador y envilecedor. Los políticos y los periodistas, antes envidiados y considerados héroes de la democracia, reciben hoy el desprecio y la repulsa de muchos ciudadanos, que los consideran corruptos y obsesionados por los privilegios y ventajas que proporciona el poder. Los jueces, incapaces de librarse de la asquerosa tutela de los partidos, se incorporan a las profesiones más despreciadas y odiadas por la ciudadanía.
Como consecuencia del deterioro de la política, España, que hace apenas dos década era uno de los países con más ilusión por la democracia y mayor respeto por lo público, es ya hoy una de las sociedades más decepcionadas y frustradas por la escasa calidad de una democracia incapaz de garantizar la libertad, los derechos, la solvencia y el rigor de la justicia, la policía, el periodismo y otras grandes instituciones y servicios.
Francisco Rubiales